Resulta repugnante lo que hacen con Venezuela. Aunque, si lo vemos bien, encaja muy bien con la podredumbre a la que nos habitúan cotidianamente el discurso oficial y los grandes medios. El artículo 2.7 de la carta de las Naciones Unidas consagra el principio de la no injerencia en los asuntos internos de los Estados, que hace relación a que ningún país o poder extranjero puede meterse en los asuntos internos de otro.
La suerte de cada uno la define su propio pueblo, y nadie más. Se trata de un principio universal, incorporado al orden jurídico internacional y por ende inviolable. En teoría, como buena parte del derecho internacional, que, cada día, recuerda más a una ficción. Venezuela tiene su legislación electoral, su propia manera de desarrollar el proceso de votación y de publicar los resultados, con autoridades encargadas del tema y hasta revisión judicial final.
Pero todo eso vale cero. Resulta que quien elige al ganador no es la gente en las urnas, ni las acreditaciones legítimas de las autoridades pertinentes. Quien elige es el gobierno de los Estados Unidos con sus aliados de la Unión Europea y América Latina. Ellos deciden quién va a gobernar Venezuela, como ya lo hicieron en 2019, cuando sin ninguna autoridad, el presidente Trump designó a Juan Guaidó, con el visto bueno de sus amigos.
Quien elige es el gobierno de los Estados Unidos con sus aliados de la Unión Europea y América Latina
Igual ahora, el presidente es Edmundo, quien, como aquél, ya se autoproclamó, mientras sus simpatizantes, obviamente incitados y financiados previamente, se dedican a atacar sedes oficiales, destruir automóviles, cercar y golpear brutalmente a quienes juzgan chavistas, además de incendiar edificaciones sin importar quién se achicharre dentro de ellas. Las mismas guarimbas de años atrás, la violencia brutal e indiscriminada presentada como reacción popular espontánea.
Escribir esto, de hecho, ubica a quien lo hace dentro del conjunto de los parias, los desechables, los agentes pagos por el comunismo internacional, las ratas humanas al servicio de Maduro. Hasta allá hemos llegado por cuenta de la manipulación mediática de las todopoderosas agencias internacionales de prensa, dedicadas las 24 horas del día a difundir el odio contra quienes se desmarcan de su verdad, la que conviene a los grandes potentados mundiales.
En reciente entrevista, el presidente de Siria, Bashar al-Ássad, otro de los malditos para Occidente, a quien los Estados Unidos, con ayuda de Isis, completa once años bregando a derrocar, le advertía a la periodista que lo interrogaba, que no había que dejarse engañar. En Siria, no iban por él, como no fueron a Libia por Gadafi, ni a Irak por Hussein, ni a Afganistán por bin Laden. Tampoco van a Venezuela por Maduro. Van siempre por todo el país, por sus riquezas.
En Siria, por encima de todas las leyes internacionales, los Estados Unidos se hicieron a una vasta extensión de pozos petroleros, que explotan en su beneficio exclusivo. Semejante saqueo no merece el más mínimo comentario. Como silencio merecen los continuos bombardeos de Israel, aliado incondicional de Norteamérica, contra territorio sirio, incluso a su capital, Damasco. Ningún crimen de Israel, por horripilante que sea, origina condena alguna en Occidente.
Netanyahu habló 52 minutos en el Congreso de los Estados Unidos, siendo aclamado y aplaudido cada uno de ellos. El horripilante genocidio que comete Israel en Palestina tampoco despertó la menor crítica de Biden o Trump. Todos los días, desde territorio ucraniano, Zelenski ordena bombardear la población civil de las ciudades rusas cercanas a su frontera, asesinando niños, mujeres y ancianos inocentes, sin sufrir jamás una reprimenda por ello.
Es un hecho que la guerra en Ucrania se prolonga porque las poderosas firmas estadounidenses fabricantes de todo tipo de armas están haciendo su fiesta. Reciben miles de millones de dólares de fondos estadounidenses y europeos por el material que envían a Ucrania. Hasta el último ucraniano, sentenciaron los Estados Unidos. Un pueblo condenado al exterminio por cuenta de una interesada propaganda antirrusa que sólo beneficia a omnipotentes consorcios.
Israel se encarga de incendiar el Oriente Medio. Acusa a Irán de ser el principal enemigo de los Estados Unidos y azuza a estos a destruir ese país, por cierto, aliado estratégico de Rusia y China. Ya Pakistán y Turquía anuncian que, si ese ataque se produce, ellos intervendrán contra Israel. La locura de una tercera guerra mundial, nuclear, parece inminente. En esa idea, los Estados Unidos necesitan asegurarse recursos, y una buena parte de ellos están en Venezuela.
El infierno son los otros, como aseguró Sartre. Los mismos empeñados en generar una guerra con China, para destruir su ruta de la seda. El negocio hoy son las guerras y urge provocarlas. Entre otras cosas, porque como anuncian las bolsas de valores en todo el mundo, la economía norteamericana está sostenida en realidad por su industria destructora armamentista, y amenaza de nuevo con derrumbarse. Hay que ver la forma como lo disimulan.