No obstante los reconocimientos internacionales que casi todos los años reciben las estructuras comunitarias de los indígenas, las consabidas fotos que se han tomado los presidenciables de derecha con una que otra autoridad tradicional indígena, y la abundante jurisprudencia nacional e internacional que obliga al Estado colombiano y a la sociedad nacional e internacional a respetar y defender la autonomía pero sobre todo la vida de los pueblos originarios (muchos de ellos en vía de extinción física y cultural), cada que los pueblos ancestrales ejercen el derecho a exigir respeto por los acuerdos y el cumplimiento de la ley se lanza sobre ellos la andanada de descalificaciones, condenas y satanizaciones por boca de esos mismos que se toman fotos con ellos en busca de su favor electoral.
Nuevamente las distinguidas familias del suroccidente colombiano, dueñas de periódicos, socias de cadenas de noticias, prestantes miembros de gremios como el de la caña de azúcar, la ganadería y el transporte, sacan por enésima vez todo su arsenal de verdades a medias, desinformaciones, prejuicios, pero sobre todo racismo, para cargarle a las mingas todo el peso de su ya casi milenario desprecio aristocrático por esos seres a los que alguna vez dieron oficial permiso para ser tratados y cazados como animales, solo hasta mediados del siglo pasado en las tristemente famosas guaibiadas.
Estas notables familias de la pretendida aristocracia criolla, con lazos en Bogotá y en Cartagena, nuevamente azuzan a la población desinformada con especies como la de que esos indios son dueños del 30% de las tierras de este país, reciben más ingresos per cápita que cualquier otro colombiano y no pagan impuestos como cualquier otro colombiano. Y que por tal razón carecen de los derechos de los que (según estas familias de rancio abolengo) disfrutan todos los demás colombianos y que por tanto deberían, como mínimo, estar confinados en sus resguardos o ser cazados, ahora por el Esmad, el ejército o las gentes de bien, asistidas por el derecho otorgado por el notablato, para acabar de exterminar a esa gleba irredenta culpable de que este país no sea más blanco y noble.
En un exceso de cinismo, estos familiares de expresidentes, exministros y eternos candidatos a alcaldías en Cali, Popayán, Bogotá y Cartagena le endilgan a las mingas la culpa de la desinstitucionalización del Estado colombiano, la falta de eficiencia en la asignación de recursos y la ineficiencia de las presidencias, ministerios, instituciones descentralizadas y el Congreso que ellos han dominado por más de doscientos años. Por ahí don Kiko LL. reclama, al igual que los enmascarados supuestos miembros de la reserva del Ejército de Colombia, la debilidad del actual gobierno y exige parar de una vez por todas el tal embeleco de la protesta social, que ningún bien le hace a la pujante industria colombiana, en vías de inundar con manufacturas los mercados del mundo, como también exigen acabar con el taponamiento de la flamante infraestructura vial de quinta generación que posee Colombia.
Hablan de un libreto y de la repetición de la repetidera, olvidando convenientemente mencionar que el libreto lo escriben ellos, allá en las altas esferas del gobierno nacional, al incumplir impunemente lo pactado, cuando no obedecen las prescripciones de la ley en torno a los derechos de los pueblos originarios o cuando por vía de sus proyectos jurídicos, económicos y sociales acaban con los pocos avances en la protección de sus vidas y sus territorios.
Ya empezaron a recitar su libreto sobre la inconveniencia de la minga por afectar la economía del suroccidente y de Colombia (¿la de las grandes importaciones y del contrabando o la de la minería y el narcotráfico?), la movilidad de los ciudadanos e incluso de la salud (¿cuántas personas se están movilizando ahora en un escenario de restricción oficial de la movilidad?, ¿hablan de salud en una endeble infraestructura que ha sido asaltada por las EPS de las que también son socios?). Además, hablan de limitar la protesta social y ya empezaron a decir que hay infiltración de la minga y las protestas por parte de grupos armados (¿los policías disfrazados en las protestas, ahora filmados y puestos en evidencia?, ¿los amigos del personaje que entrevistaron por sus medios, al que solo le faltó dar su dirección de residencia y las señas de su casa?).
Sí. Ya empezaron a satanizar la minga, acusándola de repetida pero eficiente, de falta de originalidad pero amenazante, de movilizadora de masas pero politizada. Nuevamente apelan a la endémica desinformación e ignorancia de la mayoría de los colombianos, incluso de algunos de estos lados del Cauca, con mitos sobre una prosperidad que nunca han tenido y sobre una riqueza que solo conocen cuando los ven a ellos, a los I., los CH, los M., los LL., los H., los V. y demás descendientes apócrifos del anhelado Virreinato de la Nueva Granada.