A comienzos de los años setenta Juan de Dios y Ana Celsa, un par de campesinos de Nueva Antioquia, Turbo, se juntaron. Vivían, como la mayoría de la población, del banano y de la pesca. Uno de los pocos consuelos que tenían era levantarse cada mañana, caminar una hora y ver entre la espesura de la selva el mar Caribe.
La pareja de campesinos vivía de la cría de marranos y de los huevos que pusieran sus gallinas y con eso levantaron a los nueve hijos, cada uno cogió su camino. Caminos que los sacaron del pueblo y los alejaron de la sencilla vida campesina. El primero que se vio tentado por la guerra fue el hijo mayor Juan de Dios. Tenía 17 años cuando la guerrilla del EPL lo reclutó en la primera oleada de la guerra en Urabá y en Antioquia en los años 80. Dairo Antonio, el hermano que le seguía, quien le copiaba todo lo que hacía, se fue con él al monte. Doña Ana Celsa jamás se los perdonó.
Pero la guerra y los negocios ilegales parecían correrle por la sangre a los Úzuga, y la familia extensa, se fue involucrando como un verdadero clan. A comienzos del 2006 empezaron a armar una verdadera mafiosa y criminal. De los nueve hermanos, la mitad se involucró, uno fue asesinado, además Otoniel, hay otros tres detenidos, junto a once primos y tres sobrinos; todos dispersos en distintas cáceles. El único Uzuga que ha caído fue precisamente Juan de Dios y el día que lo mataron fue el último en el que toda la familia estuvo reunida.
A Juan de Dios Usuga, nada le gustaba más, por encima de la plata, el aguardiente y la adrenalina de coronar embarques de coca en Estados Unidos, que las niñas. Fundó con su hermano Dairo, el clan de los Usuga y desde entonces se llamaron Giovanny y Otoniel. Empezaron con un puñado de gatilleros, remanentes de las autodefensa, quienes los seguían en todo: usaban las mismas esclavas de oro, escuchaban los mismos vallenatos de Faryd Ortiz, eructaban después de comer, se contagiaron de la fiebre por los juguetes sexuales que les llegaban desde Medellín y, por supuesto, acompañaron la afición por las menores y también por los niños. La caída de Juan de Dios en 2012 provocó el primer paro armado en Urabá y la Costa Atlántico, con el que los Úzuga quisieron probar finura, como se dice en la mafia.
A los hermanos Úsuga aprendieron a disparar en la guerrilla del EPL en Antioquia. Dairo formó parte del frente Elkin González y Juan de Dios del frente Luis Carlos Galán. En vez de desmovilizarse en 1991 los Úsuga migraron a las Autodefensas de los hermanos Castaño. Se movían en Urabá y Córdoba y luego pasaron al Meta donde, de la mano de Vicente Castaño, armaron el Bloque Centauros. Conocieron entonces a Henry de Jesús Pérez, alias Mi Sangre –detenido en el 2015 en Buenos Aires- y a Daniel Rendón, alias Don Mario, una alianza de la que nació el Clan del Golfo. Imbatibles en la exportación de coca a Estados Unidos por Buenaventura y Tumaco pasaron a convertirse en los amos del Pacífico.
Sus atronadoras fiestas con menores de edad y ríos de aguardiente pasaban desapercibidas para las autoridades hasta que un error los puso en el ojo del huracán: el asesinato en enero de 2011 en San Bernardo del viento de los estudiantes de los Andes, Margarita Gómez y Mateo Matamala, dos excursionistas que acamparon cerca a un embarcadero de droga en el Golfo de Morrosquillo, en un área controlada por ellos. Pasaron a convertirse objetivo militar.
Con la operación Colombia 25 de Comandos jungla y Comandos lobo, el ejército les pisó las talones hasta lograr saber todo sobre los hermanos Giovanny y Otoniel. Identificaron su presencia en catorce países de América Latina y en España y en Urabá contaban con el apoyo de los pobladores. Habian construido una red de “Puntos”: muchachos en chancletas de plástico y vestidos con camisetas de fútbol que, a cambio de dos salarios mínimos y un Blackberry, los mantenían informados de los movimientos en la zona. Y además, los proveían de niñas que raptaban y trasladaban a sus caletas en el Tapón del Darien.
Una de ellas fue Zulli quien terminó en manos de Giovanny en noviembre del 2011. Tenía doce años y había nacido en Turbo. Su propia mujer Elvira Sánchez, una voluptuosa mujer de cuarenta años hecha a punta de silicona, se la habia ubicado y Zulli se volvió en su preferida. Allá llegaba a la cabaña enterrada de la selva del Darién cubierta de maleza y con una mula en la puerta trasera preparada para el escape. La misma guarida donde celebrarían de la fiesta de año nuevo.
Un avión del ejército sobrevoló durante once días la zona hasta ubicar la cabaña. Geovanny supo que lo seguían. La carnada había sido Zully. Desde el 20 de diciembre les advirtió que buscaban al vallenatero Farid Ortiz para la celebración; un plan que no les funcionó y los forzó a buscar en Turbo un grupo de reemplazo. La inteligencia militar hizo la tarea. Ubicó el conjunto contratado y Logró colocarle a uno de os músicos un GPS en la guitarra.
El dispositivo se encendió al mediodía del 31 de diciembre en Acandí, en plena selva chocoana. Determinaron la casa de dos plantas donde sería la fiesta clon 150 invitados entre los que habían 35 menores de edad raptados en Urabá. Se proveyeron de ochenta cajas de aguardiente y sacrificaron 25 novillos. Era un festín apoteósico. También asistiría Otoniel. El golpe contra el Clan del Golfo prometía ser devastador.
El equipo de asalto de la operación Colombia 25, compuesto de dos Black Hawk y tres helicópteros convencionales partiría del aeropuerto José María Córdoba en la madrugada del 1 de enero del 2012. Zully, sigilosa, tomaba distancia del grupo para orientar al ejército. En un lado asaban carne y en el otro se ubica el kiosko del baile y la cocina. La niebla espesa de la jungla dificultaba la labor del ejército.
Amanecía el primer día del 2012 cuando dos Black Hawk, como pájaros mitológicos, quedaron estacionados debajo de la casa. Niños corrían semi-desnudos mientras los hombres de Geovanny disparaban usándolos como escudos humanos. Los 45 comandos Jungla y Lobo evacuaron los helicópteros con sogas protegidos por el otro Black Hawk que cercaba la cabaña a bala. De pronto reinó el silencio. En la cocina encontraron tres hombres heridos mientras en la casa cuarenta niños, entre 12 y 15 años lloraban asustados. Los músicos temblaban de miedo detrás de un tanque de agua. La habitación de Geovanny estaba plagada de consoladores y todo tipo de juguetes sexuales.
La mamá de los Usuga apareció en escena. Insultaba al ejercito coreada por Elvira, la mujer de Geovanny. Responsabilizó a los músicos de la ubicación lograda por el ejército. La borrachera era general. No aparecía el objetivo hasta que los comandos identificaron un cuerpo voluminoso moverse entre la maleza. Buscaron su entrega. “No me rindo, soy un hombre de guerra”, fue la respuesta del mayor de los Uzuga. Recibió un disparo en el pecho y otro en la pierna. Quedó tendido en el suelo. Vestía el uniforme de un equipo de futbol de barrio, estaba armado de dos pistolas y un fusil M4. Conservaba el anillo en el anular derecho con la letra J. Era Juan de Dios Úsuga, apestaba a alcohol y estaba muerto. Otoniel se había esfumado tres horas antes. Y entonces empezó a juntar familia, un circulo de la que confiaba completamente.
Con la caída de Geovanny nacieron las Auodefensas Gaitanistas Unidas de Colombia, aunque para las autoridades seguían siendo el Clan del Golfo. Otoniel desafió el poder del Estado con un paro que llego hasta Santa Marta cuyos volantes iban firmados por las nacientes Autodefensas Gaitanistas en un intento por darle un tinte político a una banda criminal a la que solo la mueve el narcotráfico. Diez años después, ya en una cárcel en Estados Unidos, Otoniel y sus hombres vuelven a desafiar al Estado en un paro armado que este 9 de mayo llegó a su fin.
Además de esto están las conexiones con las iglesias cristianas. A través de un conglomerado de iglesias en el año 2015 la Fiscalia pudo determinar que el Clan del Golfo lavó, por lo menos, USD 1.000 millones de dólares. El hombre que recibió buena parte del dinero -720 millones- fue un pastor que vivía en República Dominicana. La mujer que administraba esta operación era la propia esposa de Otoniel, Blanca Senobia Madrid Benjumea quien hoy en día está libre y que vive cómodamente en Cali.
El papá de Otoniel murió durante la pandemia y la mamá no sale de la vereda La Fortuna, a 20 kilómetros de Chigorodó, en una casa de madera que nunca quiso cambiar, todo porque jamás recibió un peso de los costales de dólares manchados de sangre que le ofrecían sus hijos.