¿Qué es peor?, ¿los negacionistas del virus que quieren ver sus negocios llenos como el pastor Arrázola o la clase media ilustrada que está promulgando la revolución de los abrazos? Toda peste conlleva una degradación y he visto a las mejores mentes de mi generación caer en los brazos soporíferos de la cuarentena. Hijos de la National Geographic, la falta de criterio a la hora de elegir sus series favoritas los lleva irremediablemente a la creencia de la teoría del complot. En cualquier momento van a decir lo que piensan de verdad: que es una plandemia ideada por los grandes magnates de las telecomunicaciones para quedarse con el vibranium de Wakanda.
Además, ¡qué desespero la propiedad desde la que hablan!, ¿quién les dio esas tribunas? Irresponsables, promulgar el abrazo en tiempos de pandemia debería dar cárcel. ¿Hasta cuándo Facebook y Twitter van a permitir la divulgación de noticias falsas en medio de la peor tragedia humanitaria en 100 años? Nunca visitaron al abuelo. pero ahora quieren estar todo el tiempo bezuqueándolo. ¿Están tan solos que quieren llamar la atención? He visto además que dentro de sus vidas miserables no existe otra cosa que el espejo y Twitter. Y es uno tras otro, uno tras otro incansablemente, y uno no puede imaginar masturbación más triste.
Además, me tienen harto del fascismo agazapado que encierra sentencias como “eso que importa, solo el 1% de la población mundial —60 millones de personas— desaparecerá”. De Thanos a esa indiferencia hay solo dos gemas de distancia. Si había duda alguna que el nazismo era una de las capas de la corrección política millennial, basta ver cómo pavonean su mezquindad en Twitter, luciendo como uno debe lucir en Twitter: bonito e inteligente, pulcro, punzante y fajardista.
La revolución de los abrazos da como un hecho que uno está extrañando mucho a la familia y resulta que eso no es así. Al contrario, no hay nada más peligroso que una familia unida bajo la depresiva influencia del atardecer de un domingo. La cerveza puede ser un puñal. Que abracen a sus abuelos, pero al mío déjenlo en paz. Y quedar desacreditados para siempre, que suficientes tontos tiene este mundo como para aguantarse a los bienpensantes ilustrados.