Me maravillo con aquello de “la regla confirma la excepción”, porque si la regla tiene validez entonces “la ley es para los de ruana”. Por ende, los primeros que se debían vacunar son los de los estratos bajos, pero, como la regla confirma la excepción, los primeros que se vacunan son los privilegiados, pues ellos no hacen cola.
No sé si por la mala leche de la tradición, espero que se haga visible el cartel de la vacunagate, dado que según la costumbre no sería raro un cartel más como él de la droga, de los pañales, de la leche… Y me viene a la memoria la urbanidad de Carreño en "ceder el paso a las personas por edad, dignidad y gobierno”. Así, siguiendo la civilidad, la vacuna tendrá prioridad para los mayores de edad. Pero ha sucedido, no recuerdo dónde, que unas mujeres, de dos quinces, se disfrazan de ancianas para que las inyectaran. De esta manera, las féminas que se caracterizan por negarse los años en tiempos de pandemia se aumentan los almanaques.
Asimismo, la vacuna contra el COVID-19 se debe aplicar a las personas que se caracterizan por la dignidad. Cuando un personaje pone en reemplazo a su hijo, algunos rumores suelen decir que tienen dignidad porque se lo ganó por el esfuerzo de su papá. Aunque, pensándolo bien, la vacuna debe aplicarse a aquellos que se definen por la acción de gobernar y, en caso concreto, los senadores. Sería injusto que dejaran de percibir sus treinta y cuatro millones de pesos, en caso de morir por no tener defensas. Además, el populacho entiende que las vacunas deben aplicarse a los más altos gobernantes que son quienes conducen la nave de la democracia por estos tiempos procelosos.
Mas la cuestión es la astucia para convertirme en excepción de la regla. Y los astutos se preguntan: ¿cómo puedo vender mi cupo? Pero es fácil, ya que en la cédula de ciudadanía aparezco con una figura desastrosa, gracias a la Registraduría. Aunque pensándolo bien, el derecho a la vacuna debe tener prelación “porque cómo es posible que yo siendo el alcalde, gobernador o burócrata no pueda privilegiar a mi mamá, a mi hermana, a mi amante”.
Pero no sé por qué me preocupo por estas cosas, dado que las vacunas no son millones, son pocas. A lo que hay que añadir que yo no tengo ni la edad, ni la dignidad, ni el gobierno para esperar un chuzón. Yo no soy la excepción. Además, ha crecido el miedo a la vacuna. Y es que si al aplicarme la vacuna me convierto en un murciélago dejaría de ser mártir para ser victimario. Lo mismo si al aplicarse la vacuna se altera el ADN, ¿podemos convertirnos en pangolín o afirmar la condición de lagartos? Por eso, por el temor, tengo ganas decir al vecino, cuando llegué la vacuna (si es que llega): “Vaya usted por mí”.