La solitaria muerte por Covid, el triste final de 500 colombianos cada día

La solitaria muerte por Covid, el triste final de 500 colombianos cada día

En Bogotá son más de cien los que pierden la batalla, todos terminan incinerados en uno de los seis crematorios distritales donde incineran 60 cadáveres al día

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mayo 15, 2021
La solitaria muerte por Covid, el triste final de 500 colombianos cada día

Al cementero Serafín en el sur de Bogotá llegan por día entre 15 a 20 difuntos de Covid-19. La escena de despedir muertos a la distancia la repiten desde hace más de un año decenas de familias en las puertas de los cementerios. Acompañan a escondidas el féretro hasta que el carro fúnebre cruza las rejas de color negro del lugar. No pueden pasar de allí.

Luego de que la carroza se interna en el camposanto el conductor deja el cadáver frente a los enormes refrigeradores que parecen contenedores de mercancía. Funerarios vestidos con trajes y máscaras de protección blancas, que se asemejan a la vestimenta de un astronauta, guardan los ataúdes que al igual que el muerto que descansa adentro, están embalados en plástico sobre más plástico para que el virus tenga la mínima opción de colarse en el ambiente.

El único horno de ese cementerio y que funciona 24 de las 24 horas del día, quema, en ese lapso de tiempo, entre 16 y 18 cuerpos a 1200 grados centígrados. Cada muerto dura en horno crematorio un poco más de una hora.

Cuando un ataúd entra a la hoguera, la chimenea vomita un espeso humo de color negro. La humareda oscura y densa no dura más de quince minutos. Es la quema del ataúd. Cuando las llamas abrazan la carne del muerto el humo es claro y ligero, que se refunde con el aire.

Durante los primeros tres meses de pandemia, el único cementerio que cremaba los cadáveres de Covid-19 era el Serafín, un camposanto levantado en 2002 en el sur de Bogotá, en la localidad de Ciudad Bolívar. En aquellos inicios el cementerio recibía a diario entre 60 y 70 cadáveres que se iban guardando en los congeladores mientras les tocaba su turno entre las llamas.

Cuando la ocupación de los dos congeladores, a los que les cabía unos 80 ataúdes, se coparon, la Uaesp –Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos— habilitó los dos hornos del cementerio del sur en el barrio Matatigres y luego se abrieron los tres del cementerio de Chapinero.

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A los hornos crematorios del cementerio Serafín, que funcionan las 24 horas del día, ingresan entre 60 y 70 cadáveres diariamente.

Catorce meses después y atravesando el tercer pico de pandemia, los seis hornos crematorios del distrito trabajan a tope para convertir en ceniza los 70 muertos día que Bogotá está teniendo por estos días a causa del Covid-19. Los protocolos frente al manejo de los muertos por este virus, elegidos por el Ministerio de Salud en cabeza de Fernando Ruiz, obliga al rápido incineramiento del cadáver sin que este pueda ser despedido de alguna manera por los suyos. Los seis hornos que combustionan con gas están cremando a diario unos 60 cadáveres.

El Covid-19 acabó con los ritos tradicionales de la muerte. Quienes pierden la batalla contra el pandémico virus en una sala de cuidados intensivos pasan de la cama en la que mueren a la morgue del hospital y de allí directo a alguno de los hornos crematorios de la ciudad. Nadie los vuelve ver. Nadie lo llora cerca. Morir por Covid-19 es una muerte es más fría, más solitaria y más intensa que el mismo hecho de haber muerto. El duelo de los vivos que quieren llorar a su muerto junto a un ataúd queda inconcluso.

A la fecha este virus ha matado un poco más de 80 mil colombianos, 17 mil de ellos en Bogotá. Mientras las jornadas de vacunación avanzan a su ritmo en el país, que a la fecha ya completan tres millones de dosis aplicadas —500 mil en Bogotá— y se logra contener el ágil contagio, que muchas veces se traduce en muertes, los crematorios de Bogotá seguirán ardiendo 24 horas del día y el humo de las chimeneas seguirá tiznando de negro los cielos.

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