A pocos días de la elección más importantes en su historia reciente, bien se podría afirmar que dos fantasmas recorren al país andino, sendos espectros que tras una campaña altamente polarizada podrían ser decisivos para definir el próximo inquilino del Palacio de Gobierno.
Por un lado, el fujimorismo asiste a su tercer balotaje consecutivo, bajo la efigie permanente de quien fuera el “hombre fuerte” del fujimorato, impulsando desde una penosa enfermedad a la heredera, Keiko Sofia. Más debilitada que nunca y enredada en líos judiciales (que han limitado su movilidad en campaña), pero con el apoyo de un base de leales lo suficientemente concentrada como para sostenerla en una segunda vuelta.
Por el otro, el espectro de Sendero Luminoso, la principal guerrilla en la historia del país y que no puede ser releída en su última etapa por fuera del legado del fujimorismo. Sendero regresa encarnado en un reducto criminal que el pasado 23 de mayo asesinó a 14 personas en una región selvática.
Una advertencia en medio de una campaña altamente polarizada. ¿En realidad, volvió Sendero?
Los senderos que se bifurcan
En el estudio de las guerrillas latinoamericanas Sendero tiene un lugar aparte. En efecto, la guerrilla maoísta orientada por Abimael Guzmán o comandante Gonzalo, entre 1980 y 1993, representó la principal amenaza en un país devastado por una profunda crisis económica. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación, esa guerrilla fue responsable de cerca de 40.000 muertes; un millón de desplazados y asumió un férreo control en amplias áreas rurales del país. Fue una guerrilla sui generis pues combinó un extraño culto a la personalidad en torno al “pensamiento Gonzalo” (considerado como un semidios o la cuarta espada del comunismo) con una impresionante capacidad para impartir terror. En su pico más alto Sendero llegó a tener un estimado de 50 mil miembros (con una alta proporción de mujeres e indígenas) y su despliegue a finales de los 80 le permitió llegar al corazón de la sociedad limeña con carros bomba y atentados terroristas.
A la expansión militar y territorial de los ochenta, sobrevino la decadencia y el declive militar iniciando los 90. Con la llegada del Fujimori al poder en 1990, antecedido por una campaña relámpago y derrotando a Mario Vargas Llosa, se inició una contraofensiva contra las guerrillas que terminó por doblegarle el espinazo a los senderistas, pero que también se prestó para graves violaciones a los derechos humanos (por los cuales el expresidente sería condenado en 2007); conformación de escuadrones de la muerte y grupos paramilitares.
El golpe certero se asestó el 12 de septiembre de 1992 cuando en una residencia de clase media fue capturado, en la conocida “captura del siglo”, el comandante Gonzalo con parte de la cúpula de Sendero. Ya el resto es historia. Vistiendo un traje a rayas y presionado por Vladimiro Montesino, Guzmán suscribió la paz y Sendero dejó atrás su estela de barbarie, no toda, porque un reducto continuó operando en la región del Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), el epicentro de las rutas del narcotráfico y la criminalidad. El lugar donde se perpetró la masacre.
Ese reducto reclama la continuidad histórica de la guerrilla de Guzmán y en los medios de comunicación es conocido genéricamente como Sendero; sin embargo, tan solo es una disidencia que continuó activa tras la captura del siglo y en la práctica opera como una estructura dedicada al narcotráfico. Un símil cercano a nuestro contexto podría ser el de los denominados “Pelusos”, una organización armada con presencia en la frontera con Venezuela y que reclama la continuidad histórica de la guerrilla del EPL (desarmada en 1991); inclusive, sigue exigiendo reconocimiento como grupo insurgente y hasta en 2016 le pidió a Santos negociar. No obstante, solo es funcional como un grupo dedicado al narcotráfico y actividades criminales en zonas de frontera. De ahí que su comparación con el remante de Sendero sea ilustrativa.
De lo que, si no hay duda, confirmado con los más recientes acontecimientos en Vraem, es que la sombra del Sendero de Guzmán sigue latente en la sociedad peruana.
El factor Pedro Castillo
A pocos días del balotaje, con la poca claridad que vienen arrojando las encuestas (bien equivocadas frente a los resultados de la primera vuelta) y el alto nivel de indecisos, el atentado del reducto de Sendero podría mover o radicalizar parte de la opinión pública. Tal vez, le sea funcional a los sectores del establishment que han buscado enlodar a Castillo, ganador en la primera vuelta y convertido en un todo un fenómeno electoral, con Sendero vía Movadef (organización política cercana a los antiguos comandantes de la guerrilla) y así generar temor sobre su aspiración, agitado con otros factores como el de convertirlo en el coco de “llevara a Perú a ser otra Venezuela” o instaurar un régimen comunista.
El candidato se ha defendido negando esos vínculos y hasta ha resaltado su pasado como rondero de primera línea (tipo de guardia campesina que servía como especie de dique social a la expansión de Sendero en zonas rurales). Castillo nada tiene que ver con Sendero y su agenda política se acerca (o se acercaba más hace algunos meses) a un marxismo leninismo clásico y no a ese extraño maoísmo místico de la extinta guerrilla de Guzmán.
¿Qué se viene?
Unas elecciones que podrían liquidar el protagonismo del fujimorismo en la política nacional, al menos, el fujimorismo encabezado por el clan (Keiko y Kenji). El ascenso de un dirigente sindical y maestro rural que se caracteriza por una peculiar hibridación ideológica y empeñado en acabar con el mayor legado de Fujimori: la Constitución de 1993. Sin embargo, dado el alto margen de incertidumbre y el papel clave de los electores de último momento, Keiko podría llegar al poder y así cumplir su objetivo de resarcir el legado de su padre (a quien ya prometió indultar) a la vez que profundiza un modelo neoliberal extractivista. Nada está escrito, pues es claro que cualquiera podría ganar.
De ahí que el reciente atentado del reducto de Sendero (cometido para meterle presión a la carrera electoral), podría terminar favoreciendo a Keiko y su invocación a la mano dura, pero también podría ser un factor disuasorio menor ya que ocurrió en una zona alejada en el Perú selvático. No tocó el corazón de la sociedad limeña como si lo hizo Sendero Luminoso entre 1990 y 1992. Así que el temor de la élite puede ser menor. Se vienen días agitados, sin resultados claros a la vista y tan solo con dos certezas: un cambio inminente o un terrible retorno al pasado.