La soledad común de la ruptura amorosa

La soledad común de la ruptura amorosa

Como en este relato, muchas parejas llegan a un punto en el que, por el tiempo juntos o la falta de amor, se sientan uno frente a otro y ya no tienen nada qué decir

Por: Marcos Velásquez
noviembre 17, 2022
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La soledad común de la ruptura amorosa

Piense en esta escena: una mesa y dos sillas. Una silla al lado de la otra, pero separadas por un espacio, como si hubiera una silla entre ambas. Dos personas se sientan en las sillas. Una mujer y un hombre.

Para ambos ya ha pasado el tiempo, pero no se habían dado cuenta. No fue el tiempo quien hizo que se sentaran a la mesa; fue el desgaste de ambos. Si quieren, el cansancio de no poder conseguir que el otro sea como se quiere o idealiza. La suma de sus realidades y frustraciones hizo que, en la última pelea, ya se dijeran lo que tenían que haberse dicho, en la primera que tuvieron: “¡Sentémonos a hablar!”.

Ella se siente fea, desabrida y no está a gusto con su cuerpo. Él no le presta atención a su cuerpo, pero es consciente de que ya no cabe en la ropa que tiene, y que cada vez tiene más inconvenientes para adquirir la erección que antaño no necesitaba forzar. En su intimidad, se pregunta si es porque tiene un problema con ello, o es porque ya no siente lo mismo que sentía al principio por ella.

Los hijos no son el problema. A lo sumo, la situación económica sí se ha vuelto un problema porque, aunque ambos trabajan, y por la realidad de la vida, ella tuvo que empezar a aportar para los gastos de la casa con su salario y, aunque él no se sentía bien con eso, por la forma como fue criado, tuvo que aceptarlo, porque era imposible continuar con un solo ingreso.

Ambos coinciden en que hoy trabajan más, tratan de gastar en lo estrictamente necesario, se privan de muchos gustos y, sin embargo, el dinero no les alcanza para llegar a fin de mes.

Ella no se aguantó más en la última pelea y le pegó una cachetada. Él, ofendido, tampoco se aguantó y la empujó, tan duro, que cuando cayó al piso, se alcanzó a golpear con una punta de la misma mesa, donde hoy están sentados, tratando de hablar.

Ella fue la que propuso que hablaran. Él, orgulloso, dijo que no era necesario, que si el asunto era de plata, él salía a prestar plata para resolver los problemas. Ella se rió y le dijo que el problema, aparte de que el dinero no alcanzaba, no era de plata, que se trataba de él y de ella.

Él accedió a hablar y se sentó a la mesa sin saber realmente de qué iban a hablar, porque para él, todo el problema se resume en la falta de dinero para cubrir los gastos de la casa.  Por su parte, ella quería que él fuera consciente de que cada vez estaban peleando más, que ya no tenían sexo y que cada uno estaba por su lado, aunque convivieran y tuvieran una cotidianidad de casa, con los horarios de sus hijos, quienes cada vez son más independientes.

Ella sabe que no está vieja, pero que tampoco está joven. Ella se sentó a la mesa tranquila porque, en su intimidad, ya se ha besado (solo besado), dos veces con un compañero de su oficina que le gusta, sobre todo, porque él le huele rico, y porque él está atento a ella y eso la hace sentir bien, la hace sentir, más que importante, valorada.

Él, sin pensar en ello, y sin llegar a imaginarse que su pareja se ha besado con un compañero de su oficina, está tranquilo porque, en su intimidad, antes de jugar el partido de futbol con sus amigos cada quince días, para “hacer deporte”, pasa por un motel acompañado de una mujer para tener sexo, ocultándole a ella que lo hace “envenenado”, creyendo que ella no se da cuenta.  Sin embargo, esta mujer, como las otras con las que él suele pasar por el motel, solo están pensando en el dinero y no en su placer, porque ni les importa él, ni quieren tener una relación con un hombre como él.

Ella sabe que cuenta con sus hijos. Él se siente tan seguro de sí mismo, que no sabe que solo tiene a su soledad.

Ella está cansada. A parte de la situación económica, el cansancio que le produce el trabajo y el poco tiempo que tiene para ella, a causa de estar resolviéndole cosas a sus hijos que, sabe que todavía la necesitan, ella está en la mesa esperando que él comprenda que lo mejor es separarse, porque ellos dos ya no se entienden, hace mucho no tienen nada en común y ella ya no sabe si quiere algo con él.

Él no sabe qué hacen sentados ahí. Él la mira esperando que ella hable. Como ella no le dice nada y él no soporta el silencio, antes de que ella diga algo, él se adelanta y le dice que van a cambiar el carro. Que ya lo vendió y ya pidió la camioneta monovolumen que a ambos les gusta. Que se la entregan en veinte días.

Ella se ríe sin saber qué decir. Se sintió sorprendida por algo que ella quería desde hacía tres años para acá. Él se siente bien, porque ella no le dijo nada, más, cuando él hizo todo lo que hizo para cambiar de carro, porque se sentía mal frente a sus amigos, quienes tienen carro nuevo, y porque la mujer con la que estuvo el mes pasado en el motel, que le gustó mucho, le dijo que por qué no cambiaba de carro, porque ese ya estaba viejo y olía feo.

Este relato es una ficción. Sin embargo, es el reflejo de lo que pasa por la mente de algunas personas inscritas en el sistema actual, donde cada vez más, él se encarga de borrar al sujeto, su deseo, y construye soluciones que no resuelven el problema del bien común, pero sí ahonda eso que se vive y no se quiere aceptar: la soledad común.

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