Alberto Lleras llegó al poder en 1958. El país que había dejado después de su breve paso por la presidencia de la República en el año 1946 ya estaba muy cambiado. La muerte de Gaitán a manos de lo que, a día de hoy, creo que fue una alianza criminal entre los conservadores y sectores reaccionarios del país, había dejado a Colombia sumida en una ducha de sangre y dolor de la que aún no se recuperaba.
Había pasado poco tiempo desde el escándalo de represión del gobierno militar encabezado por el ya despojado de su poder, general Gustavo Rojas Pinilla. En aquel incidente, su hija, acompañada de su esposo, fue abucheada en la Plaza de Toros La Santamaría. Como respuesta, la dictadura infiltró lo que se cree fueron más de 7.000 hombres para reprimir a aquellos que se atrevieran con gritos o chiflidos a criticar la gestión del dictador Rojas. Este episodio es recordado en esta época de coros contra el gobierno Petro.
En este caldo de cultivo, digno de un país al borde de su tercera guerra civil, Lleras, así como lo había hecho en su corto paso de un año por la primera magistratura del país, se sentó a pensar en reformas para ayudar a que el país retomara su rumbo.
Una de ellas, y quizás la más recordada, es la reforma agraria, que buscaba la transformación del país desde su sector más importante, el agro, como ya lo habían hecho años atrás varios países. Esta era una propuesta con buenos propósitos que se quedó corta a la hora de su ejecución; tuvo como objetivo redistribuir la tierra de manera equitativa y promover el desarrollo agrícola. La reforma logró redistribuir algunas tierras a los campesinos, pero no eliminó la desigualdad en la distribución de la tierra. La oposición de los grandes terratenientes, la falta de recursos del gobierno y la escasa organización de los campesinos fueron factores que contribuyeron al fracaso de la reforma.
Han sido reiteradas las menciones del señor Presidente de la República de Colombia a la reforma de Lleras, tanto así que veo que está cometiendo errores que, aunque no sean similares, pueden terminar llevando a este proceso al fracaso rotundo.
Sobre la reforma agraria del gobierno actual, veo una gran problemática que me preocupa bastante. Hace un par de meses acompañé a un familiar a una pequeña reunión en la subregión del Magdalena Medio para tratar este tema. Las personas que creo, eran de la Agencia Nacional de Tierras, hablaban de un número mágico de 1,6 hectáreas por unidad agrícola familiar, una extensión que simplemente es arcaica.
Los minifundios en Colombia no han hecho al país más productivo, y teniendo en cuenta que las condiciones viales en grandes partes del territorio colombiano terminan incentivando a que las grandes ganancias generadas por el agro se las lleven los intermediarios.
La reforma del gobierno actual no solo la veo anclada a un pasado de revoluciones agrícolas dignas de mediados del siglo XX, sino que también veo con alta preocupación que solo llaman a los privados para comprar grandes extensiones de tierra, dejando de lado lo que hizo competitivos a países como Brasil, Israel, Estados Unidos y muchos más en el agro: la tecnificación.
En un mundo en el que la globalización llegó para quedarse, es imposible ser competitivos si no logramos actualizarnos como país, y el agro nunca será ajeno a este fenómeno. Es necesario revisar, de la mano del sector privado, una estrategia público-privada para llevar los avances de la ciencia, la tecnología y la innovación al campo colombiano.
Colombia y Antioquia siguen teniendo hambre, y hasta que esto no se solucione, cada 4 años vamos a tener más propuestas populistas y nos alejaremos cada vez más de un país juicioso liderado por estadistas que respondan a las verdaderas problemáticas que tiene el país y no a un afán de likes liderado por unos hackers de atención.
