En Budapest, a las orillas de Danubio, se encuentran los zapatos de bronce. Son algunos pares de botas y zapatos reproducidos en tamaño real dispuestos en una franja al borde del rio. Los diseños de los zapatos van desde elegantes tacones hasta botas industriales. Se trata de un espacio de memoria en donde toma forma la ausencia. Al igual que varias ciudades de Europa Central (como Viena o Praga), Budapest tenía una vibrante población judía, integrada a la cultura y dinámica de la ciudad. Una vez ocupada por los alemanes durante la Guerra, los judíos fueron concentrados en guetos, deportados masivamente a campos de concentración y fusilados públicamente. Menos de la tercera parte de los judíos que vivían en Budapest sobrevivieron a estos años.
Si los zapatos intentaran reproducir la dimensión de la tragedia, ocuparían ambas orillas del Danubio en una fila interminable. Pero solo precisan de un espacio, a la visa sencillo, que evoca la presencia de miles de judíos asesinados. A partir de la simpleza evoca, emotivamente, la ausencia de quienes fueron asesinados e invita a su recuerdo. La memoria no busca la objetividad, su preocupación no es una reproducción de la realidad, sino que es evocativa. La potencia de actos de memoria se debe a la capacidad de hilar, a partir de elementos simples pero significativos, relatos y emociones complejas que se siembran en la mente de muchas personas y que movilizan compromisos políticos.
Las botas de caucho que pusieron las madres de Soacha en el patio trasero del Capitolio Nacional, evocando a sus hijos asesinados por el Estado, cumplen la misma función que los zapatos de Bronce de Budapest: son una forma para materializar la ausencia y, al tiempo, evocar colectivamente la memoria de las víctimas. Cuando un congresista, o cualquier persona, interviene el monumento para retirar las botas, no solo está afectando lo que las madres prepararon para honrar la memoria de sus hijos, sino que también está impidiendo que evoquemos colectivamente su memoria.
Nuestra condición humana nos impide dimensionar la tragedia en los rostros de los 6402 jóvenes asesinados por el Estado, así como entender la magnitud del holocausto solo a partir de números. Nos cuesta, si no conocemos a la víctima, darle rostro a la ausencia. Sin embargo, pequeñas representaciones pueden ayudarnos a evocar a quienes han sufrido y eso nos enseña a sentir con el otro. Las botas de caucho son el esfuerzo por conectarnos con el pasado. En su sencillez, nos muestran que evocar no es solo un acto individual, sino que implica un proceso colectivo en el que se afirma el compromiso con la dignidad humana.