Al despertarme temprano el sábado, prendí el radio. Pronto en las emisoras, luego de los comerciales, se dio comienzo a los noticieros. La primera novedad fue sobre de un hombre que mató al hermano y a la mamá, para apoderarse de los bienes. Luego el noticiero se detuvo en la contienda electoral que se avecina en este año. Los diferentes grupúsculos en sus aspiraciones a ocupar los concejos municipales, dumas departamentales o bien la Cámara y el Senado.
Dejando atrás los festejos de final de año, e iniciado el mes desierto y sin moneda que es enero, la ciudad se ha visto invadida por los media de propaganda, carteles y pancartas.
Las figuras desfilan por el espacio electromagnético o estampadas en los postes del alumbrado o bien en grandes pancartas. Se escucha o se ve a los politiqueros con foto de mosquitas muertas, sin ideas acerca de lo que se propone hacer cuando lleguen a la dirección pública, porque lo único que interesa es mendigar el voto que permita encaramarse para vivir como sanguijuelas.
Y, al mismo tiempo que la ciudad se ve invadida por los carteles y enormes pancartas en distintos lugares, llama la atención la cantidad de ancianos pobres, zarrapastrosos, miserables, casi harapos. Manos menesterosas que se extienden a la espera de un pan duro.
De pronto, los mendigos corren por la mitad de la calle al lugar donde se les ofrece la ayuda. Y, más allá la cola a la espera que se abra la puerta de un negocio o de una persona generosa que da limosna. Y, si se mira el pasado, las figuras de los mendigos dejan ver que padecieron malos empleos, sin protección alguna. ¿Tal vez no fueron sirvientes en las casas de los señores? Es posible que hayan sido siervos y cuando cayeron por la vejez no hubo para ellos protección.
En el áspero suelo, si se mira más allá de la demagogia de la recuperación económica, según los informes de la Misión de Empleo, Colombia es un país de 7,1 millones de empresas, pero… de esos 6,9 millones son empresas que no pasan de generar entre 1 y 3 empleos.
El salario mínimo es poco, pues no cubre los aportes que garanticen una pensión, los servicios de salud… Y, de otra parte, hay que decir que la informalidad es mucho más grande que aquellos que tienen un empleo.
Crece de manera exponencial el rebusque, “el haga lo que pueda”, “conviértase en emprendedor”. Y al caminar por las ciudades se observa la invasión de los lugares públicos, como es el centro de la ciudad, con todo género de ofertas, en la inclemencia del tiempo, en la precariedad por lo poco que se vende.
Puede que el colorido de parasoles y sombrillas luzca como si los menesterosos fueran viento en popa hacia la prosperidad.
Y, si esto es la realidad del presente, el cimiento del mañana, en el conjunto de la sociedad ¿cómo será el futuro?