Será necesario una peregrinación de la resistencia: marchando, saltando, gritando y denunciando con rabia todo lo que nos quieren quitar. Oponiéndose a esta secta uribista, endemoniada que mata la imaginación. Es extraño que todavía marchemos, que todavía haya fuerzas para salir a las calles en este país desmemoriado que se la pasa marchando. ¿Qué otro tanto de cosas también hubiésemos perdido si no nos hubiésemos movilizado? Pronto nos dejarán hasta sin estrellas para mirar, habrán privatizado el aire y el derecho a mirar. En Colombia se viola la ley, se mata al líder comunitario, al líder indígena; además se justifica la violación y la muerte y puede salir libre quien viola y volver a violar y matar. Es raro que, aun así, esta tierra de marcianos que es Colombia siga peleando por derechos humanos.
Pareciera que estuviéramos pidiendo esos derechos a los marcianos de Marte, a gobernantes de Urano para que reivindiquen la humanidad en la Tierra. ¿Marchar para pedir derechos humanos en un planeta Tierra? ¿Marchar para que no nos maten? ¿Marchar porque ya van 32 líderes indígenas asesinados? Supuestamente humanos que reclamamos humanidad, un país gobernado por humanos, elegida una forma de hacer política, por humanos, democratizada por humanos. Pero también asesinada, esta tierra, y las ideas y la libertad, por humanos. Pedir por la paz. ¿Es normal eso?, ¿pedir para que aquellos que nos gobiernen lo hagan sin aniquilarnos? Y así se va volviendo normal que los negros marchen y pidan por su derecho humano a ser considerados como personas frente a otras personas que se creen más persona. ¿Es raro, no, que los campesinos marchen por el derecho a tener tierra y que esa tierra no sea solo de un humano, sino que todos los humanos necesitamos tierra para cultivar la alimentación? ¿Es raro, no, que las mujeres tienen derecho a trabajos dignos, tienen derecho a tomar las riendas de la economía y de las decisiones del llamado planeta tierra y que su inteligencia nos muestre un camino que nos haga cuidar más la vida, que no son más que el cuidado del cuerpo, de los bosques, del agua, de los animales, del tiempo que se nos escapa, porque el hombre y su egocentrismo no pudo? ¿Es raro, no, que los indígenas exijan respeto a sus concepciones espirituales y a preservar sus costumbres y su lengua y sus políticas de las que tenemos tanto que aprender en este país humano que primero mira cómo funcionan las leyes en Europa o en Estados Unidos para copiar esas leyes en Colombia (leyes saqueadoras y usurpadoras)? ¿Es raro, no, que la comunidad LGBTI marche por el derecho humano a ser humanos y quererse y amarse y poder adoptar hijos y tenerlos y quererlos y respetarlos y educarlos? ¿Es raro, no, que los animales, a través del humano, tengan que pedirle al humano que los quiera, no los maltrate, no los encierre, que tengan derecho a ladrar y los gatos a maullar y los caballos a ser compañeros dignos de un hombre y una mujer? ¿Es raro, no, que si pudieran marchar las plantas y el río y la tierra harían carteles que dijeran no al glifosato, ni al fracking, ni a la basura, ni a la desaparición? Es absurdo todo esto de ganar derechos humanos en tierra de humanos.
Defendamos con ahínco, en esta tierra que parece de marcianos, todo lo que nos siga dando argumentos y que a veces esta tierra de cafres nos hace dudar que efectivamente somos humanos. Esa conciencia nos la quieren quitar. Marchemos y que no se nos olvide marchar porque la revolución llegue al poder, es decir el conocimiento, las ideas libertarias que deben hacer de esta Colombia una tierra de todos. Una tierra en paz. Marchemos por abolir el discurso de la muerte, del odio. Marchemos para que la guerra tiene que ser de ideas y no de bala y no de falsos positivos y de miedo como nos lo han hecho saber que así gobiernan y así montan presidentes, uno detrás de otro, con camuflajes distintos como ha sucedido en Colombia los últimos años: tres personas distintas y una sola forma de gobernar —narcoestado— verdadera. Marchemos para que la poesía llegue al poder.
Llegó la hora de armar nuestra revolución que resista a esta forma de gobierno hegemónica: Creo en Dios justicia, que no es más que las oraciones vueltas JEP (Justicia Especial para la Paz) y que es toda poderosa. Creo en las mujeres y su convicción de no tener hijos. Creo en nuestro señor Humanismo (hombre o mujer), que será concebido por obra de los votos libres, Presidente de Colombia en el 2022 y que fue crucificado, las pasadas elecciones, por el periodismo bélico de este país. Subirá a la presidencia y gobernará para izquierdas y derechas y medios y estará sentado o sentada con la Constitución del 91 para defenderla. Juzgará a todo hampón y establecerá la verdad para vivos y muertos. Creo en otros argumentos de otros partidos, que ojalá se unan, en la comunión y unión de partidos políticos para la alcaldía de Bogotá y demás ciudades y pueblos de Colombia. Creo en Doris Salcedo y sus indagaciones sobre memoria y el arte. Creo en el perdón y no en el olvido. Creo en la vida eterna de los artistas, en los hombres que saben que este país es de todos y de nadie. Creo en la JEP. Creo en las movilizaciones. Creo en los animales. Creo en el arte como forma de transformación. Creo en la duda. Le creo a los ojos de un animal que sufre y hago algo para quitarle sufrimiento. Creo en el aborto. Creo en la dosis mínima. Creo en el matrimonio igualitario. Creo en los indígenas, en los negros. Defiendo la invención. Creo en la mujer. Creo en el hombre. Creo en el conocimiento como herramienta que transforma. Creo en las nubes, en la lluvia que habla y baila. Creo en la poesía al poder. Creo en el poder de la palabra. Creo en el amor a primera vista. Creo en el beso entre desconocidos. Creo en el cine, en la lectura. Creo en la vida que es a su vez la respiración, vuelta creatividad, vuelta pregunta, y que no es más que eso de pensarse otros mundos mejores y posibles. Creo en vos. Creo en las marchas.