En uno de esos encuentros con mis amistades de la bohemia, algunos tecnócratas y filósofos de la calle, hubo una historia que escuché y que aquí se las comparto:
Cuando de niño se me llevaba a otros sitios y barrios de Barrancabermeja, diferentes del que vivía, solía tener a mi lado a otros chicos que comían en el piso con trastos y alimentos regados por doquier . Mi conciencia infantil no establecía diferencia entre lo ideal y lo imperfecto e inhumano. Todo me parecía lúdico, y con inocencia compartía con aquellos chicos.
A medida de que me aproximaba al conocimiento quizás fui adoptando una tolerancia al panorama de la ciudad, ofreciendo de manera poco frecuente algo de beneficencia con colaboraciones de una etérea solidaridad y en ínfimos instantes de conmiseración. Apreciaba cómo esa condición mantenía a la ciudad en un estado al límite de lo socialmente justo.
En muchas ocasiones y reuniones de altos administradores públicos se mostraba una ciudad socialmente saludable a través de advenedizos indicadores, divulgados por quienes dicha situación contribuía a momificarlos en el poder sin ninguna responsabilidad. Obviamente en los genuinos y legítimos hijos de esta tierra siempre ha palpitado el espíritu de la crítica sincera buscando permanentemente, las cosas buenas verdaderas y bellas, estudiando y trabajando honestamente.
Sobre estos dos conceptos, pilares fundamentales para dar un salto social, el estudio y el trabajo, que son los únicos que sirven para salir de muchas condiciones adversas, habría que preguntarse qué tan grande es el deseo de estudiar de quienes asisten a una clase todos los días, cuánta dedicación quieren ofrecer a sus propósitos, cuántos deseos tienen de esforzarse para alcanzar lo que anhelan, cuántas ganas tienen de no seguir siendo un número en los malogrados suplementos alimentarios, o del subsidio de transporte público y ya no ser más nunca una cifra más de las estadísticas de los advenedizos indicadores de la ciudad.
Puede que muchos en su cómodo plan de víctimas, que alimentan las políticas mesiánicas, alguna vez manifiesten algo de conformidad por haber recibido algún tipo de beneficio o prebenda momentánea que calme su clamor con una eutanásica actitud de mantener el orden a las entidades encargadas de mejorar la esencia de la ciudad y dedicadas juiciosamente a repartir de mala manera la miserableza a migajas, en quienes cambiarán su intelectualidad en el éxtasis de juventud por estar inmersos a la ignorancia mayúsculas de un celular o un tierno amor o muchas dulces promesas por doquier.