“Camilo Torres muere para vivir” dice la letra de una canción entonada por el chileno Víctor Jara, publicada en 1969. Medio siglo después, ya parados en pleno 2024, la verdad es que la impronta del cura guerrillero colombiano sigue viva y generando nuevas controversias.
Hace menos de una semana, el presidente Gustavo Petro tuiteó muy efusivamente que “informaba al pueblo colombiano y latinoamericano, a la iglesia católica y a todos los luchadores sociales del mundo” que la sotana, entregada días atrás por un obrero que la conservó desde los años sesenta, correspondía efectivamente a la del sacerdote Camilo Torres Restrepo.
Y la controversia regresó. La prenda religiosa tiene toda la carga simbólica del caso, pues fue la sotana que Camilo usó cuando era un sacerdote con ideas rebeldes, unos años antes de tomar la decisión de irse al monte a hacer parte de la guerrilla del ELN.
Informo al pueblo Colombiano y latinoamericano, a la Iglesia Católica, y a todas y todos los luchadores sociales del mundo, que hemos confirmado científicamente en medicina legal, que la sotana guardada por un obrero desde la década de los sesenta, antes que el sacerdote Camilo…
— Gustavo Petro (@petrogustavo) June 26, 2024
El feliz anuncio de Petro les recordó a muchos que Torres fue, efectivamente, un cura en toda su ley, un representante de la iglesia católica que no veía incompatible su labor evangelizadora con la lucha armada. La discusión está servida (y fresca) porque el anuncio de Petro recordó el reciente episodio con objeto que el presidente recuperó y que considera de alto valor patrimonial: el tradicional sombrero del también exguerrillero y candidato presidencial Carlos Pizarro Leongómez. Tanto lo vio así el presidente que fue reconocido como patrimonio cultural de la nación, para alegría de unos y horror de otros.
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Con la sotana recuperada del cura Camilo Torres vuelve la polémica de quién decide por el valor de estos objetos y si vale la pena verlos como patrimonio material de la nación. A propósito del sombrero y la sotana, en redes muchos se preguntaban si lo que sigue es la toalla de Tirofijo, los crocs de Uribe y el turbante de Piedad Córdoba.
Camilo Torres, capellán de la UN y fundador de la primera facultad de Sociología en América
Jorge Camilo Torres Restrepo nació en 1929 en Bogotá, en “cuna de oro”, como se suele decir y desde pequeño mostró esa rebeldía que lo haría destacar entre sus pares. Pocos saben que tuvo una mediohermana llamada Gerda Westendorp —hija de Isabel Restrepo, pero de su primer matrimonio con un alemán— que tuvo la particularidad de ser la primera mujer en una universidad colombiana.
Luego de un paso fugaz por la Universidad Nacional en la que cursó un semestre de Derecho, abandonó. La decisión de Camilo de hacerse cura no fue nada fácil; es famosa la decisión de retirarse a los Llanos orientales para meditarlo, luego de lo cual regresó sin titubeos: terminó la relación con su novia de entonces y contra la opinión de padre y madre, Camilo entró Seminario Conciliar de Bogotá de la Arquidiócesis de Bogotá. Allí empezó la leyenda del cura que no concebía las desigualdades que atravesaban la sociedad.
Desde el primer día, esa misma sensibilidad por los pobres lo hizo organizarse con compañeros para estudiar de una manera más aterrizada las causas de ese olvido estructural y como poder atenderlo. El trabajo en los barrios había empezado.
En 1954 fue ordenado sacerdote. En 1955 viaja a Bélgica para una especialización en la Universidad Católica de Lovaina en donde recibe el título de sociólogo tres años después. A su regreso a Bogotá, aún más comprometido con las luchas populares, fue nombrado capellán auxiliar de la Universidad Nacional de Colombia. Fue en ese contexto que Camilo hizo parte de una irrepetible generación de estudiosos e intelectuales que decidieron fundar la primera facultad de Sociología en América Latina, entre ellos se encontraban Orlando Fals Borda, Carlos Escalante, Eduardo Umaña Luna, María Cristina Salazar, Darío Botero Uribe, Virginia Gutiérrez de Pineda y Tomás Ducay.
Con un pie en la labor sacerdotal y otro en el trabajo con grupos sociales de base, Camilo Torres proseguiría un camino lleno de acciones encaminadas a lo que hoy llamaríamos ‘empoderamiento’ de grupos y sectores sociales marginados.
Para 1965, ya con la Revolución Cubana transitando su primer lustro y con el Concilio Vaticano II (que dinamizó e intentó renovar la relación Iglesia Católica y el mundo moderno) aparece la corriente denominada Teología de la Liberación o, en otras palabras: la combinación de un pensamiento que permitía a sacerdotes y laicos llevar adelante un trabajo social con las comunidades para transformar las estructuras socioeconómicas que perpetuaban la pobreza y la exclusión.
De esta experiencia (de la que surgió el famoso grupo Golconda: una asociación de curas católicos colombianos que pasaron a la acción a finales de los años 60 y comienzos de los 70) se nutriría Camilo Torres, pero también otros clérigos que llevados por el espíritu de la época se enrolaron en las filas de nacientes movimientos guerrilleros: Domingo Laín y El ‘Cura’ Pérez se irían para el recientemente creado Ejército de Liberación Nacional ELN, grupo que más de medio siglo después continúa en mesa de negociaciones con el actual Gobierno.
Todas las experiencias de vida acumuladas por el cura Camilo Torres se tradujeron en su gran apuesta política antes de decidirse por las armas; en 1965 Camilo crea el Frente Unido del Pueblo, movimiento social que hizo contrapoder al Frente Nacional. La idea era ser un gran paraguas para aglutinar todas las fuerzas de izquierda del momento.
Sin embargo, el sacerdote Camilo —el mismo que vestía la sotana que por estos días Gustavo Petro anuncia como un objeto patrio— dio un giro inesperado por muchos y empezó a considerar un camino que él pensaba más directo para la transformación de la sociedad.
Teniendo contacto con Fabio Vásquez Castaño, entonces líder del ELN, el querido sacerdote Camilo Torres empieza poco a poco a desaparecer de la vida pública y entregarse a la clandestinidad. Y lo que se veía venir, al final sucedió: en enero de 1966, Camilo Torres Restrepo, el cura, el sociólogo, el sacerdote de la Teología de la liberación y abanderado por los pobres de Colombia, anunciaba que dejaba los hábitos y se iba al monte a tomar las armas revolucionarias.
Aunque su labor no fue propiamente la de un guerrero, al carecer de experiencia y por no aguantar las largas y extenuantes jornadas a las que los guerrilleros sí estaban acostumbrados, el cura Camilo fue más un guía espiritual. Decidido a llevar adelante su propio trabajo revolucionario, el sacerdote justificó su decisión diciendo:
“La Revolución […] es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida, sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos”.
Tan solo un mes después de su anuncio de entrar al ELN, Camilo, el cura guerrillero, moría en San Vicente de Chucurí, en medio de un combate con el Ejército. Medio siglo después, su sotana, símbolo de su compromiso con los pobres, vuelve como un fantasma para agitar al país.
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