En pocas semanas continuará la discusión de la reforma política que viene impulsando el gobierno. Al texto de la reforma le faltan cuatro debates para concluir su trámite en el Congreso, pero desde su radicación en la Cámara de Representantes el 14 de septiembre de 2022, se ha convertido en la “reforma de la discordia”. Ya son varios los sectores de la coalición de gobierno que la han rechazado; cuestionando su talante antidemocrático, su pretensión de habilitar el transfuguismo, imponer las listas cerradas -sin criterios claros de selección-, y autorizar a los congresistas para que salten del capitolio directo a la Casa de Nariño.
No me cabe la menor duda de que la reforma política es una propuesta regresiva y un atentado frontal contra nuestra maltrecha democracia; al punto, que sí termina siendo aprobada tal como va, los honorables “Padres de la patria”, con sus múltiples virtudes y defectos, serán automáticamente reelegidos en 2026. ¡Ya no sería necesario votar!
Aunque en un primer momento la reforma tenía muy buenas intenciones, debido a que recogía varias de las observaciones presentadas por la Misión Electoral Especial en marzo de 2017 y se sintonizaba con el punto dos del acuerdo de paz, rápidamente y sin atisbo de vergüenza, Roy Barreras, en su obsesión por imponer las listas cerradas, la convirtió en un Frankenstein abominable que solo responde a los intereses electorales del Pacto Histórico y los partidos tradicionales.
Poco a poco la reforma política fue perdiendo su espíritu progresista para convertirse en un traje diseñado a la medida de Roy Barreras y sus aliados. Con un artículo que avala el “cambio de camiseta” (en lo que Roy es un experto); otro que habilita a los partidos grandes para conformar listas en coalición en detrimento de los partidos minoritarios; otro que vuelve obligatorias las listas cerradas durante dos ciclos electorales con la siguiente “palomita”: los actuales representantes y senadores, sin importar criterio alguno de género, serían los primeros renglones de las listas cerradas a presentar en 2026. ¡Vaya reforma!
Personalmente, considero que la reforma perdió el norte cuando se desligó de la reforma que buscaba crear un Tribunal Electoral y despolitizar el Consejo Nacional Electoral (CNE). Esa reforma a la autoridad electoral fue radicada por los senadores de Alianza Verde, Ariel Ávila y Humberto de La Calle; sin embargo, el ministro Alfonso Prada no le prestó mayor atención y permitió que se hundiera en su primer debate. Ese descalabro confirmó que en los sectores más tradicionales de la coalición de gobierno no existe la voluntad para transformar las reglas del sistema y que solo utilizarán la reforma política como vehículo para reforzar sus privilegios.
Y con el respaldo de Roy Barreras y Alfonso Prada, están a un paso de lograrlo.
Pero todavía estamos a tiempo de evitar que se consuma ese atentado frontal contra la democracia. Si a los sectores más progresistas del gobierno del “cambio” no le interesa, como sociedad civil nos debemos movilizar para evitar que la reforma política, tal como va, sea aprobada. No tiene sentido respaldar una reforma antidemocrática que atenta contra las minorías políticas, promueve el transfuguismo y que solo resulta funcional a los mezquinos intereses de los actuales congresistas.
¡No a la reforma política!