No está de más ser contundente en mi discurso y, en primer lugar, tajantemente aclarar que el estar -hoy y siempre- a favor del proceso de Paz no me hace automáticamente partícipe del proyecto Santista en éste país.
Muy por el contrario, el hacerme voluntariamente comunicadora de paz en este territorio tan demacrado, me hace escasamente una ciudadana con sentido de pertenencia, consciente de la realidad, promovedora de un país que tenga más escenarios de armonía y humanidad, que de violencia.
No vengo a criticar a los que sí están en contra del proceso, y que caen -tal vez- en el discurso de un dirigente político, que en resumidas cuentas, fue un líder con gran oratoria y audacia para calar en los más recónditos lugares de éste país tan agobiado por escenarios de sangre y dolor.
De hecho, de ésto precisamente se trata, de crecer como sociedad, de hacer un ambiente sano, libre de armas, eliminando los héroes suburbanos y narcotraficantes de la infancia colombiana. Es incalculable la emoción que me genera poder mostrarle a mi hijo de apenas cinco años, que en mis manos y en muchos de mis compatriotas está la responsabilidad de ponerle fin a más de cincuenta años de guerra, de poderle ofrecer a él y a los de su generación y de las venideras, una nación incluyente, tolerante, donde se respete el pensamiento y el actuar distinto.
Asiento totalmente con los uribistas que la paz no se va a lograr firmándola en un documento, pero contundentemente les hago un llamado para que dejen el oportunismo. Señores, sólo el acto simbólico de que el gobierno haya logrado firmar con uno de los grupos subversivos más grandes de éste territorio, que ha inculcado temor y odio a lo largo y ancho de mi país, una paz, un desarme, un cese de hostilidades... eso para mí es de aplaudir y reconocer hoy y en toda la historia colombiana.
¡Sí, no sean oportunistas! vean que la peor manera de hacer guerra y conflicto, es esa, inculcando a los ciudadanos la desesperanza de tener un país mejor, aprovechándose malévolamente de la ignorancia y el atraso educativo en el que mi nación está inevitablemente sumida.
Queridos colombianos, aprovecho para invitarlos a hacer resistencia civil siendo precisamente transmisores de paz, ¡Sí, resistámonos a la imagen de Colombia que nos han vendido y que hemos heredado sin querer por años! porque de nada nos sirve que gane en las urnas el sí al plebiscito, si seguimos hostigando a nuestros semejantes, incitando a la intolerancia ante aquellos que para nosotros son diferentes, educando para la competencia y no para la solidaridad.
Sin lugar a dudas, la inhumanidad del vivir trata de atarnos a un pasado que no merece ser resucitado. Tenemos la responsabilidad de hacer de éste un país verdaderamente feliz, porque -haciendo alusión al título y al gran Gabo- "no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad". Por esta razón, ¡firmo sí al plebiscito!
