La crisis del uribismo tiene su expresión más radical y patética en el Concejo de Medellín. Aunque en las elecciones subnacionales de 2019 el Centro Democrático se convirtió en el partido con la lista al Concejo más votada en la historia de la ciudad -alcanzando 168.736 votos-, solo bastaron pocos meses para que la bancada más “disciplinada” y “ordenada” -el eje de la gobernabilidad durante la alcaldía de Federico Gutiérrez- se convirtiera en un auténtico campo de batalla.
Porque en las toldas del uribismo ha pasado de todo: divisiones, rupturas, traiciones, renuncias y hasta menosprecio por la figura del “presidente eterno”. ¿Qué pasó con un partido referente de cohesión y disciplina?
El principal factor para analizar la debacle del uribismo en Medellín se relaciona con su posicionamiento ante la administración de Daniel Quintero. Tras la victoria de Quintero, con un discurso antiuribista y sin marcar línea de continuidad con Federico Gutiérrez, la centroderecha local -es decir, el uribismo, el fajardismo y el naciente fiquismo- entró en una crisis que todavía no se ha resuelto.
Inicialmente, Alfredo Ramos se asumió como el vocero de la oposición; inclusive, le pidió al resto de la bancada que lo acompañara en su cruzada contra Quintero; sin embargo, el Centro Democrático obró con pragmatismo y optó por declararse en “independencia propositiva”. De esta forma, se generó una fisura insoldable, ya que Ramos, quien venía de hacerle una feroz oposición a Santos tras su paso por el Congreso, no logró articular un bloque opositor y prácticamente se quedó solo en su cruzada contra Quintero.
Así, el alcalde inició su gobierno sin oposición; no obstante, tras la aprobación del plan de desarrollo y su mediática ruptura con el esquema de gobierno corporativo en EPM, los ánimos se caldearon al interior del uribismo -con Uribe exigiendo firmeza - y en septiembre de 2020 el partido se declaró formalmente en oposición. Pero a ese punto, cuatro concejales -Albert Corredor, Nataly Vélez, Paulina Aguinaga y Lina García- se habían alineado con Quintero en contravía de los dictados del mismo Uribe.
A partir de ese momento el Centro Democrático se convirtió en un campo de batalla. Con acusaciones mutuas, rupturas y renuncias. El primero en renunciar fue Gabriel Dib, un médico sin trayectoria política que nunca entendió la división del partido, a Dib lo reemplazó Julio González -promotor de la fallida revocatoria-.
A ese punto, la división era tan grande que los “cuatro quinteristas” se negaron a respaldar la elección del uribista Simón Molina como presidente del Concejo. La reventada fue de tal nivel que Nubia Stella Martínez -directora nacional del partido- les “apretó las tuercas” y echó mano de los estatutos para sancionarlos.
Sin la más mínima posibilidad de reconciliación entre los dos bandos y con el uribismo en su punto más bajo tras las elecciones presidenciales, sobrevino una seguidilla de renuncias: renunciaron al partido y al Concejo; Albert Corredor (el uribista más quinterista), Simón Molina (la ficha de la senadora Paola Holguín) y Paulina Aguinaga, y renunciaron al partido, pero conservado sus escaños en el Concejo; Nataly Vélez (la concejala más votada en la historia de la ciudad) y Lina García. Es decir, en menos de dos meses renunciaron cinco de los siete concejales electos en 2019 -Alfredo Ramos ingresó en virtud de la curul otorgada por el estatuto de la oposición-.
Sin duda, es una crisis sin precedentes en la política antioqueña y que pone en entredicho el rol que jugará el uribismo en las elecciones subnacionales de 2023.