Lo que más envidio de los ricos es su conciencia de clase. Entre ellos se arropan, se conduelen. Hace un año, días previos a las elecciones presidenciales, cuando la sombra petrista amenazaba a los colombianos de bien, le escuché a una empresaria su preocupación por lo que le podría pasar a los Ardila y a Sarmiento Angulo si llegaba a la Casa de Nariño un bárbaro como Gustavo Petro. Esa solidaridad salió a flote la semana pasada cuando un juez falló a favor de Catalina y Francisco Uribe Noguera.
En las dos grandes cadenas nacionales, cuyos dueños son magnates, la absolución se mostró como una noticia positiva. De un momento a otro Francisco y Catalina ya estaban libres de toda culpa y ni siquiera habían caído en conductas tan sospechosas como borrar los 39 wasaps escritos ese 4 de diciembre del 2016 en la tarde, que pudo reconstruir en marzo del 2017 una agencia de seguridad de los Estados Unidos, información en la que se basó la Fiscalía para acusarlos. No, la Procuraduría pedía su absolución y un juez les quitaba de encima el yunque de la culpa. Cómo iba a ser de otra manera, decían las señoras bien, si Francisco es un abogado reconocido de la mejor firma de abogados de Colombia, Brigard y Urrutia, y Catalina es una pelada bien que tal vez haya cometido un solo error en su vida: ayudar a su hermano.
Eso es lo que me indigna profundamente. La conciencia de clase de los ricos se vuelve una solidaridad absoluta cuando se trata de la familia. Las familias ricas o de apellido, como se hacen llamar en países miserables como este, son logias cerradas en donde “no importa lo que hagas, siempre llevarás nuestra sangre”. Por eso esgrimen el argumento de “y qué importa si alteraron la escena del crimen, igual yo también hubiera ayudado a mi hermano”. Además, está la víctima, una insignificante niña del Tambo (Cauca), hija de desplazados, que de una u otra forma estaría destinada a un trágico final. Igual, en este país la mayoría de pobres no mueren de causas naturales.
En la mañana del 5 de diciembre del 2016,
todos tenían el nombre del monstruo pero nadie se atrevía a rallarlo.
La ´omertá´ imperaba
Recuerdo la mañana del 5 de diciembre del 2016. Los medios empezaban a hablar de la noticia de una manera difusa. Hablaban de que un “prestante” arquitecto bogotano habría violado a una niña. Todos tenían el nombre del monstruo pero nadie se atrevía a rallarlo. La omertá imperaba. Fue Alejandro Tibaduiza, reportero de Noticias Caracol, quien echó al agua a Rafael Uribe Noguera en la emisión del mediodía de ese día. La gente buscó su rostro en redes y, oh sorpresa, era un colombiano de bien. Tenía la piel blanca, los ojos claros, un partidazo. Su único defecto es que a veces se ponía raro cuando tomaba y, como él mismo escribió en su último trino, “me la vuela mi falta de autocontrol”. Escuché decir a las señoras bien que era un pobre muchacho que había cometido un error. Hoy siguen lamentando impunemente que esté viviendo como lo que es, un maldito monstruo, en el infierno de la Tramacúa en Valledupar. La víctima, Yuliana, no importaba mucho. Acá en Las2orillas incluso nos dimos cuenta de algo terrible: las noticias sobre la vida y la familia de la niña no eran leídas, lo único que importaba era el violador y asesino, la tragedia no era la muerte por asfixia y mordiscos de una niña de siete años. No, la tragedia es que el nombre de una familia de abolengo quedaba manchado para siempre. Maldito país.
Tres años después de la tragedia, mientras los hermanos Uribe Noguera salen libres, los Samboní tuvieron que regresar al lugar de donde huyeron, el Tambo (Cauca), y recibieron como compensación 30 gallinas que les dio el gobierno. Tienen una nueva niña y la amargura de los recuerdos. Los prestantes y decentes Uribe Noguera no se han acercado para preguntar qué necesitan, en qué les pueden colaborar. Igual, la justicia no los obligó a nada, ni siquiera a pagarles un nuevo comienzo. A los papás de Yuliana pronto no los recordará nadie. Ni siquiera tienen el consuelo de que algún pobre los llore. No, recuerden que en el país donde gana el que diga Uribe hasta los pobres aman y les tienen lástima a los ricos.