Como en la peor expresión distópica o como en un capítulo de Black Mirror que deja caer el velo y nos expone lo peor de nosotros como sociedad, como “humanidad”, haciendo una hipérbole de nuestras tradiciones occidentales, destapando la olla podrida de lo que hemos venido a ser en la era del consumo, la internet y las redes sociales.
Anochecí viendo el video de estudiantes del INEM armadas con cuchillos y tijeras, dispuestas a todo con “Ximena”, listas para quitarle el cabello, y con él, la dignidad, tal vez, en su manera extraña de entender el mundo, la belleza, sobre todo, para mostrar quienes ostentan el poder, quienes y de qué manera “mandan”. '
Y es que hemos aprendido a mandar a las malas, con pistolas y cuchillos, con familiares “del barrio” que “saben” cómo es que se organizan las cosas, con miradas de “malos” que atemorizan a cualquiera que se quiera enfrentar al “status quo” de la cultura de violencia que nos ha heredado la realidad social colombiana.
Los canales privados nacionales saben bien qué es lo que vende, qué es lo que genera fascinación y sacia la sed de los colombianos de a pie que llegan en las noches a sus casas de trabajar, sin muchas ganas de algo, más que de prender las noticias, y esperar las novelas. Narconovelas que se impregnan en la mentalidad de las personas de todas las edades, desde los más pequeños que juegan a ser el Escobar, pasando por adolescentes que parecieran replicar las escenas de Rosario Tijeras, hasta los más adultos, incidiendo en el sueño de una vida light, una vida instantánea que llene los anhelos de riqueza y, de nuevo, por lo menos en las fantasías, regalen la sensación de tener el poder.
Un grupo grande de estudiantes detrás de la cámara no haciendo mucho más que grabar la escena pública de vergüenza, quién sabe si de venganza, quién sabe cuáles fueron las motivaciones que llevaron a quienes acorralaron a Ximena, a tomar decisiones tan drásticas, no creo que haya alguna que justifique el hecho.
Lo cierto es que alrededor se agolparon las miradas y con ellas los ojos de los miles que entre hoy y quién sabe cuántos años más, seguirán viendo lo que pasó, replicarán en tres movimientos y un click, la aberración que se deja notar en el comportamiento; un grupo de niñas que acorraló a una más, la sentenciaron a la deshonra mientras otros miraban gritaban y reían, varios no tuvieron una idea más útil que sacar los celulares a los que se les suele llamar “inteligentes” pero en realidad parecen ser, en casos como este, “retenedores” de la inteligencia de quienes los usan.
Y pienso en mi hijo de un año y se me sube el alma a la garganta, ¿quien va a esperarlo a él a la salida con un cuchillo?, ¿cuantos se juntarán para que no se pueda “volar”?, ¿quiénes lo ayudarán en una situación tan atemorizante?, ¿de verdad los que estén cerca solo van a grabar? Me da físico miedo y no dejo de imaginar qué podrá estar sintiendo en la familia de ella.
El compromiso sigue siendo el mismo, es necesario cambiar el lugar donde vivimos, la manera en que nos relacionamos con el otro, los discursos con los que conversamos las ideas. Porque necesitamos una sociedad más sensible, más humana, menos superficial, más libre, sin las patologías que nos han regalado las lógicas del mercado salvaje, con psicologías más resilientes, que desarrollen las resiliencias internas y que le den la mano a otros para que puedan también tener fuerza en medio de las dificultades.
Sigo creyendo en la transformación social, en la construcción de paz, en la defensa de la vida y de la dignidad. Sigo creyendo “en la locura” de un futuro en el que las únicas Ximenas que se nombren sean a las que esperen sus amigas a la salida para caminar juntas al bus, en el que nos sintamos más orgullosos al ayudar en el bienestar del otro que en cargar un cuchillo y ser el que manda, en el que el arma más fuerte sea un abrazo, en el que no tenga por qué temer que mi hijo crezca en la ciudad a la espera de ser enjuiciado, en el que pueda ver videos donde todos quieran grabar el que todos nos estemos amando.