El maltrato del Ejército al general que destapó los falsos positivos

El maltrato del Ejército al general que destapó los falsos positivos

Carlos Suárez fue retirado de las filas y vive aislado en una finca a raíz de su valiente investigación sobre este oscuro capítulo de las Fuerzas Militares

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septiembre 21, 2015
El maltrato del Ejército al general que destapó los falsos positivos

Es probable que el General Carlos Suarez no se ha enterado que 21 de los militares que el denunció por casos de falsos positivos hayan sido condenados a penas de 21 y 35 años de prisión. Ahora está dedicado a vivir tranquilo en su finca de Facatativá. Lo único que le importa es poder sintonizar en su televisor a los cinco ciclistas colombianos que compiten en la Vuelta al País Vasco, pero no los ve. Reacciona rabioso convencido de que lo están escuchando quienes toman decisiones o quizá la tropa a la que durante sus 35 años de servicio siempre quiso inculcarle pasión y compromiso. Quiere estar seguro que sus quejas tengan un interlocutor. Como se lo propuso cuando llegó con su cartapacio de documentos a presentar el informe, el más delicado de su carrera militar. Allí, en la Casa de Nariño, lo esperaban a mediados del 2008 el Presidente Uribe, el ministro de Defensa Juan Manuel Santos y el general Freddy Padilla León.

El general Suárez, hasta entones auditor general, llegaba con su informe debajo del brazo producto de un recorrido por los distintos cuarteles a lo largo y ancho del territorio, muchos de ellos ubicados en zonas de conflicto donde habían tenido que vivir el ascenso de las Farc en los gobiernos de Ernesto Samper y Andrés Pastrana —a pesar de haber iniciado un proceso de paz con esta guerrilla— y su enfrentamiento a fondo desde comienzos del gobierno de Álvaro Uribe y durante todo su primer gobierno quien había asumido en el día a día de su mandato su rol de comandante en jefe de las Fuerzas Militares como lo determina la Constitución. Uribe no delegaba esta responsabilidad y su comunicación con los cuarteles llegaba hasta la base de la cadena de mando.

A comienzos del 2008, en el segundo año del segundo periodo de Uribe, empezaron a reportarse una cadena de muertes, que se presentaban como “bajas en combate”, en los municipios de Soacha, vecino de Bogotá, y Ocaña en Norte de Santander. El Ejército dio un parte de 19 guerrilleros en enfrentamientos con la guerrilla. Mujeres comenzaron a presentar denuncias sobre desapariciones de jóvenes, vecinos, hijos de conocidos en ambas zonas. El cuadro resultaba extraño pero llamaba especialmente la atención que en los levantamientos de los cadáveres, los presuntos insurgentes tenían heridas que revelaban tiros de gracia, como si se tratara de ejecuciones y no muertos en combate. Los indicios llevaron al comandante del Ejército a tomar medidas para esclarecer los hechos. El escogido para liderar la investigación fue el general Carlos Arturo Suárez quien venía de lucirse en la conducción de la Operación Jaque que terminó con el rescate de Ingrid Betancourt, los tres norteamericanos y varios miembros del Ejército colombiano.

El general Suárez fue el artífice de la operación Jaque pero le cedió el protagonismo al comandante Freddy Padilla de León y al entonces MinDefensa Juan Manuel Santos. Se aplicó a fondo en su tarea. Cuando llegaba a las guarniciones militares, los oficiales investigados trataban de apaciguarlo ofreciéndole un trago o un almuerzo, amabilidad y simpatía a la manera como habían manejado auditorías e investigaciones en el pasado. Con Suárez se equivocaban, estaba hecho de otra pasta. Para él estaba claro que nadie debería temer una inspección cuando se obraba con rectitud porque en la guerra solo son posibles tres situaciones: los combates, los errores y los crímenes.

Un paisa nacido en Sonsón Antioquia, le entregó al Ejército más de la mitad de sus 64 años de vida. Formado en una familia católica de doce hijos, su profunda fe religiosa lo ha guiado en las duras y las maduras. Cuando estuvo en las décadas más terribles del conflicto en los 80 y 90 en las llamadas zonas rojas en el Magdalena Medio o Urabá, el general nunca se desesperó por conseguir resultados fáciles sino por hacer su tarea de combate pero sin descuidar el bienestar de la comunidad.

Como comandante, aunque lo apreciaban dentro de la tropa, su voluntad de no caer en el sectarismo castrense le trajo enemigos. A un sector de los militares le incomodaba su mente abierta, su capacidad de entender al otro así estuviera en la otra orilla. En San Juan de Sumapaz, por ejemplo, se presentó con Mario Upegui, un veterano militante del Partido Comunista, a una reunión en donde los pobladores de esa cuna de resistencia de luchadores de izquierda pudieron expresarle libremente a los militares los vejámenes que sufrían por parte de la fuerza pública. Los uniformados se ofendieron cuando escucharon que el alcalde de esa localidad los saludó con un “Buenos días, camaradas” y llegaron a indignarse cuando vieron a Suárez responder el saludo con una sonrisa, fiel a su creencia en que ninguna posición extrema sirve en un país en conflicto. Ese es Carlos Arturo Suárez.

El mismo que no dudó en revelar la realidad de lo que encontró después de muchas entrevistas a comandantes de guarniciones y de leer bitácoras de guerra. Estaba claro: ninguno de los 19 guerrilleros presentaban antecedentes penales e incluso uno de ellos, Fair Leonardo Porras, era un muchacho que presentaba discapacidad mental. En el afán por obtener resultados, varios comandantes del Ejército habían aprobado la ejecución de estos jóvenes inocentes para después hacerlos pasar por integrantes de las Farc.

Luz Marina Bernal sostiene una foto de su hijo Fair Leonardo Porras, uno de los jóvenes de Soacha presentados como falsos positivos por el EjércitoLos operativos de Suárez eran silenciosos, efectivos y económicos: casi nunca se gastaba una bala. En el 2004, el Ejército planeaba adentrarse en lo más profundo de la selva del Caguán para sacar de allí a Anayibe Rojas Valderrama, alias Sonia, una de las guerrilleras más reconocidas de las Farc. Mientras los otros oficiales determinaban con qué tipo de bombas podrían acosar el campamento, Suárez, como comandante de la Brigada contra el narcotráfico, expuso un plan en donde se garantizaría que no se dispararía una sola arma y que ninguno de los soldados saldría herido. Después de una larga disputa con los oficiales, su plan se impuso. La exitosa misión duró cinco horas y fue llevada con pulso de cirujano por el comandante.

Pero el Informe que tenía entre manos era de otro tenor. Se metía nada menos que con el corazón de la operación en terreno y ponía en entredicho el accionar en el campo de batalla. Comprometía además una línea de mando en donde estaban muchos de sus compañeros de carrera. Sin embargo, no le tembló el pulso. Frente al Presidente Uribe, el ministro de Defensa Juan Manuel Santos y el comandante de las Fuerzas Militares Fredy Padilla de León presentaron las 70 páginas de su documento elaborado con precisión y equilibro. El resultado fue tan contundente que el 29 de octubre de 2008 a los pocos días de haberlo recibido, el Presidente Uribe ordenó la baja de 27 oficiales del Ejército. Había nacido el concepto de los “Falsos Positivos” que equivalía en el lenguaje militar a ejecuciones extrajudiciales. El Informe Suárez constituía la pieza más complicada para cuestionar el comportamiento en el campo de batalla. Abría un camino que después derivó en conclusiones más dramáticas como que no se trataba de una práctica marginal sino que se había generalizado en muchos batallones y los muertos inocentes eran demasiados. Más de 3000 uniformados han sido detenidos de los cuales 850 han sido condenados.

Aquello que parecía un gran logro se convirtió en una pesadilla para el general. Los oficiales se mofaban de él y lo tildaban de idiota útil de la guerrilla, bautizándolo como El general Machaca. Un sector del alto mando del Ejército empezó a presionar, en el 2009, para que lo designaran como agregado militar en Chile. Estados Unidos reversó la decisión porque consideraba un obstáculo para las investigaciones que estaba adelantando el Ejército. Al gobierno Uribe no le quedó otro camino que nombrarlo inspector de las Fuerzas Militares.

Un año después la presión surtió efecto y Carlos Arturo Suárez se fue contra su voluntad. El Informe Suárez es la investigación con más implicaciones para las Fuerzas Militares, una pieza definitiva para el esclarecimiento del conflicto en Colombia pero para el general Carlos Arturo Suárez fue el principio del fin de su carrera militar. Dejaba atrás su uniforme pero se llevaba el honor.

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