Los brasileños han elegido a Jaír Bolsonaro como su próximo presidente. No cabe duda que con esa decisión, una de las democracias más pobladas del mundo queda en manos de un gobernante de extrema derecha.
En Estados Unidos e Italia ya se había vivido esa experiencia política, que en America Latina replicaron países como Chile, Argentina, Perú y Colombia.
¿Por qué ese giro político?
Para empezar, pongamos las cosas en su justa medida:
La extrema derecha sabe canalizar mejor que nadie el malestar evidente que sufren las clases media y baja, gracias a un marcado discurso populista. Como esos son los sectores que más asumen los efectos negativos de la globalización, es decir, precariedad laboral, bajos sueldos y la amenaza permanente de paro, los ultras, como se les llama, estimulan el miedo a perderlo todo.
La consecuencia del temor infundido es la radicalización individualista. Entonces surgen actitudes como: primero yo, sálvese quien pueda y, si me permiten un coloquialismo, marica el último.
Lo otro que es que el crecimiento económico de los países se ha vuelto cada vez más complicado. Hace ya 12 años que se superó el pico de extracción del petróleo, según datos de la Agencia Internacional de la Energía. En otras palabras: producir es cada vez más caro e implica un creciente sacrifico social (lógicamente, no son las élites las que asumen el mayor coste de producir). Ahí aparecen las explicaciones de Trump, Salvani y Bolsonaro, que por supuesto son las mismas: “no hay para todos, los recursos se están agotando”. Y sus propuestas, idénticas: blindaje de las fronteras, repliegue nacional identitario y guerra por los recursos, claro, con la negación del cambio climático y el afán por apurar los combustibles fósiles que quedan en Alaska o en el Amazonas.
Eso va de la mano del retroceso en derechos, libertades y medio ambiente, pues primero “hay que disponer de recursos mi país”.
La estrategia se cierra con la manipulación de la ciudadanía a través de las redes sociales, que bien funcionan en campañas electoral y en el propio ejercicio gubernativo.
Poco importan verdades, como que durante los gobiernos de izquierda el índice de pobreza extrema bajó un 63% en Brasil, de acuerdo con el Instituto Brasileño de Investigación Económica Aplicada. Es que Trump, Bolosonaro o Duque pueden mentir sin ningún pudor y difundirlo masivamente por WhatsApp, pues el individualismo que promueven y el terror que siembran es rentable en el corto plazo.
Mientras tanto, las élites de los partidos de izquierda no han sabido dar respuesta a los planteamientos populistas de la derecha, por su incapacidad para atenuar el miedo y el odio entre personas, razas o países que infunden aquellos.
¿Cual es la alternativa? Volver a empezar. Eso significa reconstruir la comunidad, defender la fraternidad, elaborar propuestas económicas que disminuyan la dependencia del petróleo, redistribuir la riqueza, hacer pedagogía con propuestas económicas, sociales y ambientales que sean estructurales y a medio plazo (y no se pueden explicar en un tuit de 280 caracteres con los que intentan gobernar algunos), y fomentar la educación y formación de calidad para todos, pero, sobre todo, para las clases más excluidas.
En definitiva: que las élites de la izquierda se identifiquen de una vez con los problemas y la falta de esperanza de las clases medias y populares, y dejen de pelearse entre ellos por la vanidad de los liderazgos.
Porque finalmente se trata de eso: reconstruir la comunidad frente a la radicalización individualista, desde la base y desde el poder municipal, que es el más cercano al pueblo.
*Carlos Caicedo, abogado y político. Ha sido cándidato presidencial, Alcalde de Santa Marta y rector de la Universidad del Magdalena