Pronto estará Donald Trump instalado en la Casa Blanca y se supone que con todas las palancas de poder del Imperio Americano en sus manos. Y por lo tanto con la capacidad de hacer lo que tantas veces ha prometido hacer y que a tantos a ilusionado: poner fin a la guerra de Ucrania. Ese “error estratégico de Biden, que conmigo en la Casa Blanca no se habría cometido”, como también ha dicho en repetidas ocasiones. Yo no creo sin embargo que lo que va hacer es poner fin a la guerra simple y llanamente, declarando que solemnemente que Aquí haya paz y después gloria. Hay demasiados hechos que indican que lo que va hacer es poner fin a los combates por medio de lo que no es propiamente la paz sino una tregua o en el mejor de los casos un armisticio, que durará hasta que dure.
Que pueden ser muchos años, como ha ocurrido con el armisticio que puso fin a la guerra de Corea acordada en 1953. Y que todavía dura. O solo cuatro o cinco años, tal y como anticipó Mark Rutte, el nuevo secretario de la OTAN, quien, en un discurso pronunciado en Bruselas el 12 de diciembre pasado, informó a los europeos que “es hora de adoptar una mentalidad de guerra (…) que requiere que seamos más rápidos y feroces”, en alusión a la muy belicosa saga cinematográfica y televisiva Fast and Fury. Esa mentalidad es indispensable para que los países de la Unión Europea lleven a cabo la guerra contra Rusia de manera directa y generalizada y no parcial y encubierta, como lo han hecho hasta la fecha. Mentalidad indispensable pero no suficiente, porque para librar la guerra en la que sería su nueva fase se necesita unas fuerzas armadas lo suficientemente poderosas como para poder hacer frente a las fuerzas armadas de la Federación rusa, que en los tres años largos que dura la guerra de Ucrania han demostrado que tienen un poder de fuego y una capacidad de combate extraordinarias. Así como una superioridad tecnológica en el campo de los misiles hipersónicos que a los Estados Unidos y a Europa Occidental les tomará unos cuantos años anular.
Equilibrar el poder militar de la UE con el de Rusia para adelantar con posibilidades de éxito una guerra contra ella, plantea sin embargo problemas que Rutte espera se resuelvan en “los próximos cuatro o cinco años”, como ya dije. El primero de todos es financiero: ¿Dónde está la plata para pagar tamaño rearme? Rutte ofreció como respuesta el incremento del gasto militar de todos los países de la UE hasta alcanzar el 3 % del PIB de cada uno de ellos, aunque para ello sea necesario “redirigir los fondos sociales”. Una sentencia de muerte para el Estado de bienestar en el Viejo continente, ya muy vapuleado como bien se sabe. Y que solo puede consumarse si la “mentalidad de guerra”, se impone hasta tal punto que la ciudadanía termine por aceptar resignadamente que es indispensable hacer tamaño sacrificio con tal de librarse de la “amenaza rusa” y/o del “tirano Putin”.
Trump, tan autócrata como Putin, va a pactar con él una paz que supondrá la derrota y el desmembramiento de Ucrania
Algo para lo que en realidad llevan años preparándola los medios hegemónicos en el viejo continente, que ahora añaden un nuevo mensaje: Trump, tan autócrata como Putin, va a pactar con él una paz que supondrá la derrota y el desmembramiento de Ucrania. Para conjurar esta amenaza mortal es indispensable que Europa se oponga a dicha paz y se arme para enfrentarse por su propio cuenta y riesgo a los perversos planes de Putin y de Trump. Si Europa no lo hace, Putin se envalentonará hasta tal punto que invadirá al resto de Europa. Los comentaristas más exaltados han dicho que si cae Ucrania en manos rusas, sus tanques llegarán hasta Lisboa. El hecho de que esta argumentación sea delirante no impide que muchísima gente la crea. La capacidad de persuasión de los medios hegemónicos es absolutamente extraordinaria.
El otro gran problema al que se enfrenta el llamado a la guerra de Rutte es el carácter o la naturaleza de las fuerzas armadas europeas con capacidad de enfrentarse con Rusia. Doy por hecho que Rutte descarta el plan de crear un único ejército europeo, el sueño húmedo de los nacionalistas franceses, porque la creación del mismo supondría el fin de la subordinación de Europa a Washington en los planos militar y político. Por lo que su llamado a incrementar el gasto militar en la UE, hasta niveles nunca antes vistos en tiempos de paz, debe ser interpretado como un llamado a que las fuerzas armadas de cada país se rearmen y que, en el rango de los armamentos de última generación, lo hagan con armamento norteamericano.
Esta opción resulta crucial desde el punto político. Es la que le ha permitido a Trump obtener cuantiosas donaciones para su campaña electoral de la todopoderosa industria armamentística norteamericana, a cuyos representantes habrá informado que su plan de paz no supone un menoscabo de sus intereses, porque la reducción de las compras de armas por el Pentágono con destino al frente ucraniano va a ser sobradamente compensada por las compras de los países europeos embarcados en un agresivo programa de rearme, con vistas a una futura guerra directa con Rusia.
Pasemos ahora a examinar “el plan de paz de Trump”, de cual se han ofrecido diversas versiones y sobre el que se ha especulado mucho. Yo me atengo a la versión del mismo que tiene los siguientes términos: a/ alto al fuego en la línea del frente, b/ crecimiento sustancial de la ayuda militar y financiera de la UE al régimen de Kiev que, por su parte, fortalecerá su propia industria militar utilizando patentes norteamericanas y eventualmente europeas, c/ aplazamiento sine die del ingreso de Ucrania a la OTAN, compensado por los tratados bilaterales con Kiev que ya han firmado Francia, Alemania, la Gran Bretaña y otros países europeos. d/ Tratados que permitirán el establecimiento de tropas de dichos países en suelo ucraniano como “garantía de seguridad” al régimen de Kiev. e/ Elecciones en Ucrania para reemplazar a Zelenski por una figura nueva y por lo tanto menos asociada a la etapa de la guerra abierta.
Repito: estos son los términos de no de un tratado de paz sino un armisticio. Que ponen a Putin en la disyuntiva de aceptarlo o no. En principio tendría que rechazarlos, porque no satisfacen las exigencias que formulo al inicio de lo que él mismo llamó la Operación militar especial en Ucrania. La neutralidad de Ucrania, su desmilitarización y desnazificación y el reconocimiento internacional de la incorporación de las regiones ruso parlantes de la península de Crimea, el Dombás y Zaporiyia a la Federación rusa. Pero también es cierto que le queda difícil rechazarlo. En primer lugar, por el costo político que supondría a nivel nacional e internacional el rechazo a un congelamiento del conflicto y una apertura de negociaciones para llegar a un armisticio, en el que han insistido muchos países entre los que se cuentan China, Brasil y Turquía, para nombrar solo a los más destacados. En segundo lugar, por lo arriesgado que sería continuar la guerra en Ucrania, contando con que dicha continuación concluya con el colapso definitivo de las fuerzas armadas ucranianas y la caída del régimen de Kiev. Washington y Bruselas no se pueden permitir que se les infrinja tamaña derrota estratégica sin hacer nada para conjurarla.
Por último, pero no por último menos importante: el plan de Trump encaja perfectamente en la estrategia defendida consecuentemente por Washington durante más de dos décadas, tal y como puede comprobarse leyendo los documentos oficiales que desde entonces han definido la política de seguridad nacional de los Estados Unidos. Estrategia que tiene como objetivos prioritarios la derrota o a la anulación de Rusia y de China como potencias con capacidad de desafiar realmente la supremacía planetaria estadounidense. El armisticio propuesto por Trump permitiría a una coalición de ejércitos europeos occidentales muy fortalecidos y con capacidad de poner fin al armisticio en cualquier momento, inmovilizar a las fuerzas militares de Rusia en el frente ucraniano, permitiendo que Washington concentre todos sus recursos militares, políticos y diplomáticos en cercar y derrotar o por lo menos neutralizar a China. Que es y ha sido siempre el objetivo prioritario de la política exterior de Donald Trump.
Del mismo autor: Siria::misión cumplida