¿Ruana? Si nada más hace algunos días, meses o tal vez años, mencionar esa palabra causaba una debacle en las esferas del buen vestir y de la alta estirpe social de las ciudades. ¡Qué cosas! Ahora a todos se les dio por lucirla.
La ruana: esa prenda artesanal, herencia de los chibchas y tan sagrada para el campesino. Hecha tradicionalmente con la mota que dejaban las ovejas, cuando al pasar entre las cuerdas, quedaban enmarañadas en las púas. Las mismas motas que las abuelas recogían entre ese rocío frío y húmedo que brindan las madrugadas en los extensos pastizales de la sabana. O las mismas motas, en que cuando siendo nietos, la abuela a regañadientes nos mandaba a rebujar entre el pasto seco donde reposaban los rebaños -rebaños que por supuesto no superaban los tres animales- y que en la dificultad de los destellos del sol, de esas tardes abrumadas por la niebla, se observaba el ocaso. Esa misma materia prima que una vez recolectada, se dava (lavar), se ponía a secar, se escarpuchaba (separar) y que después, una vez torcida por las manos ajadas de la abuela, junto con la ayuda de ese utensilio doméstico de dos piezas llamado parafusa, formaban unos copos, poco homogéneos, que finalmente construían un hilo rustico que irían a hacer parte de uno de los procesos base para su elaboración.
Lo pongo en términos de pasado porque creo que de esos tiempos quedan pocos, porque esas costumbres cada vez se opacan, porque de esos recuerdos ya no quedan. Solo un puñado de personas se ha de identificar con tan majestuosas maravillas ancestrales.
Será imaginar, que el que la luce con tanta presunción, vivió o por lo menos sabe la trascendencia del edredón que ha de cubrir y calmar ese ambiente frío. Acaso nunca, en esa mente olvidadiza de la historia, de los hábitos tan propios de los abuelos y del campo ¿En algún instante imaginó que esa prenda ha sido tejida con manos campesinas? No lo creo. Si la va a usar, lo recomendable sería que por lo menos sepa cómo se hizo. Supongo que solo pensó en lo bonito que es llamar la atención. En lo engreída que es la vanidad causada por usarla en el momento. Porque lo que sí parece innegable es, que será prenda de un solo día. Después ni se recordará lo que significa y ha significado la ruana para la cultura.
La ruana no es cualquier traje blanco, gris o marrón, en donde la oportunidad de la coyuntura se puede jactar la vanidad. Es más que una alegoría al campo. Es, la representación viva y persistente de una idiosincrasia, que valga aclararlo, ya muchos han perdido. Es más que una “pinta” diaria. La cuatro puntas, es la elegancia “dominguera” del labriego. Su uso amerita ocasiones especiales y de suma urgencia. En el campo, se le rinde respeto, infunda cariño y representa modestia. Es un orgullo.
Por eso, causa real asombro ese fenómeno con el que se visten las ciudades que durante quien sabe cuánto tiempo habían olvidado a ese individuo, a esa parte humilde, que pasando desapercibida, conquista una identidad como pueblo y logra que exista vida en los campos.
¿De cuándo acá en Colombia se recuerda la ruana? Creo que habrán pasado lustros. Desde aquellas épocas en el que el campesino dejó de comerciar en lo que hoy son las metrópolis. La modernidad la ha desplazado; aunque por estos días es necesario aceptar que la runa revive y reúne un sentimiento de nostalgia, un valor y sentido de pertenencia de nuestras costumbres. El llamado es a no dejar extinguir estas expresiones tan propias de nuestra cultura. Por eso, también resulta destacable ese gesto por parte de las ciudades hacia el campo. Con toda seguridad significa mucho para ellos. Es un apoyo simbólico y que verdaderamente cobija a los colombianos en un solo atuendo, recordando lo bueno que es sentirnos campesinos.