“No tengo ganas de morir, así que lucharé. Pero si el juego está perdido, quiero tener un buen final” (Camus, La Peste).
En 1947 cuando el escritor francés Albert Camus logró publicar La Peste, pocos fueron capaces de comprender la veracidad de sus palabras, aun entonces, nadie percibía con suspicacia cómo el miedo a la muerte se podía convertir en un juego que enviciaría hasta la más tierna de las almas y cómo las expresiones de amor se transformarían ágilmente en una de las más temibles armas de guerra. Incluso, parece un mal chiste poder identificar esta cita de Camus en carne propia, poder sentir el malestar del hombre, el miedo incontrolable, no por los efectos biológicos de aquel virus que amenaza con aniquilar a quien disponga, sino el miedo a la epidemia moral que arrasa con la verdad y la esencia de la vida.
En situaciones de crisis sale a flote lo peor que una sociedad puede incubar. Gobiernos cínicos ocultan tras enramadas de orgullo y nacionalismo intensiones egoístas e irracionales sedientas de poder, aprovechándose de fachadas populistas manifiestan –sin prueba alguna– defender el valor de la vida a toda costa, sin importar que eso signifique hacer una ruptura con la propia existencia. En la actual situación en la que se encuentra el mundo nace una dichosa perspectiva de análisis para el hombre. La enfermedad y la muerte son ideas que siempre se postergan o que incluso se desechan, sin embargo, hoy se presentan de una manera desenfrenada. Se manifiesta el dolor cómo un espacio para abrir los ojos de la humanidad y de encontrar en la oscuridad que se extiende por todos los caminos la luz que forja esperanza, la que recuerda al hombre la vulnerabilidad con la que persiste y el desamparo en que se mantiene.
No hay duda de que la grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal. No obstante, ciertamente la solidaridad no es un sentimiento que se le dé con gran facilidad al pueblo, pues ha sido evidente a lo largo de la historia cuánta maldad ha existido en su corazón, ¿o cuántos no han utilizado ese contexto de la “solidaridad” para construir imperios asesinos fundamentados en el odio? ¿No parece la situación actual similar a modelos que desbordan odio y engaño para la manipulación del pueblo, llámese nazismo, comunismo, feminismo? ¿Acaso no es el amor el cual nos ayuda a comprender al otro, a sentir el sufrimiento del otro en carne propia? El “hogar” no deja de presentarse como un santuario dispuesto para cualquier actividad de la existencia. San Agustín decía: “Ama y has lo que quieras”. Mientras Llinás no concibe una evolución de la especie humana sin el amor al prójimo.
Se cierran universidades, colegios, jardines, como si el maltrato intrafamiliar o los problemas mentales y sociales no fueran un tema de interés a las entidades públicas y privadas. No se atacan los problemas en su raíz, sino que se ocultan. Así que, reconociendo que la empatía no es un sentimiento que se contemple en los sistemas sociales, la educación sufre la mayor disrupción hasta el día de hoy, la crisis en este ámbito crece cada día. En palabras del secretario general de la ONU Alejando Gutiérrez sobre el confinamiento educativo, se plantea: “una catástrofe generacional”, en este sentido, las decisiones que tomen hoy los gobiernos de cada país serán determinantes en las proyecciones de los próximos años. Los jóvenes que actualmente se educan por medio de una computadora pierden sus capacidades como ciudadanos, se resisten a despertar y reconocer la irracionalidad de su mundo. Cada minuto es un paso hacia el abismo, hacia la maquinización de la vida y la destrucción del ser. La humanidad crece al ritmo de la soledad, del vacío, del miedo, de la derrota y del dolor. ¿Y quién podría salvarse de aquel dolor, cuando el único camino que nos venden los medios es el sufrimiento del otro?
Los jóvenes burgueses –y la pequeña burguesía– se han arrodillado a los pies del Estado, han perdido el vigor con el que se inmuta un ser vivo al sentir la irrazonable sensación de amenaza. Se han domesticado de la forma más simple que puede existir, amedrentándose con las palabras de políticos caprichosos. Se han reducido los pensamientos a códigos binarios interceptados por el abundante hackeo tecnológico. Se han enfermado con la publicidad que penetra en sus computadoras de manera algorítmica para satisfacer el placer de consumo. De algún modo la lucha de clases desapareció, se olvidó por completo a quienes viven en carne propia el dolor del trabajo, de quienes le temen más al hambre que a cualquier otra pandemia, se olvidó al otro. Camus insinuaba que el mal y la indiferencia son más abundantes que las buenas acciones. En este sentido, el COVID-19 no acabará con la sociedad, de eso podemos estar seguros, sin embargo, la indiferencia sí acabará rápidamente con el hombre y con su esperanza. ¿Qué tan desangrada debe estar una sociedad para sentir la miseria en la que habitan sus cuerpos y, aun así, dejarse seducir por la codicia con la que el político le adoctrina?
No basta con insistir en la lucha cuando los ideales se corrompen con cada palabra. No basta insinuar el desprecio por el Estado cuando se olvida al hombre. No basta con manifestar desenfrenadamente la liberación de la educación y la dicha de la libertad cuando no se reconoce el verdadero valor de ninguna. De qué sirve aquella rebeldía en la que tanto se insiste, cuando al momento de ser necesario, de expresar cómo la educación se desborona con el pasar de los días, ni un solo ciudadano se levanta contra las injusticias, ni tampoco lucha inteligentemente contra la muerte o la avaricia de los políticos. La actual peste exhibe la naturaleza tortuosa del hombre, el indeseable estado de conformismo y mediocridad en el que se soporta; se han dejado seducir por la estupidez corrupta de quienes hoy se reconocen como mandatarios… o posibles mandatarios. Los hombres se ven envueltos en miseria, discordia, putrefacción del ser. El confinamiento, la irrazonable necesidad de encerrar y enloquecer, ha logrado perpetrar en escenarios que llenaban de esperanza la tierra, la cual sucumbe bajo los débiles adoquines de ciudades fantasma. ¿Dónde está la ciencia, el humanismo, la religión, el ser?
Las calles hoy piden a gritos la libertad para aquellos hombres que reposan en la miseria que los condena.
Bibliografía
Camus, A. (Junio de 1947). La peste. Francia, Éditions Gallimard
Hipona, S. A. (Siglo V). Confesiones. Fernández, C. F. (26 de frebrero de 2011). Doctor Llinás: ¿qué son el cerebro, Dios y el amor? Obtenido de Eltiempo.com
La ONU pide priorizar el regreso a las aulas y alerta sobre el riesgo de una "catástrofe generacional". (04 de agosto del 2020). Agencia Nacional de Noticias.