Esperanza. Ilusión. Unión. Pasión. Triunfo. Ánimo. Fervor. Emoción. Entusiasmo. Alegría. Honor. Alborozo. Júbilo. Felicidad. Admiración. Verraquera. Dignidad. Orgullo. Frenesí. Delirio. Diversión.
Hay una imagen que podría resumir todos los adjetivos anteriores con los que los colombianos han expresado todo cuanto les significó la participación de la Selección Colombia en el Mundial Brasil 2014. Pero la escena, curiosamente, no la protagoniza un compatriota. En ella está moviéndose de lado a lado un argentino menudo, de cabeza cana y de amplia experiencia. Tiene la mano en la barbilla, sus ojos siguen el balón. Se para. Se vuelve a mover hacia al frente como intentando ayudar a finalizar el disparo. Entonces sale corriendo sin rumbo, se devuelve, mira a su banco, hace el amague de llevarse las manos a la cara pero la emoción no le da. Ríe. Vuelve a mirar al banco donde saltan por la emoción sus otros jugadores. Mira con respeto a su capitán y lo abraza con timidez. No se sueltan por varios segundos. Ahora si se lleva las manos al rostro. La cámara lo enfoca. El hombre trata de ocultar algo. Disimula acomodarse las cejas. Pero no. No puede más. Las lágrimas son más fuertes y se le resbalan. Quién sabe hace cuánto no lloraba. Se seca el par de gotas, toca su nariz varias veces y se acomoda aquel traje gris que nunca se le arrugó. Pékerman celebra el cuarto gol de la Selección Colombia frente a la Selección del Japón, anotado por la figura del momento: James Rodríguez. Son lágrimas de felicidad.
Casualmente, toda la alegría comenzó con lágrimas. Iniciando agosto del año 2011, la tricolor era dirigida por Hernán Darío Gómez quien un mes antes había fracasado en la Copa América. La historia ya está más que contada: el Bolillo estaba de descanso en Bogotá, se preparaba para el debut de Colombia en las eliminatorias para el Mundial de Brasil. Le dio por irse a tomar unos tragos a un bar de salsa llamado El Bembé, se pasó de copas y de celos y la emprendió a golpes contra la humanidad de una mujer llamada Isabel Del Río. Su amante. Ante los llantos y los gritos de auxilio, Boris, un habitante de la calle, la salvó y un periodista que estaba en el sitio regó el pleito. No pasaron tres días y Gómez asumió la premisa de los cobardes: mandar una carta de disculpas donde advertía su renuncia.
Su asistente, el reconocido exjugador y ahora técnico Leonel Álvarez, tomó las riendas que rompió su amigo. Pero no las pudo remendar. No obstante, hay que advertir que Álvarez es el técnico a quien se le debe el mejor descubrimiento de esta camiseta en dos décadas: poner a jugar a un muchachito -desconocido para muchos- de apellido Rodríguez, de nombre James y que apenas desfloraba los 22 años. Una llama se prendió con el debut de aquel equipo cuando le ganó a Bolivia de visitante allá en La Paz con un lacónico 2 a 1. Pero el castillo se desmoronó y vino el empate frente a Venezuela en Barranquilla y en ese mismo escenario la paseada que nos pegó Argentina con un Messi que corrió desde la Avenida Cuarenta hasta el arco norte del Metropolitano para meter un golazo que por meses silenció al país. La suerte estaba echada, nos volvíamos a resignar a ser perdedores.
Mientras tanto en las oficinas de la Federación Colombiana de Fútbol, sus directivos pensaban y pensaban… pero en sus onerosos puestos. El público de a pie pedía un técnico extranjero para acabar con las roscas de: “yo te convoco, a ti te venden y tú me llevas en ese negocio”. Incluso, hasta el propio Presidente Juan Manuel Santos, sugirió lo que gritaba el circo aunque no tuviera idea de lo que se solicitaba. Como todos los directivos marrulleros, en silencio y escondidos fraguaron la echada de quien les había servido. El regalo de niño Dios de aquel diciembre de 2011 para Leonel fue la llamada de una secretaría, ni siquiera del directivo de la federación, donde le decían que pasara por la gerencia para firmar el despido.
Apenas dos semanas transcurrieron y se dio el gran anuncio: José Nestor Pékerman firmaba como nuevo seleccionador de fútbol de la categoría de mayores de Colombia. Pero ¿quién era este hombre de manos huesudas, hablar pausado y pelo sabio? Habría que empezar por lo más grande. Pékerman traía una hoja de vida envidiable: tres veces campeón con Argentina en mundiales Sub-20; también, los que saben de la materia dicen que a él se le debe que hoy el mejor jugador del mundo, Leonel Messi, vista la camiseta albiceleste porque cuando al muchacho no lo conocía nadie, Pékerman hizo que lo inscribieran -así no pudiera jugar- en una lista de convocados a la sub 19, antes que se lo llevara España; además, en el mundial de mayores Alemania 2006, José Néstor llegó hasta cuartos de final donde no perdió ningún partido y salió frente a la selección anfitriona; se retiró de manejar los seleccionados de su país y estuvo hasta el 2009 dirigiendo equipos locales en México; descansó dos años hasta llegar a la Selección Colombia.
Negativa, la gran prensa colombiana lo recibió con dudas. Se le criticaba su millonario contrato y la exigencia de haber traído a su propio team que aumentaban los honorarios. Entre ellos estaban sus asistentes de campo Néstor Lorenzo y Pablo Garabello, sus preparadores físicos, Eduardo Urtazun y Patricio Camps y hasta un analista de vídeos, el experiodista Gabriel Wainer. El extranjero inició con pie derecho su trabajo derrotando a Perú en Lima, donde convocó una base de jugadores con los cuales los hinchas empezarían a verse representados, entre ellos el arquero David Ospina, el capitán Mario Alberto Yepes, el delantero Falcao García y el volante James Rodríguez que anotaría el tanto del triunfo, aunque es de recordarse que con Leonel Álvarez aquel muchachito había salido como figura en La Paz frente a Bolivia.
Su segundo paso lo metió en un charco por descuido. Colombia perdió 1 a 0 frente a Ecuador en Quito. Y ahí la prensa deportiva tuvo la “papaya” para darle palo al argentino. Entre los boquisueltos no pudo faltar el experimentado Iván Mejía. El periodista de diez columnas en el diario El Espectador, seis se las dedicó negativamente a Pékerman: “Ah, señor Pékerman: ojalá le ganemos a Uruguay, porque no hacerlo sería meterse de cuerpo entero en la tumba…”, escribió Mejía. A la tumba se tuvo que ir a esconder Mejía porque Colombia inició su racha hacia la cúspide. Goleó 4 a 0 a Uruguay, mientras que en un partido para la eternidad, la Selección que empezó perdiendo frente a Chile en Santiago, le ganó 3 a 1, elevando a James Rodríguez y a Falcao García como las nuevas figuras del país.
Desde el partido contra Chile, Colombia se unió en un solo idilio. Los datos lo argumentan: tan solo el rating del Canal Caracol durante los partidos creció en un 120%. Casas, apartamentos, oficinas, cafés, talleres, restaurantes, bares, pantallas al aire libre, sintonizaban los encuentros de la Selección. El país se paralizaba, los medios registraban las calles desiertas durante los noventa minutos de las eliminatorias y después los periodistas salían a cubrir las enormes caravanas de celebración. Lágrimas y gritos de alegría aún hacen eco después de los juegos frente a Bolivia, Perú, Ecuador, Paraguay y los espectaculares empates contra Argentina y Chile. Colombia entraría al Mundial Brasil 2014 en el segundo lugar de la clasificación con 30 puntos; sería cabeza de serie; Falcao se convertiría en su goleador con 9 tantos; mientras que Pékerman, después de recibir a la Selección en el puesto 56 del ranking de la FIFA, lo catapultaría al séptimo lugar. El único lunar, la lesión de Falcao García justo seis meses antes de iniciar el mundial.
“Aquí no viaja un equipo, viaja un país”, con este slogan escrito a lado y lado del bus que recogió al equipo en el aeropuerto de Belo Horizonte, la fanaticada colombiana de facto se enteraba de la unión que tenía este grupo dentro de su intimidad y dentro de la cancha. Per se, ese virus benigno contagiaría a todos los ciudadanos, desde el Presidente hasta sus opositores. Para muestra un botón, en cada una de las campañas políticas a la Presidencia, justo en pleno mundial, la prensa destacaba una particularidad: un pueblo unido a una sola causa, su Selección de Fútbol. En el primer partido del mundial de Colombia frente a Grecia, la hinchada estaba tan llena de júbilo que obligó a la transmisión del mundial a retrasarse porque no pararon sus cantos cuando el himno se apagó, sino que corearon una estrofa más. No llevábamos cinco minutos del primer tiempo y apareció el baile. La vida no es coincidencia es realidad: justo el hombre del sabor pacifico fue quien abrió la senda de triunfos de Colombia, el defensa Pablo Armero hizo el primer gol de la Selección en el mundial y puso de moda las celebraciones bailando. Bailando salsa choke.
Entonces aparecería un ídolo. Un rostro. Un dios a quien venerar. El hombre que pondría el pecho bajando a recuperar, tirando pases, haciendo pausas y finiquitando el partido con un golazo: James Rodríguez. Se despertaría la Jamesmanía. La camiseta 10 con los colores gloriosos no se conseguía en las tiendas de Adidas, era la más revendida en las esquinas y la más encargada a las maquilas piratas de todo el país. Si Argentina tenía a Messi, Colombia tenía a James.
El segundo partido fue un sueño. El muchachito de 23 años corre hasta la mitad de la cancha para no dejar ir el balón. Manda un pase largo y obliga a los marfileños a enviar la redonda al tiro de esquina. Cobra Cuadrado y de cabeza anota James. Baile, gritos, llanto. La cámara enfoca hasta al Presidente Santos en la tribuna, despierto y saltando. El Real Madrid pone los ojos en aquel muchacho a quien su técnico en el Mónaco le ‘bajaba caña’ y lo dejaba sentado o lo regañaba en público si arriesgaba con una jugada. En el segundo tanto de nuevo James. A pesar de ser goleador, de tener que estar adelante, recupera de nuevo otra bola, no le importa hacer de defensa. James, puro sacrificio y voluntad. La jugada termina en la malla contraria después de un certero disparo de su hermano de generación Juan Fernando Quintero.
El tercer partido contra los japoneses es un RAS TAS TAS completo. La tribuna baila cumbia, vallenato, salsa, reggaetón y por supuesto la canción de salsa choke que identifica al equipo en todo el mundo, nuestro ras tas tas. Gol de cuadrado, gol de Jackson, repite Jackson con otro ‘pepazo’, pero el que hace llorar a Pékerman es el cuarto de James. Su muchachito, anota de seguido en los tres partidos de la primera ronda. La fanaticada llora más cuando el técnico decide meter a al caleño Faryd Mondragón con 43 años de edad, a cerrar el partido por tres razones: agradecimiento, lealtad y un record. Faryd llora, Colombia llora. Alegría por doquier. En Colombia los establecimientos públicos eran una mina de oro. El emperador Gustavo Petro, incluso, dejó la hora zanahoria solo hasta las 10 de la noche para que la gente se entonara con algunas cervezas.
Fotos de Óscar Iván Zuluaga con la camiseta puesta, fotos de Iván Márquez en La Habana con la tricolor forrándole la barriga, retratos de Álvaro Uribe aplaudiendo un deporte del que no sabe nada, la llamada de Juan Manuel Santos para felicitar a Pékerman. Todos en una sola orilla.
Llegan los octavos de final frente a una selección Uruguay cargada de dolor porque le han expulsado a su mejor jugador por el resto del mundial. De nuevo James, dos goles, pero uno de ellos, el de media volea, se encumbra como la mejor anotación del certamen orbital. Los reporteros deportivos de todo el planeta vuelcan su mirada hacia aquel jugador nacido en Cúcuta, criado en Envigado y formado en la Argentina.
La camiseta amarilla y la roja no solo traían satisfacción, también ganancias económicas. Adidas reportó la venta de más de un millón de camisetas durante el certamen. Así mismo, según un reporte de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco) los negocios alrededor del mundial reportaron un alza en sus ventas del 23%; sobre todo los almacenes deportivos, de electrodomésticos y licores -Bavaria uno de los 12 patrocinadores de la Selección Colombia se anotaba varios goles con sus campañas publicitarias-.
Llegaría un final agridulce. Pero más dulce que agrio. A Colombia le tocó lidiar en cuartos de final con el país anfitrión, Brasil. Todas las apuestas estaban con la verde amarella. Las calles colombianas eran un desierto y fue el día de más rating en los dos canales privados de televisión, aún, compitiendo con la full trasmisión de DirecTV. En un partido apretado donde la Selección no bajó la guardia ni desde el minuto siete cuando los brasileros anotaron el primero, ni en el minuto 69 cuando pot suerte entró el segundo, los muchachos de Pékerman no se daban por vencidos. Penal en el minuto 80 y James hace su sexto gol en el campeonato –anotación que elevó por primera vez a un colombiano como goleador de un mundial de mayores-.
Entonces vendría la polémica: minuto 88, cobro de tiro libre, un reverbero en el área y Yepes mete el balón en el arco de Brasil para empatar el partido e ir a penales, pero pero pero el árbitro Carvallo anula el gol. La frase “Era gol de Yepes” tuvo tanta repercusión en el país, por la pasión que despertó la Selección, que ya se han registrado varios establecimientos con ese nombre, e incluso hasta una canción de champeta nació después de aquella ilusión que no fue.
Muchos hoy se preguntan qué fue lo que despertó aquel nacionalismo que hace décadas no existía en el país. Hernán Peláez dijo en su momento que todo empezó con Pékerman: un hombre que no se dejó llevar por sus egos y se la jugó con James, el muchachito que llevó las riendas del equipo de manera sigilosa pero certera; su lealtad de Mario Alberto Yepes que con su edad y profesionalismo le dio a la selección jerarquía; y las batallas de unos soldados que pelearon hasta el último minuto por una misma camiseta. James hoy es ídolo en España, fue el deportista más buscado en Google y el cuarto fichaje más caro del mundo. Se debe estar mordiendo los juanetes el técnico del lujoso Mónaco por haberlo dejado ir. Para la historia, la escena de aquel 10 llorando de dolor porque sentía la camiseta, entonces su llanto y amor se transmutó a 45 millones de colombianos más que lloramos de alegría.
Twitter autor: @PachoEscobar