En el momento en que uno se casa, el cura nos recuerda que debemos estar juntos en la dicha y la desdicha, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza.
Pues bien, en esta foto podemos ver la soledad de Alan Jara y se pregunta uno: ¿dónde está su esposa en estos momentos de angustia si todos vimos que venía con ella en el mismo avión? Pero lo peor es, ¿por cuál razón no lo acompaña si la mayor causa de los problemas de Alan Jara tienen relación con ella?
Me explico, a quienes vivimos en el Meta de toda la vida, pudimos ser testigos de la carrera política de Alan, de su enorme inteligencia, de su buena memoria, de su buen sentido del humor, de su sencillez a la hora de hablar o de vestir y también de sus sufrimientos. Y claro, en todos y cada uno de ellos hizo parte su esposa Claudia, a la que debemos reconocerle no solo su compromiso con la causa de su esposo, sino la fidelidad que le tuvo y las penurias por las que tuvo que pasar en esos largos siete años del secuestro de Alan por parte de los FARC.
Fue precisamente debido a esa solidaridad que despertó su secuestro, la razón por la que la gente volvió a creer en Alan, muy a pesar de la mala experiencia vivida con la esposa en el gobierno anterior cuando fue gobernador y en el cual se notó su prepotencia y autoritarismo desmedido.
Eso estaba olvidado, era empezar de nuevo con un hombre que había vivido la experiencia de un infierno que él, más que nadie, podía describir como un pincel en las manos de Miguel Ángel debido a esa fluidez retórica y a su memoria fotográfica que nos permitía revivir esos momentos sin estar allí. Escucharlo hablar de su secuestro era leer un libro o ver una película con los ojos cerrados.
Finalmente, Alan fue elegido y todos esperábamos que la mayor parte de sus promesas de campaña se cumplieran y que ese cáncer que carcome a nuestra patria, como lo es la corrupción, finalmente haya quedado enterrado en alguna de esas selvas recónditas en las que estuvo en cautiverio inhumanamente.
Pero no fue así, no solo porque Alan se metió en algo que lo trasnochaba desde hace muchos años, como era la obsesión de crear una refinería en el lugar donde se produce más petróleo en Colombia (causa probable de sus problemas), sino porque al ser un hombre que ya era del resorte nacional por su experiencia y la connotación que para el presidente Santos significaba que alguien que duró secuestrado 6 años respaldara la causa de la paz, su agenda nacional le obligó prácticamente a dejar al departamento en manos, nuevamente, de su no muy carismática y más bien si muy repudiada esposa.
Las cosas en el palacio del Bambú, como se le dice a la gobernación, pasaban indefectiblemente por las manos y la voluntad de la esposa de Alan, Claudia Rugeles, algo que muy normalmente ocurre en muchas alcaldías y gobernaciones, pero con la connotación del maltrato, la prepotencia, la vanidad y el poco carácter conciliador de una persona que tenía no solo las ganas de involucrarse en cada una de las decisiones del despacho del gobernador, sino que contaba con el respaldo de sus esposo.
No son pocas las experiencias amargas que tenemos con el tema de la refinería, sino que adicionalmente se leen a diario en los periódicos de imprenta nacional las maniobras de corrupción en un tema tan sensible para toda una nación como lo es el de la salud. El hospital regional prácticamente lo saquearon y todo bajo la lupa y el seguimiento de doña Claudia, porque el esposo andaba ocupado con una agenda nacional y permanecía más en Cuba o atendiendo los problemas que el proceso de paz tenía que administrando el departamento para el que fue elegido gobernador.
Cuando volvió al país, cabizbajo, con el rabo entre las piernas, en silencio, sin esa sonrisa enorme que lo ha caracterizado siempre y ante tamaño problema problema con los gringos, no puedo menos que preguntarme ¿eso de que “hasta que la muerte nos separe” si es verdad en este caso?