La soledad en Nueva York
Opinión

La soledad en Nueva York

´Una historia de Amor´ sobre Hopper, un icono de su tiempo, marca el comienzo de la temporada sobre arte en Cine Colombia

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junio 24, 2023
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Edward Hopper fue un artista único en la escena norteamericana del siglo XX. Nació en 1882 en Nyack, un pueblo al oeste del rio Hudson, y estudió en el New York School for Arts escuela que se convertiría más tarde en el Parsons School of Design, una importante institución para la educación de las artes. Su profesor preferido, el muy reconocido impresionista William Maritt Chase, le marcó su manera de ver la realidad. Tanto, que entre 1906 y 1910 Hopper vivió en Europa, principalmente en París, centro del arte, por la época en que Picasso ya había pintado Demoiseles  d´ Avignon.  Pero a Hopper no le interesó la vanguardia de principios de siglo, observó con eterna curiosidad la composición y la luz de cada hora, de los impresionista

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Hopper pintó siempre mundos en los que puso en escena a la soledad entre hombre y mujer, mostró el conflicto entre la tradición y el progreso, y las realidades de lo rural y lo urbano. Nueva York fue su ciudad, donde la soledad de la clase media, el individualismo, los lleva al aislamiento.

El comienzo como pintor no fue fácil. Durante años se ganó la vida como ilustrador de revistas. En la feria de arte Armory Show de 1913, vendió su primera obra de arte y se pasó a vivir al 3 Washington Square North en Greenwich Village en Manhattan.

Vivió en esa casa siempre con Josephine Nivison, su esposa, su modelo y quien lo estimuló a pintar su mundo que poco a poco se convertiría en su lenguaje distintivo, un lenguaje que vivió la Depresión y que se encontró en los años cuarenta con la aplastante corriente del expresionismo abstracto. Su proyecto pictórico, sin embargo, mantuvo el interés en representar el mundo, el aislamiento de los seres humanos, la melancolía de las relaciones, plasmados en personajes de cafés, de teatros, de esquinas. Lugares de transito de seres abatidos por una espera que termina en soledad.

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En sus composiciones, la luz da un orden geométrico, diagonales interesantes por ser determinantes, que evidencian cuánto estudió al holandés  Johannes Vermeer (1632- 1675). Cuando Edward Hopper pinta paisajes, la luz tiene la claridad de la ausencia. Sus atmósferas frías desembocan en soledad cotidiana, imágenes inspiradas en la vida norteamericana que el mismo Hopper llamó Historias de una Amalgama de Muchas Razas.

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Dentro de todos los movimientos artísticos imperantes en la época en que fue pintor y grabador, Hopper defendió en su esencia al imperio de la imaginación. Afirmaba que una de las flaquezas del arte abstracto radicaba en el intento de sustituir la concepción privada de la imaginación por cálculos del intelecto. Por eso, pintó siempre su mundo real y también el imaginario. Cada uno de sus temas tiene escenografías, los cuartos de mujeres tristes, solas; los desencuentros de personas en los cafés; paisajes desolados en los que habita el silencio; cotidianas estaciones de gasolina; o personajes inertes que esperan en una esquina.

Eduard Hopper murió a los 84 años en su casa en 1967 acompañado de su esposa.  Meses después, ella donó 3.000 de sus obras al Museo Whitney.

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