Carlos Castañeda escribió cerca de una docena de libros (quizás más) tratando de explicar cómo un antropólogo formado en las escuelas más prestigiosas del mundo occidental puede aprender de culturas y tradiciones que no se alimentan de la filosofía griega o de la lógica cartesiana. No lo hizo con pesadumbre, pues si algo aprendió es que nadie debe arrepentirse por tener un modo de aprender del mundo diferente del de sus vecinos.
Castañeda (que por fuerza de editoriales gringas muchos conocen como "Castaneda", sin Ñ), se sometió a un aprendizaje que habría de confrontar todas y cada una de las certezas que tenía con respecto a aquello que llamamos REALIDAD. Y gracias al "brujo" Juan Matus aprendió algo: por ejemplo, que no somos el centro del Universo, que nuestras certezas son momentáneas (circunstanciales) y moneda de poco valor, que no somos (en todo caso, que somos lo que otros ven), que sólo valemos si somos capaces de ser en otros.
Entre las enseñanzas de Don Juan hay una fundamental. Él la llama EL INTENTO. No es una idea nueva en las filosofías de todas las latitudes, pero es algo sobre lo que poco o nada sabemos, y sobre lo que poco ponemos en práctica. Juan Matus habla sobre un asunto que quizás todos los humanos de todos los tiempos hemos considerado: ¿QUÉ ES LO QUE VALE LA PENA DECIDIR CON RESPECTO A LO QUE SOMOS Y LO QUE VIVIMOS?
Un sociólogo pensaría que se trata de una elemental "teoría de la acción".
Pocas veces preguntamos por qué actuamos de determinada manera frente a cierta situación.
La mayoría de los políticos y los académicos y los líderes religiosos (de todos los tiempos y de todos los lugares) han resuelto el asunto pensando en términos de beneficios personales (no creamos que hay políticos o académicos o líderes religiosos desinteresados: acaso habrá padres amorosos, amantes ciertos, vecinos solidarios u ocasionales viajeros generosos que te dan un abrazo o un pan, que conversan contigo y te dejan oír tu propia voz).
Las teorías de la acción quieren explicar qué hace que nos movamos en una u otra dirección. Jürgen Habermas publicó en 1985 su Teoría de la Acción Comunicativa (Taurus, Madrid, 1987) fundamentando la racionalidad de la acción y la racionalización social.
Cuestiona la razón instrumental que ha prevalecido en las sociedades modernas de occidente, cuya expresión verbal más acabada está en la idea de que "el fin justifica los medios".
Con tal guía para la acción, individuos y Estados inventan argumentos, principios, derechos, patrias y naciones, programas gubernamentales... que validan atropellos, imposiciones, despojos, leyes, guerras, muertes...
En la introducción a la tercera parte de La tarea del héroe, titulada Del Convivir (Ediciones Destino, Barcelona, 2004, pág.217), Fernando Savater dice:
"No hay una ética social, no hay problemas sociales en ética: toda la ética es social. Es sobre la creación colectiva del hombre como intimidad irreductible a lo colectivo e inseparable de ello acerca de lo que indaga la reflexión ética.
No hay, pues, posibilidad razonable de que la ética permanezca neutral ante la política, a no ser que se haya convertido en el más estéril ejercicio académico o en empalagosa vaguedad clerical.
Pero tampoco es exacto decir que la ética "desemboca" en la política o que viene a verse prolongada por ella, como en la reflexión aristotélica: parte de algo anterior al juego político, lo traspasa acompañándole y va más allá, hacia lo no cumplido, rumbo a la incansable promesa.
El reconocimiento en el otro que la ética pretende es un desafío más sutil y enérgico que el básico reconocimiento del otro que la violencia política instituye.
Contra hegelianos y positivistas, es preciso sostener que la madurez de la ética no se cumple en la legislación positiva del orden político jerárquico, burocratizado y dividido en clases por la explotación económica; por el contrario, la ética sigue subvirtiendo con su ideal los violentos establecimientos de la necesidad histórica y luchando políticamente contra la política.
Ese paradójico designio de poner a la ética como objetivo de la política es el sentido más noble de la revolución; o, si se prefiere menos truculencia, es el cumplimiento de la democracia".
La figura de las imágenes que acompañan esta nota se conoce como "indalo". Se trata de una figura ancestral hallada en la cueva de Los Letreros de Almería, España.
Es una figura rupestre del período Neolítico tardío (Edad del Cobre) que representa un hombre con los brazos extendidos y un arco iris en sus manos.
Aparte de los muchos significados que ha tenido (como símbolo de buena suerte, como protección contra males y demonios, como expresión de la unidad de los humanos con el planeta), podría proponerse hoy como indicativo de solidaridad. Es en este sentido que la propongo y la asocio con la idea de un INTENTO.
Intentar, entonces, consiste en que seamos capaces de transgredir las propuestas que nos hacen las llamadas "redes sociales", en las que nos exhibimos, mostramos lo que creemos ser o lo que tenemos, expresamos sensaciones que no nos definen ni nos determinan.
El intento es la oportunidad de servir, de aportar a otros, de encontrar vías mediante las cuales somos con y en otros.
Yo sé que la solidaridad no es una enseña de nuestras sociedades. Tenemos tan poca claridad sobre el sentido de la vida que nos perdemos en tonterías. No sabemos que fortalecer a los demás nos hace fuertes, no creemos que los hallazgos de otros pueden alimentarnos.
Mi propuesta (utópica, y es lo interesante) es que quien use el indalo indique a sus interlocutores que no los utiliza, que es capaz de ofrecer lo mejor de sí para que cada quien trabaje sus búsquedas.
La solidaridad cierta no puede excluir a quienes no participan de un credo (religioso o político o racial o sexual), porque busca que haya la posibilidad real de construir una humanidad cierta: hay que dudar de quienes hablan de "humanizar" la guerra -una de las más humanas y desgraciadas invenciones-, o de "humanizar" el trato que se da a los reclusos en las cárceles.
Lo "demasiado humano" es quizás lo que nos ha impedido hallar modos de humanizarnos en lo que nos acerca y nos hace grandes como especie.
En 1879, en Francia, la revolución política que habría de dar origen a los Estados modernos convocó al pueblo a actuar en torno a la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Hoy en día podemos estar seguros de que sin la fraternidad (que es la solidaridad) no son posibles la libertad ni la igualdad jurídica (que es la única igualdad a la que podemos aspirar).