Judith I. Cuadro de 1909 por Gustav Klimt.
Ícono del Simbolismo, Gustav Klimt ilustra en este cuadro la sensualidad fatal de la mujer.
La sensualidad vital de una mujer…
La mujer de grandes labios, con ojos seductores trata de cautivarte, te dan ganas de besarla, de recorrer sus fronteras, explorar sus imperfecciones, descubrir su perfección. Como las gaviotas se hunden con la velocidad de un rayo en el agua, así mismo rasgar su cuello, sentir la erección de sus poros. Acariciarle el vientre como el viento arrulla el trigo en los trigales y robarse las esporas. Adentrarte en sus manos para experimentar la paradoja, tenerla y no tenerla… Cuando viene la sensación de no tenerla sentís un latido, uno que te arranca el pecho, entonces alzas la cabeza y la mirás a los ojos. -Tranquilizate, tranquilizate, te decís a vos mismo-.
Y cuando te das cuenta de que sus ojos grandes están ahí, querés clavarte otra vez como las gaviotas, pero ahora ya estás tranquilo, mucho más tranquilo, y entonces, como en el cuadro, mientras tu cabeza descansa sobre el vientre de la musa, cerrás los ojos y pensás en la imagen de Klimt, se te vienen mil pensamientos, es una ola, arrasa, no podés organizarlos, solo querés que se vaya la idea, estúpida idea, que te enseñaron cuando eras chico: “Las mujeres hermosas son fatales”; deseás seguir ahí tranquilo, sin que nada te perturbe y de pronto te acordás de que leíste a Baudelaire y en ese momento le decís a tu acomañante:
“Es un oficio duro el de mujer hermosa,
y es un trabajo muy banal
danzar desfalleciendo lo mismo que una rosa
con una sonrisa maquinal!”
Para una mujer de ojos grandes…
