Uno de los elementos de la Iglesia que quisieron cambiar Lutero, Calvino, Savonarola, entre otros reformadores, fue aquel del pecado que la corrompía como institución. Ellos no fueron los únicos, hubo mas reformadores antes y después de ellos durante toda la historia del cristianismo. Reformadores cuyos movimientos condujeron a cismas (divisiones) en la institución. Otros condujeron a movimientos ad intra que promovieron la renovación de la misión de la Iglesia en la cual creían sin crear divisiones. Unos y otros, en todo caso, se alarmaron y reaccionaron ante los abusos sexuales, espirituales y de poder. Hoy de nuevo (y desde hace ya dos o tres décadas), la Iglesia se enfrenta al dragón de esos abusos.
Hace pocos días, un cardenal (el emérito de Washington) fue sancionado con una de las penas mas drásticas dentro del derecho canónico, a saber, el retorno al estado laical, con la consecuencia de la separación total y definitiva de toda responsabilidad ministerial o autoridad dentro de la institución. Es la más drástica en su género en la historia. Luego, a los pocos días, la justicia civil australiana declara la culpabilidad del cardenal Pell, emérito de Sidney. Hoy, la justicia francesa ha declarado culpable al cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon, en ejercicio. A cada uno, tanto la justicia civil como la canónica, los ha castigado por delitos distintos, no todos de abuso sexual. Sin embargo, el factor común es tal vez el abuso espiritual.
Ante esto, ¿se necesitan de nuevo reformas en la Iglesia? Indudablemente sí. Tal vez no reformas como las de Lutero o Calvino, quienes al criticar la institución humana de la Iglesia de Roma, terminaron por fundar comunidades de fieles que con el tiempo terminaron teniendo estructuras análogas a aquella que criticaban. Tal vez tampoco una reforma como la de Savonarola, marcada por una radicalidad apresurada, que quería ver transformada la república florentina convertida en un Reino de Jesucristo, sin tener en cuenta las variables político sociales de las organizaciones humanas. Con toda seguridad, una reforma de la Iglesia (en su estructura mas no en su esencia) debe ser llevada a cabo, sobre todo para que los pastores (pasando por todos los niveles de poder, sean jerárquicos o no) nunca pierdan de vista la responsabilidad que los une a los demás miembros de su comunidad: responsabilidad de cuidar, de enseñar y de santificar, y no de administrar el mejor estilo de un CEO. Pastorear. Mostrar un rostro paternal ,una palabra oportuna, una oración sencilla a quien lo necesita (o más bien, ¿quién no lo necesita?) nunca sobrará, por más que cambien los tiempos y los mundos. A la Iglesia, y a todas las instituciones que se dicen mensajeras de alguna palabra espiritual, les toca, sin pensarlo dos veces, reformarse. El problema en sí no es la institución, sino la falta de conciencia que lleva al abuso espiritual.
Esperemos que en el caso de los cristianos, sea Francisco, desde Roma, quien dé luces de una manera renovada, y anclada profundamente en lo espiritual de la institución que representa, sobre cómo hacer Iglesia. Esperemos que su ejemplo, como hasta ahora lo ha hecho, inspire creyentes y no creyentes para ser mas humanos, mas responsables, mas conscientes de la fraternidad humana que nos une. Esperemos que siga la reforma, que dicha reforma busque también caminos de reparación al daño infligido a tantos inocentes, pequeños y grandes. Reforma, reparación del daño, renovación de la confianza en la palabra del otro.