Ver en cualquier esquina de Sincelejo a un grupo como de saltimbanquis disfrazados de payasos y de otros personajes cuasi míticos, acompañados del ensordecedor ruido que produce el infaltable parlante a “todo timbal”, ya no es extraño. Al parecer se trata de la agresiva apuesta en educación vial del municipio.
Como si la calle fuese un escenario, esperan que el semáforo esté en rojo para entrar en acción, como si cada uno tuviese su propio papel en una especie de obra que termina siendo más foco de burlas que cualquier otra cosa. El circo vial, como algunos ya le dicen, es más una especie de pausa activa para quienes ocupamos las vías, pues verlos con sus ridículos cascos gigantes, con sus atuendos mal trajeados, con su vocabulario poco pedagógico y, en algunos casos, con su arritmia a la hora de dar unos cuantos pasos de baile, se ha convertido en motivo de escarnios.
Da la impresión que sus funciones tienen un público especial: los mototaxis. Esos mismos que a veces terminan siendo como personajes secundarios en el show, pues entre unos y otros se generan diálogos cortos referidos a un libreto con líneas fofas y donde la risa aparece como una expresión espontánea que contagia, de cuando en vez, a quienes ven la función.
Uno de los elementos naturales de circo lo constituye su condición de nómada; los circos van y vienen, están en un lugar hoy y en otro después, hace parte de su esencia. Algo parecido sucede con el llamado circo vial sabanero, pues éste reaparece por épocas, está en una esquina hoy y mañana en otra, y así se va yendo hasta que cumplen con el número de funciones previstas.
Se asume que tras “bambalinas” debería existir el diseño de un programa vial serio que cuenta con un conjunto de disposiciones para la generación de procesos de formación, desde lo educativo y pedagógico, en materia vial. Aquel programa, por supuesto, debería contemplar acciones contundentes, sobre todo porque la ciudad de Sincelejo en términos de comportamiento vial se caracteriza por presentar serias dificultades y problemas estructurales de bastante consideración.
Nuestro complejo panorama vial (sin servicio de transporte público, con un caos vehicular considerable, con un transporte ilegal y con una pésima malla vial) no se soluciona con poner, de manera eventual, a un grupo de personas que, a la vista de todos, no cuentan con la formación necesaria para llevar a cabo una función tan delicada y urgente al mismo tiempo. No porque las estrategias pedagógicas y alternativas en términos educativos no sean efectivas, sino porque como dicen muchos “se ve por encima que se trata de personas contratadas para hacer el ridículo, y al final quienes están detrás son los que se quedan con el recurso de un programa que debería ser más serio y con resultados más contundentes”.
En el fondo aquellos cirqueros no son responsables de nada; de seguro se ganan sus pesos por días en cada función, permitiendo distraer por algunos minutos a conductores y transeúntes con sus “números” y su especie de espectáculo, por eso se disfrazan para distraer y ridiculizar algo que debería ser asumido con mucha mayor seriedad; pero también sus disfraces esconden a los verdaderos responsables de administrar la ciudad, la cual cada día se ve más envuelta en una complejidad tal, que la incertidumbre y la zozobra de sus habitantes se traduce en miedo e inseguridad por doquier.
El cirquero mayor con sus “seudobufones” sabe que al público le gusta el espectáculo, al pueblo le gusta la distracción, la música y el engaño. El gusto del pueblo por aquel entretenimiento es directamente proporcional al gusto del dueño del circo por el dinero que ingresa en cada función en la que aparecen y reaparecen sus payasos, a quienes les queda algunas “migajas del pan” que se comen aquel propietario en su gran mesa con sus súbditos más cercanos.