En qué mundo vivirá la clase política colombiana que parece no inmutarse frente a la realidad que enfrenta, es la pregunta obvia. No se da por enterada de que el 50% de la población colombiana, frente a las próximas elecciones tanto de Congreso como de Presidencia de la República, o no sabe por quién votar a lo hará en blanco. Su posición olímpica la refuerzan algunos dueños de firmas encuestadoras, quienes aseguran la desaparición de este porcentaje o por lo menos su gran reducción, a medida que avanzan las campañas políticas. Pero escuchando a diversos sectores del país, es bueno decirle a los políticos colombianos que sigan con esa indiferencia y verán a donde llegarán…
Muchos cambios en el comportamiento de la ciudadanía pueden deducirse de la situación anotada, porque amplios sectores del país, a estas alturas del paseo, no tienen candidato decidido o rechazo total a todos y cada uno de ellos. Lo primero que debe destacarse es que no se trata de abstención y en eso que no se equivoquen algunos analistas. A diferencia de lo que pasaba siempre, hoy los colombianos quieren votar, quieren ejercer ese derecho, pero lo quieren hacer —hasta ahora— de manera que quede clara su saturación por la forma como se ejerce la política en el país. Este es un gran cambio. Una de las notables diferencias entre Chile y Colombia, observada por analistas, es que la clase media chilena siempre ha sido muy politizada en el buen sentido de la palabra, hasta el punto que hoy tiene nuevamente el poder que detentó durante 20 años después de la dictadura de Pinochet.
Por el contrario, esa aún pequeña clase media colombiana —entre el 25,5% y el 30% de la población—, históricamente ha sido poco activa en la política. Pues bien, el cambio trascendental que se observa es que los colombianos, muchos por primera vez, quieren participar en las elecciones para expresar su insatisfacción con los partidos, con los líderes, con el mismo gobierno. Para los que están en campaña, algunos muy buenos pero la mayoría proveniente de esos clanes familiares con pasados y presentes oscuros o ineficientes, no va a ser nada fácil encontrar apoyos. Muchos insisten en que ganarán especialmente aquellos con maquinaria, que son precisamente los que no se quisiera elegir, pero otros tantos tenemos la esperanza de que este desprestigio generalizado de la política colombiana castigue especialmente a sus más claros representantes.
Lo que se está poniendo en evidencia en las redes sociales, en artículos de prensa, y en círculos cerrados es que algo está caminando fuertemente en este país que se traducirá en gran rechazo a la política tradicional. Y en esto caen estos partidos políticos que dan vergüenza; sus líderes que han dejado de serlo para gran parte de los colombianos; sus maquinarias desgastadas y vendidas al mejor postor. Es decir, parecería que se está cocinando una gran revolución: la revolución del voto en blanco que es la única forma inmediata de cambiar el espantoso escenario del poder político nacional.
Que no tienen el mismo poder en las elecciones parlamentarias que en las presidenciales, es cierto. Pero un mensaje fuerte de rechazo en las parlamentarias puede ser el principio de esa gran transformación que grupos crecientes de colombianos desean y están dispuestos a propiciar. Independientemente que se logre o no el 51% requerido para triunfar, el mensaje de una proporción muy alta de estos votos-rechazo, será trascendental para el país. Votar es un derecho que ningún individuo puede dejar de ejercer en este momento crucial para Colombia. La abstención sería un pecado imperdonable. El voto en blanco, el principio de una gran revolución política.
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