Alguna vez el gran pensador Cioran escribió un pasaje que puede revelar la causa de la mayoría de los conflictos de la humanidad: “En sí misma toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias […]. Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas”. Si entendiéramos por política la discusión respetuosa de las ideas, el respeto por la diferencia, y en especial, el respeto sagrado por el otro que piensa distinto a mí, que incluso no es de mi agrado, viviríamos en una convivencia fraterna y pacífica. En consecuencia, si la política en Colombia o en el mundo se concibiera de esa manera, no habría violencia sustentada en motivos ideológicos. Pero cuando se antepone el ego, el propio beneficio, la ambición desmesurada, la falta de escrúpulos y la megalomanía el ser humano se convierte en un monstruo. Por otra parte, si se juntan la mentalidad obcecadamente religiosa y la inmadurez política (entiéndase politiquería), tenemos entonces una combinación explosiva generadora de masacres, genocidios, conflictos locales y mundiales.
Quienes tienen un poco de experiencia en esta vida cuajada de azares y vicisitudes, en algún momento, quizás, descubrieron algo que en la efervescencia de la juventud uno no logra interpretar: la solución no está en la derecha, la solución no la tiene la izquierda, y mucho menos si se trata de tendencias extremistas de uno y otro lado. Además, los métodos de ambas ideologías tienen un paralelismo asombroso, máxime cuando se cae en las garras del fanatismo. Me atrevo a ir más allá de estas evidencias: la izquierda y la derecha navegan en líneas paralelas y terminan por juntarse a través de los mismos vicios y prácticas corruptas. En cambio, necesitamos políticos sensatos, honestos, muy humanos, con vocación de servicio, y no de la clase de los que alimentan sus intereses con polarizaciones en uno u otro sentido.
Desde esta perspectiva, es fácil inferir un objetivo maquiavélico en los que dividen a la humanidad en dos hemisferios políticos de múltiples subvariantes. Lo anterior quiere decir, que una visión tan restringida y sesgada provoca un daño de nefastas consecuencias, y ésta dialéctica equívoca boicotea los anhelos de hermandad entre naciones y compatriotas. En Colombia, por ejemplo, las peleas casadas entre los principales líderes de una u otra visión política le generan al país un ambiente tenso donde sobresalen los insultos y manifestaciones de diversas violencias. En mi caso personal, siempre he simpatizado con la izquierda moderada; pero no me veo representado en unos líderes políticos que viven cazando peleas, que promueven la división, el odio, que le desean el mal al gobierno de turno para pescar en río revuelto. Por decir algo, en las pasadas elecciones voté por Gustavo Petro; pero eso no implica que deba odiar visceralmente a Uribe, o a las personas que lo apoyan, o que no pueda desearle el bien al presidente Duque. De hecho tengo amigos uribistas y familiares muy cercanos y jamás nos hemos distanciado, ni siquiera hemos tenido una discusión acalorada por ese tema. Una cosa es no coincidir con la ideología o el pensamiento de un líder político, y otra cosa muy distinta es desearle el mal, odiarlo o promover actitudes de venganza.
Por eso, me siento con la suficiente autonomía para expresar lo que no me gusta del candidato de mis simpatías: soy un elector crítico y no una oveja pendeja del rebaño. Además, detesto las actitudes serviles y arrodilladas de los que siguen a ciegas a los poderosos sin concederse el beneficio de la duda. Practicar el adagio aquel de ¿para dónde va Vicente? para donde va la gente, es muy peligroso. En este sentido, no es bueno idolatrar a un líder al punto de no detectar sus desaciertos y actitudes inconvenientes para el país. Esa independencia es la que me da la libertad de escribir textos como este, así sean impopulares y generen comentarios aberrados de los fanáticos. Estas conclusiones pueden no ser perfectamente imparciales, pero tal vez sí sensatas.
Para terminar, el famoso lema de los romanos: divide y reinarás jamás pasará de moda en el mundo civilizado. De ahí que las polarizaciones sean perjudiciales, en cuanto provocan manifestaciones de intolerancia que van desde las actitudes hostiles y agresiones verbales hasta las vías de hecho. Muy al contrario, la unidad, la concertación, el pacifismo, la flexibilidad en los puntos de vista, la serenidad en la discusión y la empatía son alternativas interesantes en aras de un país mejor, en armonía y con justicia para todos. Ojalá elijamos el camino correcto, no conforme a nuestros fanatismos ególatras, sino conforme a lo más justo y conveniente. Termino con una idea brillante del filósofo Baruch Spinoza que también podría explicar la causa de nuestros males: “No deseamos una cosa porque la creamos buena, sino que la creemos buena porque la deseamos”.