La reiterada indolencia del Estado

La reiterada indolencia del Estado

Al ver los ingresos de su familia afectados, una mujer decidió vender jugo de naranja en las calles de Pasto. El trato que recibió de las autoridades dio pie a este escrito

Por: Luis Carlos Vallejos Rojas
diciembre 10, 2020
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La reiterada indolencia del Estado
Foto: Pixabay

Creo que para todos es conocido que pasamos por una época de grandes aprietos. Sin embargo, parece que en la Alcaldía de Pasto, más específicamente en la oficina de Espacio Público, no se dieron por enterados.

Una humilde mujer, cabeza de familia y con dos hijos, se apuesta en la puerta de su casa y saca su carrito para exprimir naranjas y vender sus vasos a deportistas y transeúntes a dos mil insignificantes pesos. A ella, acostumbrada a trabajar en aseo de casas, ya por estos días nadie la contrata, pues las hijas y esposos han tenido que aprender, a la par de estar en casa, a cocinar y hacer los quehaceres del hogar.

Vive apabullada pues no encuentra trabajo y el padre de los niños tampoco, a pesar de ser abogado y contar con una especialización en derecho administrativo. No obstante, él no es el problema (aunque en el fondo que no tenga trabajo sí lo es, pues ha tratado de hacer esfuerzos para que lo vinculen, pero si uno no tiene la bendición de los poderosos, pues es y será una persona del común).

Aun así, el tema es cómo una mujer humilde que busca desesperadamente llegar a la casa con algo de recursos es rechazada por la administración municipal.

La historia comienza cuando una vecina (de esas muy colombianas) se queja de la utilización indebida del espacio público y hace que policía y funcionarios de la alcaldía lleguen a amedrentar a la gente, a ella que está tratando de sobrevivir y a los dueños de un restaurante, solo por la incomodidad de que le parqueen una moto o un carrito de jugos de naranja.

Lo que la quejosa no se ha dado cuenta es que su solicitud de respeto del espacio público es contraria a su condición, pues ella se encuentra ocupando un espacio público. De hecho, edificó y se adueñó de un terreno que es de la ciudadanía, pues el lugar que invade está por un río canalizado que sí es un espacio público. Bien decían los abuelos que "el mono no mira su rabo, por mirar el rabo ajeno".

Llegada la "autoridad", se le conminó a esta mujer a "hacer un proyecto productivo y enviarlo a la alcaldía". ¿Cuál no va a ser su frustración y rabia cuando en la carta que anexo, palabras más o menos, se le da una cátedra de que el espacio público es inembargable e imprescriptible? ¿Para qué carajos entonces le hacen hacer un proyecto productivo? Recuerdo con ironía un escrito de Kalilh Gibrain de alguien que extendía la mano para recibir algo y lo que recibió fue una cátedra del "dar y el recibir".

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Nada más triste en un Estado social de derecho que sea de derecho y no social. A un ingeniero que va a hacer una obra le asignan uso del espacio público, así sea temporal, pero, claro, es un ingeniero. Lo que reclamo de la justicia es que esta mujer, madre, trabajadora, empleada del servicio, desempleada, no roba, no corrompe, no estafa, no asesina a otros.... Ella es el modelo de ciudadano que me honro en mostrar: que es capaz de dejar la vergüenza y salir a trabajar para alimentar a sus hijos. Vive en un espacio de 23 metros cuadrados, muy parecido al pequeño apartamento con el que inició la vicepresidenta.

Esta miserable resolución lo único que fuerza es a buscar los recursos de formas no honestas. Seguramente, le diré a esta niña que tratemos de vincularle a Reficar o a un contrato del ICBF o a alguna filial de Odebrecht que esté construyendo alguna carretera.

Hay rabia y rencor en mi corazón por ver a un Estado indolente y mezquino por tratar a una dama de la manera como lo hizo la Alcaldía en Pasto. A Fernando Vallejo le perdonan que trate a estos de hijueputas, espero que ustedes me perdonen a mí por decir lo mismo, pero hay razón: hijueputas.

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