En pleno siglo XXI, donde la mayoría hemos dejado de lado los libros en papel por los digitales que se compran en línea y ahora, ya no se guardan en la biblioteca sino en la nube, encontramos que hasta la forma de relacionarnos y mostrarnos depende de lo que las redes sociales y la tecnología exige que seamos.
Pues sí, por ejemplo, ahora es un pecado ser feo en Instagram o la vitrina de la moda universal como también es conocida, si bien es una red social muy popular que ofrece la opción de compartir fotografías con otros usuarios y poder recibir “me gusta”, el objetivo es conseguir seguidores y que las imágenes sean atractivas al público, por lo que las personas publican una vida que muchas veces no es acorde a la realidad y fotos en las que físicamente se ven “bien”, pero que en ocasiones los filtros que tiene esta aplicación ayudan a multiplicar la “belleza” a los ojos de quien así lo aprecie, con la salvedad de que este concepto es subjetivo y depende de la forma en que lo que interprete cada uno.
Pues ahora el e-commerce, fashion blogger, influencer, hashtag, los likes, followers, el share, la selfie, etcétera, parecieran ser el lenguaje universal.
De esta manera, las redes y la era digital les exige a sus usuarios no solo una interacción para “medianamente ser visibles” en el mundo, sino que también pide a gritos un estilo de moda, a veces soberbia y petulante, que se debe adaptar a la exigencia social de lo que difunden y se publica en redes sociales. No solamente zapatos o ropa que está en tendencia y de marcas internacionalmente reconocidas, también el lenguaje, colores los paisajes, momentos, canciones, memes y hasta lo que se debe hacer diariamente.
Tanto así que en ocasiones si no eres una chica o chico Louis Vuitton o Gucci no eres nadie, ¿cómo es posible no contar con una prenda o accesorio de estas marcas en el armario?, se preguntan muchos, por lo que la compra de las llamadas réplicas triple A o 1:1 se venden como pan caliente para satisfacer a una sociedad consumista que multiplica las redes sociales o para poder ser reconocido como una persona “fashion y con estilo” y así, obtener más seguidores, lo que la hace más popular y con mayores opciones de encontrar el contrato de publicidad "soñado".
Aunque hay que reconocer que estas marcas cuentan con diseños que atraen al público y son funcionales para mujeres y hombres en los que se reconocen artistas que se convierten en iconos de la moda.
Lo inquietante es que en las redes se pierde, aclaro no siempre, lo que se denomina “auténtico”, “real” u “original” como la “verdadera” felicidad ya que en últimas el ser “genuino” permite ser lo que se quiera ser, por lo que se le apuesta al desarrollo de un propio estilo de vida, moda y lenguaje, y no se permite repetir lo que las redes sociales dictaminan al encontrarse en sí mismos y lograr una pauta inspiracional.
Así, aquellos que no dependen de lo que exigen las redes sociales, hacen escuchar sus opiniones y se expresan sin temor, no juzgan, valoran y conocen sus características físicas; se cuidan emocionalmente y hasta son curiosas. Por esa razón abren su mente y se apropian de su moda dándole la oportunidad a la expresión del vanguardismo e innovación en el arte del buen vestir.
Las redes sociales no solamente actúan como la llamada presión social de: “¿A dónde va Vicente? ¿A dónde va la gente?”, pues de acuerdo con investigaciones el uso y seguimiento reiterativo de estas crea daños severos en la salud mental y muchas veces provoca ansiedad, depresión, comportamiento adictivo y hasta distorsión de las ideas que se tienen sobre el mundo. Sin embargo, han permitido acortar distancias, comunicarse y “empoderarse” del volumen de información que existe en internet.
Por esta razón, es claro que a través de esas tendencias la sociedad ha pasado de los análisis y la vida profunda, a la superficial.