Una mañana de 1995, cuando el presidente Ernesto Samper decidió aceptar la apertura de los diálogos de paz con el ELN en España y Alemania, Francisco Santos Calderón recorrió la sala de redacción del periódico El Tiempo dando saltos y lanzando gritos de alegría. “¡Hp… esto va a ser histórico!”, exclamaba el entonces jefe de redacción del diario.
Una actitud similar observó a finales de 1999, cuando las Autodefensas Unidades de Córdoba -al mando de Carlos Castaño y Salvatore Mancuso- hicieron su primera oferta de cese el fuego, en busca de un reconocimiento de estatus político.
En ambos casos, en la actitud de Santos convivieron su vena periodística y su condición de aquel activista de paz que impulsaría la creación de la Fundación País Libre luego de haber vivido la experiencia de estar secuestrado por Pablo Escobar y su cartel de Medellín.
Siempre se las arreglaba para relajar sus protocolos de seguridad y para pedirle a Edith Acuña, su secretaria personal, que le mandara a la casa por una muda de ropa. Y de pronto aparecía visitando el campamente del comandante ‘Oscar’ del ELN o internado en algún paraje de la Serranía de San Lucas, entre Bolívar o Antioquia, donde sus contactos le tenían lista una entrevista con algún jefe de las autodefensas.
“Hay que hablar con todo el mundo para entender lo que está pasando, no hay otra manera”, les decía Pacho a sus redactores y especialmente a aquellos que hacían parte de la Unidad de Paz, creada por el periódico que entonces era propiedad de su familia, para darle un enfoque más integral al cubrimiento de la guerra.
Cuando visitaba en los confines de la clandestinidad a los actores armados, no solo los entrevistaba, sino que trababa con algunos de ellos debates sobre las condiciones para hacer la paz.
Y es verdad que les hacía sugerencias sobre la manera como podrían “desescalar el conflicto”, expresión muy en boga en esa época. Pero lo que siempre ha negado es que como periodista o luego como candidato a la vicepresidencia de la República, como fórmula de Álvaro Uribe, le hubiera propuesto a Mancuso la creación de un bloque paramilitar en Bogotá para contener el avance de las Farc.
Lleva 18 años negándolo porque ese es el mismo tiempo en que Mancuso, primero ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía y ahora ante la JEP, lleva afirmándolo.
Santos llama la atención sobre el hecho de que esa acusación es reciclada en épocas preelectorales y ha dado lugar a indagaciones judiciales que, desprovistas de pruebas, han terminado en el archivo.
No ha perdido su capacidad para ir al choque cuando se trata de una controversia política, pero esta vez se niega a confrontar a Mancuso porque advierte que hacerlo sería validar la voz de alguien que solo tiene ejecutorias cruentas para mostrar.
“Los pacientes de esta investigación están en los archivos judiciales por si alguien quiere consultarlos”, dice.
La última vez que habló con paras fue cuando ya estaban desmovilizados. En uno de sus primeros actos como vicepresidente de la República visitó la cárcel La Modelo para instalar un certamen deportivo donde se enfrentarían, ya sin armas, exintegrantes de las autodefensas y de la paz.
“Se necesita más verraquera para dejar las armas que para empuñarlas”, les dijo en su acostumbrado todo coloquial.
Después emprendió una gira por la Unión Europea en busca de respaldo político y financiero para el proceso que habría de conducir a la primera desmovilización masiva de los grupos paramilitares.
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