Hace cuatro años cuando nadie creía que Santos podría ganar la presidencia y la Ola Verde inundaba el país, Angelino Garzón se puso la camiseta santista para convencer a una buena parte de ese esquivo electorado de que Juan Manuel era la persona indicada para dirigir a Colombia.
No fue fácil tragarse ese sapo: un oligarca bogotano con un vicepresidente de la clase trabajadora, hijo de una vendedora de plaza de mercado, bugueño, de izquierda y populachero. Parecían agua y aceite, pero fueron la fórmula ganadora.
Por supuesto a esa fórmula contribuyó el apoyo de Álvaro Uribe, que una vez descabezado su delfín Andrés Felipe Arias, no tuvo más remedio que apoyar a Santos y con eso se completó el espectro de Derecha-Centro-Izquierda que le dio a cada sector una razón para apoyar electoralmente a Juan Manuel.
El origen y la trayectoria de Angelino fueron el contrapeso a la derecha dura representada en el uribismo y con ese balance ganaron estruendosamente las elecciones. Si no hubieran ganado, hoy Angelino estaría pagando cara su osadía. Eso no le importó, por el contrario arriesgó todo su capital político en esa apuesta. Lástima, hoy Santos parece haber olvidado tanta generosidad.
Es cierto que la luna de miel de esta fórmula duró poco. Con Uribe desde el mismo día de la posesión ya se vieron las fracturas cuando el presidente entrante notifico su voluntad de paz y su cambio de enfoque hacia Venezuela. Con Angelino los roces surgieron poco tiempo después durante la protesta del gremio de camioneros que se tomó Bogotá y el ministro de ese entonces Germán Cardona, tuvo que ceder su lugar en la negociación al vicepresidente.
De ahí en adelante Angelino se convirtió en una voz incómoda, esa que le decía al “príncipe” que iba desnudo, cuando él se creía bien ataviado. Algunas veces fue escuchado, pero en mayoría de los casos se le ignoró y en algunas ocasiones hasta se le humilló con desplantes groseros.
Vino después la enfermedad de Garzón de la que gracias a la dedicación de los médicos, a los milagros de su patrono de Buga, pero sobre todo a su propia determinación salió adelante y con las mismas ganas de hacer política que ha tenido siempre. Esa es su vida y un derrame no lo amedranta, como no lo asusta enfrentarse a su propio jefe por defender sus ideas.
Próximo a partir para Brasil como embajador, Angelino no pudo contenerse una vez más y salió a dar declaraciones sobre el talante de Juan Manuel: “Uno no puede gobernar como una reina de belleza, con risitas para todo el mundo. Uno tiene que gobernar exigiendo”, dijo para criticar de paso la gestión del gobierno en el campo de la educación.
Eso fue el fin de la relación con Santos que esta semana en la presentación de su fórmula vicepresidencial no tuvo ni una palabra de agradecimiento para Angelino y, por el contrario, tanto él como Vargas Lleras descalificaron su labor, sin mencionarlo. A continuación Garzón renunció a esa especie de exilio dorado que es una embajada, sin descartar que regrese al terreno electoral.
El mundillo del poder es duro, dan codazos y las traiciones se sirven en bandeja de plata y eso lo debía saber Angelino que, ese sí, no hizo cálculos políticos a la hora de expresarse. ¿Ingenuo? Es posible, pero es raro encontrar un hombre público que no mida el alcance de sus palabras, especialmente si trabaja para un gobierno tan frio y calculador como en el que él estaba. Este si será un golpe difícil de asimilar y del que ojalá se reponga.
¡Ánimo Angelino, para eso ha demostrado tanta fortaleza!
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