LA SOLEDAD Y EL CARRITO DE DULCES
Por Milton Fabián Solano Zamudio
Estudié en una sede de la Universidad Cooperativa de Colombia en Cali, que parecía una casa, otrora habitada por gente adinerada. Era una casa grande en todo el sentido de la palabra y también, como dicen, “un infierno chiquito”, porque todo el mundo sabía de todo el mundo. Recuerdo que justo enfrente de la universidad se ubicaba un hombre de pelo castaño con su carrito de dulces al cual empujaba hasta allí todos los días, después de visitar otros lugares en los que hubiese “movimiento” de clientela. A veces, mientras uno le compraba al ' el mono' cualquier cosa, brotaba del vientre de su carrito una niña de unos seis años, parecía recién levantaba, y en otros momentos se tornaba inquieta, como un gato con un rollo de lana. 'El mono' decía que “la mamá de la niña los había dejado y a él le tocaba cuidarla, y le tocaba llevarla a todas partes”. Había muchos comentarios entre los estudiantes: “Para qué se pone uno a tener hijos, es mejor quedarse solo”, “imagínese el referente que es el señor para esa niña”, “ola, ¿no habrá quien denuncie a ese señor, para que se lleven a la niña a un hogar de Bienestar Familiar, donde seguro va a estar mejor?”… Las voces, sumergidas en opiniones con raíz en la propia vida, o recién leídas en la argumentación de escaleras hasta la altura más honda que permitían la luz de una conclusión en Freud, o la rosa blanca encima de las letras de Rogers, o el perro con salivas como lágrimas de Pávlov o el tiempo sentado en la gran piedra del camino reflexionando el aquí y el ahora de Perls, crecían como la niña, a la que seguro un día le quedaría estrecha su casa azul y oscura, como un vientre, que venía siendo la mamá que le pudo conseguir rápido “el mono”.
Ahora que lo pienso otra vez y veo como un ocupado -desocupado a la gente sumergida en el afán, y recuerdo al “mono” y a la niña de la “caverna– madre”, puedo sentir la soledad de muchas casas donde ya no suena la pitadora y son sitios desérticos de audífonos en simbiosis con el tímpano o de pulgares sobando una pantalla, buscando el show que cause impactos momentáneos y donde la palabra héroe se borra de los diccionarios.
¿Hizo bien 'el mono' en “carretear” a su hija, ante el abandono de su mujer? Ni siquiera puedo seguir la línea de “investigación”, pues no conozco qué pasó con ellos, no los volví a ver, aunque, a veces, me despierto a la madrugada y pienso que esa niña es gerente de una fábrica de dulces y 'el mono' es su asesor para lanzar los productos que la gente necesita, quizás una banana que le haga sentir a la lengua ganas de decir palabras que acompañen a los demás o un buen beso. Otras veces creo simplemente que ya la niña no cupo más en el carro de dulces, porque decidió salir del vientre, como quien nace de pie y agarra a la vida para sacudirla, como sacudiendo un árbol cargado de frutos o de lluvia.
'El mono', creo, fue el precursor de “las madres canguro” y decidió el lenitivo de su presencia para la soledad de su hija, además le dio un olor a dulces y a palabras de los compradores que no se borrarán de su historia.
Para seguir la línea de “investigación”, solicito, a los coetáneos estudiantes que aún mantienen algún contacto conmigo, y a los señores guardas de seguridad de la universidad, que conocían las historias que les comentaban como al barman de una cantina los muchachos de entonces y 'el mono' también, contarme si tienen noticias de los protagonistas de estas historia, porque este texto es el inicio del pago de una deuda con la soledad de un recuerdo, porque tengo los ojos de una niña viviendo en el vientre del carro de dulces que habita en algún trozo de mi memoria.