Barranquilla y el Atlántico son la fuente principal de preocupación por contagios y fallecimientos por covid-19 en Colombia. La ciudad que a punta de obras de infraestructura mostrara una cara diferente, un aparente desarrollo y perfilara su entrada al circuito mundial de eventos con la Asamblea del BID (ahora entre suspendida y cancelada), empieza a dar cuenta de graves problemáticas que nunca fueron atendidas por más de 12 años de gobierno de la casta política de los Char.
El modelo de ciudad que se vendió a los electores, que implica una moderna infraestructura pública y el impulso a símbolos de ciudad para generar una identidad superficial y malentendida, que además apela al unimismo y la ausencia de crítica y autocrítica, hace agua en medio de la pandemia porque brilla por su ausencia el tejido social para mostrar una cara de muerte y desolación.
La administración de Jaime Pumarejo, miembro de la élite de la ciudad, bachiller del colegio Parrish, donde aprendió un inglés que alardea en un video en YouTube, graduado en EEUU de administración de empresas y que parece estar muy lejos de la realidad currambera, cuyo lema contra la pandemia ha sido “Depende de ti que no se te pegue” mientras que en la capital antioqueña -que ha sido ejemplo- es “Medellín te cuida”, parece no encontrar el norte por más reuniones de crisis haya y mientras la experimentada gobernadora Elsa Noguera busca afanosamente salvar la papeleta, pero no le alcanza. Son varias las voces que piden directamente al presidente Duque que tome las riendas ante la evidente incapacidad del mandatario y de su equipo, que han sido criticados por actuar como autistas, incluso en la propia órbita del charismo.
Hoy por hoy, Barranquilla le pisa los talones a Bogotá en casos salió pese a tener seis veces menos su población y está poniendo la mitad de los fallecimientos. Los errores en el tratamiento de la crisis sanitaria se vieron desde el inicio con la entrega de mercados (que llevaban como distintivo la cara del alcalde) sin control alguno que se pretendía hacer en el parqueadero del estadio Metropolitano.
La opción fácil ha sido culpar a la población en la que poco se ha invertido en términos de educación -que no sea infraestructura- o en cultura ciudadana. Achacar a la cheveridad del barranquillero los altos números de contagios y fallecimientos ha sido el expediente de la administración y de sus defensores de oficio, entre los que hay no pocos periodistas. Esa ausencia de civismo y verdadera pertenencia, que no da votos, es la que hoy pasa factura: pueden verse los parques y calles del sur y el norte llenos de personas de todas clases sociales, en una bomba que ya empezó a estallar.
El admirado clan Char, que cambió la cara de una ciudad que estaba en la quiebra y en claro riesgo de viabilidad, vendió un modelo que sirvió para cambiarle la cara pero que parece sólo ser maquillaje, porque detrás siguieron las mismas prácticas corruptas de siempre.
Sin embargo, siempre fue una máquina electoral que brindó votos y popularidad. Álex Char y Elsa Noguera estaban acostumbrados a estar por encima del 90%. Hoy en manos de Pumarejo, hijo de un exalcalde, toda esta empresa parece estar poniéndose a prueba, con niveles de popularidad de apenas 47%, noticia que nunca fue publicada por el periódico local, El Heraldo, del que su familia es socia.
El mismo Pumarejo acepta que la red hospitalaria local es de baja complejidad y que solo sirve para atender casos ambulatorios. Ello mientras se edificaron monumentales obras como las canalizaciones de los arroyos, parques, el centro de eventos o el malecón, la mayoría de las cuales hoy son inútiles ante la pandemia. Ello en medio de acusaciones de manejos turbios entre funcionarios y contratistas metidos en política y que han generado escándalos, como los casos de Aída Merlano, Laureano Acuña, Héctor Amaris, alias Yogui, entre otros el Pumarejo de hoy apela en su soledad en el populoso barrio Rebolo, uno de los focos del virus a ofrecer calles asfaltadas a cambio de no salir a la calle, como en campaña y a duras penas se ven sus auxiliares como compañía. Mientras tanto, la pandemia hace el trabajo de desnudar la grave crisis hospitalaria, y el cada vez evidente maquillaje se le desmorona en medio del llanto desesperado de la gente.