Con un retraso de 101 años, estamos viendo como en Colombia algunos insisten en copiar modelos económicos y de Estado rotundamente fracasados en otros países.
Con las consignas de “Paz, pan y tierra” y “Todo el poder para los soviets”, representantes minoritarios de la sociedad rusa, incluso minoría en su propio partido, lograron canalizar el desencanto de las masas, cansadas de los sacrificios que la guerra imponía al pueblo de esa nación. Mediante promesas populacheras y traicionando a todos, la camarilla de Lenin logró hacerse con el poder, jurando dar una mejor vida a las masas oprimidas; como en efecto lo hicieron pasando a mejor vida a más de cuarenta millones de personas en su proceso de dominación, en un genocidio cinco veces más grande que el de los judíos, gitanos y miembros de otras etnias durante la era hitleriana en Europa. Tal vez esos millones de asesinados en Rusia fueron los únicos que dejaron de sufrir. Los demás solo cambiaron de yugo y de amo, saliendo de vivir bajo el dominio de una casta zarista a ser esclavizados por una banda de descastados sin ningún tipo de piedad ni de consideración por el pueblo en cuyo nombre cometieron toda clase de abusos, sentados en los mismos tronos y habitando los mismos palacios de la monarquía derrocada.
La realidad del siglo XXI es algo diferente. Ahora las marchas de protesta las lideran personas en su mayoría pertenecientes a la generación de los denominados millennials, representantes de una nueva forma de concebir el mundo, inexistente hace cien años.
Como grupo los millennials no son homogéneos, pero se reconocen en ellos algunas características comunes, como su prolongadísima adolescencia, su exagerado optimismo, el desprecio por la norma o la autoridad, el inexistente temor al castigo por sus actos; pero sobre todo por lo que los sociólogos llamar el afán por la búsqueda de la Gratificación Instantánea, ese síndrome que hace que no acepten esperar ni un segundo para obtener lo que según ellos el universo les debe porque sí.
En estas marchas estudiantiles de los últimos días hemos visto como exigen y protestan, pero no proponen ni ofrecen. De manera más que ingenua se dejan robar su manifestación por politiqueros detestables, quienes aprovechan las marchas para subirse a alguna tarima a fin de obtener fotografías que luego convertirán en documentos probatorios de su inexistente poder para convocar a las masas.
Y protestan contra la falta de dinero para la universidad pública. Y protestan contra la autoridad. Y se exoneran por anticipado de los actos vandálicos cometidos en sus marchas. Y protestan contra la falta de acceso a la educación, pero amenazan y agreden a quienes quieren estudiar y no estar en paro.
Pero no proponen, no ofrecen. Fieles a su pensamiento milénico, exigen que se les dé, que se les haga. Qué bueno sería que entre todas las voces que se alzan para descalificar y para exigir, se escuchara también la voz de los representantes de las facultades de Arquitectura e Ingeniería, ofreciéndose a elaborar de manera gratuita, o a cambio de notas académicas, los planos y los cálculos estructurales para remodelar las desvencijadas edificaciones en las que reciben clases. O a los estudiantes de Contaduría, Administración y Derecho, ofreciéndose a participar en la dirección, gerencia y auditoría de los proyectos de mejoramiento de los programas y de las instalaciones. O a los estudiantes de otras carreras o profesores afiliados a Fecode (Fejode como decía Klim), ofreciéndose a destinar un día a la semana para trabajar en el mejoramiento de la planta física o mejor aún de los programas académicos. No. El tan pregonado amor por la universidad pública no da para tanto. Es mejor, más descansado, mucho más entretenido, y por supuesto de menos responsabilidad y compromiso, protestar y esperar a que otro haga todo por ti.
Es mejor, más descansado, mucho más entretenido,
de menos responsabilidad y compromiso,
protestar y esperar a que otro haga todo por ti
Esa división entre ricos y pobres que proponen algunos políticos de carrera (no propiamente estrato 1, como el caso del dirigente de la Colombia Humana) solo sirve a oscuros y egoístas intereses. No es cierto que solo los ricos puedan ir a la universidad privada y que los pobres deban ir a la pública. Muchos de nosotros podemos contar con orgullo que, en lugar de quejarnos y esperar a que nos regalaran las cosas, optamos por trabajar de día y estudiar carreras universitarias de noche, en un esfuerzo grande y duro pero gratificante. Esta es una salida más difícil, requiere de sacrificios; pero sirve para comprobar que, cuando una persona entiende que nace con derechos pero también con deberes, jamás se convierte en una carga para la sociedad a la que pertenece.
Todos queremos una sociedad más justa, con mejores oportunidades, pero ello no va a lograrse impidiendo que los demás ejerzamos nuestros derechos. Los miembros del grupo de trogloditas que a finales de los setenta del siglo pasado destruyeron con fuego la invaluable biblioteca de la Universidad de Antioquia seguramente estaban pensando en ser agentes positivos del cambio, cuando en realidad se trataba de marionetas en el tinglado de la guerra fría, incapaces de ver más allá de sus narices. Con nuestros milénicos pasa lo mismo, son la carne de cañón y los monigotes del sistema que dicen odiar y rechazar.
Si en lugar de esperar a que ese sistema les otorgue todo porque sí, se dedicaran a ser mejores profesionales y mejores personas, y a contribuir de manera proactiva y decidida en la solución de los problemas, nuestra sociedad evolucionaría mucho más rápidamente.