No solo quiero hacer referencia a la canción del grupo Calle 13, aunque bien dicen ellos que “aguantamos el que vende balas y el que la dispara”, sino también a lo que por estos días se ha vuelto permanente y se consolidó como la estrategia más contundente de la fuerza pública para reprimir la protesta social y legítima de aquellas ciudadanas y ciudadanos que nos encontramos inconformes con todas las medidas de los gobiernos, por su carácter regresivo, que deterioran cada vez más la calidad de vida, y que están proyectadas para obedecer y cumplir los deseos navideños del Fondo Monetario Internacional, del BID y de la Ocde.
Sin embargo, es esperanzador y emotivo el sentimiento que causa salir a las calles y ver a niños, jóvenes, adultos, abuelos, con la herramienta que por estos días es el sonido de la indignación nacional, la cacerola, un utensilio que cobró un nuevo significado para nuestras sociedades y que muchos y muchas decidieron sacarlo de su lugar habitual, para amplificar la palabra en plazas públicas, en las ventanas de sus casas, a rodar con las bicicletas, a amenizar con la fuerza de la indignación las batucadas y los pasos firmes de aquellos marchantes que a su son y sabor (no precisamente el de los huevos) han encontrado en ella una compañera perfecta para resistir, para permanecer y para aguantar.
Desde el #21N he salido a las calles donde he presenciado a las centenares de personas que en todo el País salieron a expresar la inconformidad frente a aquellas “reformas” que son cada vez más injustas, que no buscan reducir la base de la desigualdad y que por el contrario van a generar mayor pobreza de manera progresiva, en particular de ese sector de la sociedad colombiana que hoy se ubica estadísticamente en la clase media y corre el riesgo de desplazarse a la baja, lo que se ve reflejado en el aumento constante de las tasas de desempleo y ocupación que para el cierre del presente año superan el 11% y tan solo ubica el 59% respectivamente, según las cifras del Dane (cifras a las que pueden poner el factor diferencial, como lo hicieron con la población afrocolombiana en meses anteriores).
Las movilizaciones han continuado en varias ciudades y municipios del país. El paro nacional se ha convertido en el tema de muchas discusiones de familias, amigos y en entornos públicos.
Las constantes expresiones de protesta, plantones, cacerolazos y manifestaciones artísticas que se han sumado a la exclamación más profunda del pueblo colombiano desde tiempos de antaño; lo que se convierte paulatinamente en la consolidación de una acción colectiva, sin precedentes recientes, que no está agenciada por un único sector o partido político, sino que reúne a multiplicidad de sectores y personas que han aguantado, no solo la evidente precarización de las condiciones laborales, sino también aguantado el maltrato de los transportes masivos, aguantado la grabación de bienes y servicios de primera necesidad con un IVA del 19%, han aguantado el mal servicio y acceso al sistema de salud y han aguantado también la represión e intimidación continua no solo de la fuerza pública, sino además de grupos al margen de la ley (guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, bandas criminales),
Aguantar es culturalmente el sinónimo de soportar absolutamente la expresión de nuestras convicciones, es ocultar la inconformidad ante la adversidad, es la enseñanza y el triste legado de muchas familias a sus hijos, producto del miedo social infundido en las décadas de los 40, 50, 60 y pensándolo bien en las últimas siete décadas.
Aguantar que los terratenientes y sus castas políticas han determinado la expropiación de la tierra mediante la ilegalidad y la violencia, con la complicidad institucional del país.
El aguante ha sido la olla a presión personal y social, que no aguanta más ni el miedo, ni las viejas formas de los gobiernos, muchos ilegítimos y en los que ya no se cree, el aguante se ha convertido en un salto personal y de la sociedad a manifestar, expresar, gritar y ser irreverentes ante las “realidades” que nos enseñaron eran inmutables...
Desde el #21N y los días subsiguientes la resignificación del aguante se ha vuelto masiva, es propia de los jóvenes y de quienes han logrado comprender que estamos en un momento histórico, donde desfallecer y desistir no es una opción; ahora el aguante es la manifestación pacífica y constante de aquella parte de pueblo que ha despertado, que quiere que otros despierten y al igual que el cacerolazo, viene contagiando poco a poco a centenares de compatriotas dentro y fuera del territorio nacional.
Es necesario comprender el momento y sus oportunidades, lo que invita a realizar el debate y una discusión abierta en las calles, en los colegios, en las universidades, en las tertulias con los amigos y la familia; es necesario hacer pedagogía, enseñar y aprender en medio de la desinformación y el bombardeo mediático desde todos los flancos y esto solo se puede hacer a través del compromiso, la fuerza de los jóvenes, de los estudiantes, de los profesores y de cada ciudadano, que en el encuentro cotidiano conversa y expresa lo que demanda el aquí y el ahora.
Es magnífico ver a las personas en lugares públicos, parques, vías, edificios del gobierno y hasta en el mismo Congreso de la República, manifestando al unísono de la cacerola, al son de cánticos y con todas las expresiones artísticas, la necesidad de un cambio fundamental en la política interna de nuestro país, de centrar la atención y las acciones en los verdaderos problemas que nos aquejan.
La atención y preocupación por los líderes sociales (más de 160 asesinados en lo corrido del 2019); en la exacerbada desigualdad social y económica, en el olvido por la atención y reivindicación de los derechos de nuestros pueblos ancestrales, donde ha sido protagonista reciente el departamento del Cauca; la exclusión estructural y sistemática de nuestras poblaciones afrocolombianas del Chocó y gran parte del Pacífico colombiano y por supuesto la atención urgente a la brecha social cada vez más amplia entre las ciudades y el campo, nuestro campesinos, quienes han sido expulsados de sus tierras, reducidos a la supervivencia en la selva de cemento y que después de producir la mayor parte de nuestros alimentos, se han visto abocados al consumo de los alimentos importados y producidos por las grandes multinacionales.
Soy un ciudadano del común, que decidió en su proceso de formación enrolarse y asumir la docencia como una decisión de vida, que en este momento, considero desde las convicciones más personales, nos lleva a todos quienes tuvimos la posibilidad de estar en la aulas y en la reflexión sobre el mundo de la vida y las dinámicas sociales, a involucrarnos de manera comprometida y pasional en la socialización de lo que está pasando, de los abusos de la fuerza pública, de la necesidad del desmonte de una fuerza letal (disfrazada de defensa de derechos) como lo es el Esmad y de la visibilización de situaciones que me duelen en lo profundo del corazón, como lo que está sucediendo en el municipio de Roberto Payán en el departamento de Nariño, en donde se han desplazado más de 600 familias por la disputa de los diferentes grupos por el territorio.
Hay que seguir resistiendo y por ello, por dignidad, por compromiso y por un despertar real y consciente de Colombia, quienes habitamos en ella necesitamos seguir aguantando, necesitamos seguir generando estrategias de aguante, desde la resignificación misma de la palabra, desde el compromiso político y desde la demanda propia y particular de nuestro momento histórico, porque somos la generación que está resignificando el aguante.