La revelada violencia sexual en tiempos de la Conquista

La revelada violencia sexual en tiempos de la Conquista

Ahora se intentan ocultar crímenes contra las mujeres y niñas ¿Qué podían hacer las aborígenes intimidadas con alabardas, arcabuces, armas blancas y perros?

Por: Carlos de Urabá
octubre 23, 2021
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La revelada violencia sexual en tiempos de la Conquista
Foto: Pixabay

Este artículo lo quiero dedicar a las mujeres del pueblo Triqui de Oaxaca-México que después de 529 años siguen sufriendo tantos abusos e iniquidades.

Como es de suponer, en este arriesgado viaje trasatlántico a las Indias solo embarcaban hombres. Eso sí, los más rudos y aguerridos —en general delincuentes condenados a redimir sus penas allende los mares; también moriscos, judíos fugitivos, reos liberados, aventureros, veteranos de los Tercios de Flandes; es decir, machos de pelo en pecho dispuestos a arriesgar sus vidas en una travesía que muchas veces terminaba en tragedia—. La España medieval de esa época ofrecía tres opciones “iglesia, mar o casa real” caminos mediante los cuales se podría ascender social y económicamente para aquellos que no podían comprar de manera honrosa señoríos o altos cargos.

La conquista y colonización de las Indias la hicieron hombres (con la excepción de un número reducido de mujeres). A estos hombres solitarios para calmar sus instintos básicos no les quedó más remedio que “relacionarse” o “unirse” con las nativas. No por devoción sino por obligación ¿Quizás las cortejaron con poesías? ¿las enamoraron regalándole flores? ¿acaso hablaban su misma lengua?  ¿Las consideraron sus legítimas esposas o simplemente objetos del placer? Estamos ante unas relaciones completamente desiguales entre unos seres 'sobrenaturales' ¿dioses? y unas indígenas que asustadas tuvieron que someterse a la fuerza. Y los muy perversos y degenerados llaman a esto “encuentro”. Sus mercedes se reservaban los mejores harenes de concubinas y barraganas para fornicar a su libre albedrío. La poligamia dominaba el medio ambiente de la sociedad colonial. El imperio español exhibe el mito del mestizaje como la prueba más fecunda de que hace 529 años se produjo un “encuentro fraterno y amoroso”, pero lo cierto es que ese mestizaje fue fruto de la imposición de los vencedores sobre los vencidos.

Entre los aventureros que se embarcaron con Colón se encontraba el genovés Miguel de Cuneo, quien en una carta que le envío a su amigo Gerolamo Annari de Savona, le refiere lo que aconteció en una isla grande poblada de caníbales -probablemente Juana (Cuba) o Jamaica: “Nos apoderamos de doce mujeres harto hermosas y harto de carnes entre edades de quince y diez y siete años…”. Cuneo relata sin miramientos cómo violó a una de esas jóvenes que el Almirante Colón le había regalado:

“La cual, teniéndola yo en mi cámara, a bordo de la carabela, desnuda, según es costumbre de estas mujeres naturales, me vino el deseo de solazarme con ella, y deseando poner en ejecución mi deseo, y no admitiéndolo ella, me trató de tal manera con sus uñas, que más me conviniera haber comenzado; visto lo cual, si he de deciros verdad, tomé una cuerda y la até fuertemente, de resultas de lo cual daba gritos increíbles. Por fin nos pusimos de acuerdo, de tal suerte, que puedo aseguraros de que, en cuanto a los hechos, parecía amaestrada en una escuela de rameras”. Este es el primer relato de una violación en el Nuevo Mundo y una prueba más de cómo se aprovecharon los europeos de su condición de “dioses”.

El primer prostíbulo del Nuevo Mundo se fundó en Santo Domingo en 1526 —con el beneplácito del rey Carlos I— para atender la “soledad” de aquellos navegantes y marineros que solícitos demandaban la compañía de una moza que consolara sus cuitas de amor. Tras sortear la larga travesía interoceánica era necesario recompensar a los intrépidos aventureros. “Se hartaban de licores y sin ningún pudor mancillaban doncellas y mozas a su libre albedrio”

Ahora se intentan ocultar tan inmundos crímenes de abusos sexuales contra las mujeres, niñas, jóvenes, mujeres maduras y hasta ancianas. ¿Que podían hacer las aborígenes intimidadas con alabardas, arcabuces, armas blancas y perros rabiosos? El cuerpo de las mujeres indígenas como botín de guerra. Nunca se hablará de violaciones sino de “uniones amorosas bendecidas por la santa madre iglesia” Porque hasta los mismos clérigos y misioneros se dejaron arrastrar por las tentaciones de la carne y olvidaron por completo los votos de castidad. El confesionario y la sacristía eran los sitios más peligrosos donde los lobos en celo emboscaban a las inocentes criaturas. Así se cumple al pie de la letra ese célebre refrán castellano que dice: “nunca digas de esta agua no beberé, ni este cura no es mi padre”. Las monjas, como no eran de piedra, pues evidentemente se revolcaban en sus celdas con el fraile confesor o algún sacristán. Así lo demuestran los fetos y abortos que se encontraron emparedados en infinidad de iglesias y conventos de las órdenes religiosas a lo largo y ancho del Nuevo Mundo. Por ejemplo, en cuevas o túneles bajo en las iglesias de Mérida enterraban su “pecado” (con sacerdotes de la época) o en el convento de Santa Mónica en Puebla.

¿Alguna mujer indígena habría sido capaz de denunciar los abusos y violaciones? Imposible, pues eran consideradas subnormales sin voz ni voto. ¿y además quién les iba a creer? Sus alegatos, de producirse, hubiera serían vistos como falsos testimonios levantados contra respetables militares, encomenderos, hidalgos o frailes doctrineros y por lo tanto podrían sufrir espantosas represalias.

¿Cuántas violaciones, cuantos abusos sexuales, cuantos feminicidios se cometieron? Imposible de calcular, pero a ciencia cierta se cuentan por millones. Bajo coacción ocultaban y callaban las infamias de las que fueron víctimas. Tan solo podían consolarse encendiendo cirios en los altares y rezando el santo rosario para rogar al altísimo por la salvación de sus almas. “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...”  Confesándose ante los frailes y sacerdotes con la intención de desahogar su terrible amargura. -Acúseme, padre, me he quedado embarazada y no sé de quién. –“¡India descarriada! Ego te absolvo a peccatis tuis, in nomine Patris et Filli et Spiritus Sancti. Amén.” Ahora al menos alcanzaría la gloria del paraíso en el cielo porque la tierra se había convertido en un infierno.

Claro, las mujeres eran la encarnación del pecado tal y como está escrito en el Antiguo Testamento. Eva fue la directa culpable de la expulsión del paraíso terrenal pues engañada por la serpiente comió la manzana prohibida. “¡Hijos míos! la tentación de la carne. Ora pro nobis. Se mezcló violentamente la sangre del bárbaro verdugo con la del siervo y el esclavo; la sangre de los vencedores y vencidos que dio fruto al mestizaje forzado (tara que permanece en el inconsciente colectivo).

¿Cómo se pueden justificar esos actos de violencia sexual de los conquistadores que sometían a unas indígenas que actuaban con inocencia e ingenuidad? Definitivamente el sexo como instrumento de coerción y avasallamiento. Así se gestó la dictadura misógina patriarcal que impera hasta el presente. Sí, hoy los gobiernos democráticos persiguen policial y judicialmente los abusos sexuales, violaciones o feminicidios, pero en el virreinato era impensable que fueran a detener a capitanes, hidalgos o autoridades eclesiásticas pues gozaban de la más absoluta impunidad.

Uno de los pecados más aborrecibles y que atentaba contra la ética y la moral cristiana eran los usos y costumbres sexuales antinatura que practicaban algunos pueblos y tribus indígenas como, por ejemplo, la cultura moche, los chibchas, los caribes, los mayas o aztecas que disfrutaban de una amplia libertad sexual. Así lo describen las innumerables representaciones eróticas materializadas en esculturas o en la alfarería donde sobraban símbolos fálicos o vaginales. Donde se exaltaban las relaciones sodomíticas, la homosexualidad o el lesbianismo. Y hasta existía un Kama Sutra mochica en el Perú. Las fiestas orgiásticas y ceremoniales usaban alucinógenos o se emborrachaban con el pulque o la chicha. Tlazoltéotl era la diosa azteca de la fertilidad, lujuria, carnalidad a la que se le ofrecían grandes presentes y regalos. Moctezuma y Netzahualcóyotl tuvieron hasta dos mil concubinas a su servicio. A la vista de la moral cristiana se les calificó de fornicadores pervertidos, viciosos, libertinos, lujuriosos más próximos a la animalidad, inclinados por su raza a la poligamia, infidelidades o el adulterio.

Pecados mortales que los inquisidores, como guardianes de la ortodoxia, calificaron de aborrecibles y satánicos. Los culpables de tantas “atrocidades” fueron condenados a torturas, amputaciones, castraciones y finalmente ejecutados en el garrote vil o en las hogueras purificadoras.

Aparentemente los castellanos tenían menos prejuicios raciales que otras naciones europeas más reticentes a mezclarse con las paganas “razas inferiores”. En 1503 la reina Isabel la Católica reclamó al gobernador de la Española Nicolás de Ovando, que fomentara los matrimonios mixtos “que son legítimos y recomendables porque los indios son vasallos libres de la Corona Española”. Coaccionados, esos sí, para que mantuvieran relaciones sexuales (“violaciones consentidas”) y encima amancebarse con varias mujeres y apropiárselas por puro placer de fornicar (la poligamia es condenada por la iglesia católica).

En 1514 una Real Cédula de Fernando el Católico legalizaba las uniones mixtas entre varones castellanos y mujeres indígenas como la mejor forma de conversión e hispanización. Algo que describen muy bien las pinturas de las castas de los artistas novohispanos Miguel Cabrera y José Joaquín Magón (siglo XVIII) que con lupa de entomólogos retratan a la perfección cual es el resultado los distintos  cruces raciales entre españoles, indios y negros y las notables mutaciones o híbridos donde la pureza del “blanco” o español ocupaba y ocupa la cúspide de la pirámide social. En general son obras cargadas de racismo y consideraciones morales: el negro es “un vago, perezoso y ladrón”, el lobo “mala ralea”, o el tente en el aire “injerto malo”, los indígenas “ignorantes, sucios y mentirosos”, el cholo (fruto de la unión entre mestizos e indígenas) “perro bellaco”, el mulato que hace referencia a la mula, producto del cruce entre un caballo/yegua y un burro/a (el resultado de este mestizaje era mejor que ser un burro); los mulatos en su mayoría fueron producto de abusos sexuales donde los esclavizadores o capataces violaban a las mujeres negras. Desde la época colonial se ha santificado el supremacismo blanco mientras se ha estigmatizado a las castas de mestizos, indígenas, negros, cimarrones, zambos, mulatos.

Por su extravertida sexualidad las mujeres indígenas, no poco ardientes en lujuria especialmente en la zona tropical, fueron calificadas por los europeos como “libertinas y licenciosas”. Mujeres vírgenes a la que había que desflorar y violentar, pues tenían un fuerte atractivo sexual para aquellos aventureros expuestos a largas travesías marítimas y penosos intervalos de abstinencia. Ávidos por desahogar sus instintos básicos con indias de exótica belleza y cuerpos desnudos (algo nunca visto por los cristianos). Los perfumes de las fragantes flores, el sabor de las frutas que los trasladaban al paraíso hedónico pagano donde podían hacer realidad las más perversas fantasías. Uno de los trofeos de guerra más codiciados para la joven soldadesca que no solo ambicionaban oro, plata o esmeraldas sino también indias hermosas. El Nuevo Mundo se representó en sentido femenino con el nombre de América.

Las indígenas aparte de soportar tantos abusos sexuales y violaciones quedaron expuestas a las enfermedades venéreas como la sífilis o la gonorrea que les transmitieron los libidinosos conquistadores. Epidemias que desde el medioevo arrasaron Europa y que ahora diezmaban a las Indias. Nunca antes en la historia de la humanidad se había visto una aniquilación tan masiva de un continente por causas de virus desconocidos. Lo que las armas de los conquistadores jamás hubieran podido lograr y que redujo en un 80% la población indígena de América. La sífilis estaba presente en Europa antes de que Colón volviera de su primer viaje. Como lo demuestran las excavaciones arqueológicas en el puerto de Kingston Upon Hull donde se recogieron muestras de los esqueletos de varones allí inhumados entre 1300 y 1450 y que confirmaban que tenían signos evidentes de esa enfermedad de transmisión sexual. Un castigo divino que se curaba a base de oraciones, flagelaciones y la castidad. Las mortificaciones corporales atenuaban la libido. Algo que desgraciadamente pocos castellanos supieron cumplir disciplinadamente.

Las mujeres hispanas (ejemplo de honra, honor y castidad) consideraban una aberración acostarse voluntariamente con un nativo indígena o un negro o cualquier casta despreciable. Para una mujer “blanca”, católica, apostólica y romana (y su familia) era un pecado imperdonable tener relaciones sexuales con las “razas inferiores”. Y si por algún motivo hubiese sido forzada debería cargar de por vida con ese estigma de prostituta. El fruto de esa relación es un bastardo o hijo natural al que generalmente se dejaba en adopción en los conventos. Si una mujer española pretendía amancebarse con un gentil o converso indiano no le quedaba más remedio que autodesterrarse. ¿Acaso alguna española se casó con un indígena o un negro? No seamos ilusos, en esa época los prejuicios religiosos y raciales impedían cualquier unión antinatura que sería vista por la sociedad colonial y las autoridades eclesiásticas como una blasfemia inaceptable. Solo a escondidas o clandestinamente se dieron casos excepcionales que han sido novelados o pertenecen al ámbito de las leyendas.

Las élites españolas no se mezclaban con otras razas impuras pues tenían que mantener impoluto su rancio abolengo. Por lo tanto, predominaban los matrimonios consanguíneos para preservar su linaje de familias ilustres y honestas. Mestizos y mulatos libres se unían con los colonos españoles pobres para procurarse el ascenso social. Y en el afán de tener acceso a tierras indígenas, algunos españoles también realizaron estos matrimonios de conveniencia. La sociedad colonial era supremamente endogámica y muy estratificada pues se le daba bastante importancia a la posición social.

En el periodo colonial se instituyó en los dominios de la corona el Derecho de Pernada que otorgaba a los hacendados y terratenientes la potestad de violar a las siervas indígenas o campesinas como parte del derecho consuetudinario informal tolerado por las autoridades. Una ley no escrita que debían acatar los padres, esposos y la comunidad.

Paradójicamente Hernán Cortés es considerado el padre del mestizaje en México pues fruto de su amancebamiento con su esclava y traductora la Malinche, bautizada como doña Marina (indígena Nahua regalada a Hernán Cortés por los maya-chontales después de su derrota en la batalla de Centla) concibió en turbulentas circunstancias un hijo de nombre Martín Cortés (“el bastardo mestizo”). Después de indecibles avatares jurídicos en 1528 fue declarado su hijo legitimo por Bula Papal de Clemente VII. Muchos padres de mestizos pagaban a la administración para que sus hijos apareciesen en las actas de nacimiento como “españoles” también los funcionarios se podían comparar por una buena suma de maravedíes para que expidieran certificados falsos de pureza de sangre. Pero a pesar de todo los criollos, hijos de españoles en Indias, les consideraba “gente vil”. Los llamados despectivamente como gachupines o chapetones discriminaban cruelmente a los mestizos y otras “castas degeneradas”. Estas son las bases del racismo estructural que forjó el apartheid criollo.

Los historiadores monárquicos españolistas pretenden hacernos creer que las uniones entre gentiles y alienígenas castellanos eran legales y que ambos contrayentes habían dado su consentimiento mutuo. Y hasta nos describen las bodas con toda la parafernalia del caso: que si el obispo bendiciendo la unión, padrinos, madrinas, banquete, fiesta jolgorio, orquestas y bailes y hasta la luna de miel. Una imagen romántica que han tratado de imponer para lavar sus conciencias.

¿En qué lengua se conocieron ambos contrayentes? Tendríamos que presuponer que los españoles eran políglotas que dominaban el quechua, el tzeltal, el chichimeca, el tolteca, el chibcha, el arahuaco o el guaraní. Por medio de la seducción un hombre puede obtener el amor de una mujer, pero si en vez de unas rosas o un piropo la posee sin su consentimiento y la obliga a hacer algo que no desea el violador solo siembra odio, rencor, repudio y resentimiento. La violación está penada no solo religiosamente sino por todas las leyes de la tierra. “El que violente a una persona hombre o mujer, no sólo demuestra el salvajismo, sino también su estúpido instinto animal, machista e irracional”.

Pero qué se puede esperar de malandrines que venían a Indias con el único propósito de enriquecerse, subir en la escala social y adquirir títulos nobiliarios. Esos vasallos y lacayos del emperador ambicionaban ser como sus amos y señores y cueste lo que cueste tenían que alcanzar la gloria. Además, como los indígenas eran considerados herejes o salvajes sin alma pues sin ningún remordimiento las trataban peor de que a sus caballos y lebreles. Ese mestizaje forzado generó un terrible complejo de inferioridad y baja autoestima. Un trauma que no se ha borrado del inconsciente colectivo y que se trasmite de generación en generación y está escrito con fierro candente en el ADN.

Como lo expuso en su momento el escritor Ramiro de Maeztu: “El hombre inferior admira y sigue al superior, para que lo dirija y proteja”. En 1549 en la época del virreinato y por orden expresa de Carlos V —siguiendo la política de racismo biológico en nombre de la civilización y cristianización, discriminación y limpieza étnica—se decretó que “los mestizos no tenían derecho a ejercer cargos públicos o eclesiásticos, ni gozar de repartimiento. ni a heredar pues su sangre era impura”. La tendencia de ese fruto híbrido es identificarse con el dominador español o europeo despreciando por completo su “origen salvaje”. Por paradójico que parezca el racismo del mestizo hacia el indígena es mucho más feroz que el del blanco hacia el negro.

Habría que analizar con detalle cuántas mujeres españolas viajaron solas a las Indias en el periodo de trescientos años de virreinato. En 1515 la corona española aconsejada por el estamento eclesiástico estimuló la emigración de mujeres peninsulares para evitar que los colonizadores se mezclaran con las nativas. Incluso obligaban a los altos cargos y funcionarios públicos a que viajaran con sus esposas. Era imprescindible preservar la pureza racial (eugenesia) y mantener impoluto el rancio abolengo de los nobles castellanos. Entre 1493 y 1518 tan solo pasaron 308 mujeres españolas a América, en 1600 se contabilizaron un total de 10.000. Es difícil dar una cifra fidedigna pero seguro que durante el virreinato no superaron las 30.000 mujeres. La población española peninsular en el siglo XVI no alcanzaba los 6 millones de habitantes.

Hay que tomar en cuenta que hasta bien entrada la década de los ochentas del pasado siglo XX, es decir, pocos años después de finalizar la dictadura franquista, las mujeres españolas aún estaban tuteladas por sus maridos o por sus padres. La emancipación llegaría en lo que se vino a llamar la “transición democrática”. Así que ya nos podemos imaginar lo que sucedió en esos siglos XV o XVI. A las mujeres se les prohibía viajar solas pues necesitaban una carta de autorización del esposo o del padre reclamándolas o un tutor masculino que las acompañara. La mayoría de las que se embarcaban a Indias pertenecían a la nobleza, eran esposas de virreyes, de militares, oidores, altos funcionarios reales, también soldadas, adelantadas y gobernadoras, hijas de algo, y además otras que acompañaban a sus amos como doncellas, criadas, institutrices, esclavas negras o el ejército de María conformado por monjas adscritas a las órdenes religiosas dedicadas a tiempo completo a la vida espiritual o contemplativa. Especializadas en el reclutamiento de indígenas para el servicio de Dios en los conventos. A todas se les debía autorizar el pasaporte con cuño de la Casa de Contratación. No existían permisos para solteras o mujeres solas ya que podrían ser confundidas con prostitutas o vagabundas.

Pero los defensores de la hispanidad aducen que todas “supuestas agresiones” se dieron en el marco del “relativismo histórico” y no puede ser juzgadas con una visión del siglo XXI. En todo caso no existe ninguna prueba de tales “dramas pasionales” tan comunes en las guerras de conquista. Tan solo se trata de una confabulación urdida por los promotores de la leyenda negra antiespañola. Así que lo mejor es pasar página para no generar más rencor y odio entre nuestros pueblos. Al contrario, los pueblos indígenas tienen una deuda con ellos porque dieron más de lo que se llevaron. ¿Se podrá sentar en el banquillo de los acusados al reino de España como responsable de la destrucción de las Indias? ¿o tan solo se quedará en una condena moral o simbólica?  Pero para los pueblos indígenas de América estos delitos no prescriben. ¿Cabe entonces la posibilidad de que el reino de España pida perdón por los crímenes cometidos en la conquista y colonización del continente americano? Evidentemente jamás reconocerá su culpa. La soberbia españolista es incapaz de reconocer el genocidio perpetrado por sus ancestros porque cobardemente solo asumen como suyos los triunfos y las hazañas.

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