Ante el histórico reclamo de una reforma agraria en el país y la coyuntura de los Diálogos de Paz entre las FARC y el Gobierno Nacional, especialmente el primer punto, sobre la política de desarrollo agrario integral, conocer cuáles han sido los impactos que ha tenido la democratización en el uso de la tierra en otros países puede ayudar a resolver esta encrucijada que ha marcado a sangre y fuego la historia del país.
Colombia y Noruega, parecen países fruto de mundos totalmente diferentes, sin paridad ni historia en común, sin embargo a comienzos del siglo XIX eran países con características bastante similares; países coloniales con un bajo nivel de desarrollo, poca participación en el mercado de las exportaciones y un atrasado sector industrial. Pero hay un punto de inflexión que marcaría la trayectoria divergente de ambos países, la titulación y democratización del uso de la tierra.
En 1820 Noruega era una economía colonial propiamente hablando, sus exportaciones eran dominadas por extranjeros, hanséticos, holandeses, etc. la producción era bastante paupérrima, apenas llegaba al 66% del Producto Geográfico Bruto (PGB) per capita de Dinamarca, y estaba concentrada en manos de la corona danesa. Su economía era monoproductora y se basaba exclusivamente en la explotación de materias primas, con una fuerza de trabajo en su mayor parte no calificada.
Para esta década la situación económica colombiana no se distanciaba para nada de la Noruega. Sin embargo, el suceso que marcaría tajantemente la historia de ambos países fue que en ésta misma década el gobierno Noruego decidió, luego de liberarse de la corona Danesa, asignar tierras y recursos a los campesinos en el marco de una revolución liberal destinando las tierras para suplir las necesidades básicas de la población, mientras que en Colombia se profundizaba el modelo feudal de producción basado en la hacienda y la aparcería.
35 años luego de que le fueran asignadas las tierras y los recursos a los campesinos, Noruega cuadruplicó su producción de alimentos, lo que le permitió al país modernizarse, puesto que, con el excedente de la producción tuvo la capacidad de comprar maquinaria y fortalecer su sector industrial. A su vez, esto ayudó a consolidar una fuerte sociedad agraria que era económica y políticamente independiente, que jugó un papel central en la estabilización de la sociedad noruega, ya que necesitaban organizarse para tomar las decisiones sobre su propiedad y a su vez fortalecer las instancias de administración pública, dándole forma al sistema político y de administración territorial; cuestión que en pleno siglo XXI es uno de los mayores retos de la sociedad colombiana.
El partido (Labour Party) que gobernó en la segunda mitad del siglo XIX estuvo fuertemente ligado a los reclamos y necesidades del sector agrario, quienes solicitaban mejoras técnicas constantes para la explotación de sus propios recursos, que llevaba en sí la necesidad de mejoras en el sistema educativo y de calidad de vida de sus ciudadanos; además, por el simple hecho de tener la opción de habitar sus tierras de manera digna los campesinos no se vieron obligados a migrar a las ciudades, lo que ayudó a mantener un crecimiento demográfico estable, tanto en las ciudades como en los campos.
Colombia decide tomar otra vía de desarrollo, el modelo hacendatario y terrateniente se profundiza en la misma década dejando como saldo un campo atrasado, basando su economía en bonanzas, como el café, lo que hizo de Colombia un país dependiente y con un bajísimo nivel de exportaciones, para 1890 las exportaciones percapita colombianas apenas llegaban a 1/5 de la de sus vecinos continentales como Argentina. Si bien uno de los mayores retos que el país afrontó fue consolidar un sector exportador estable, no fue sino hasta bien entrado el siglo XX que algunas de las industrias lograron fortalecerse en éste campo, sin mayor éxito cabe resaltar.
Por los bajos índices en exportaciones y producción industrial, el Estado colombiano no fue capaz de tributar una cifra considerable para suplir sus necesidades fiscales y de establecer criterios políticos o económicos para la protección de la industria nacional ya que la ideología del libre comercio se mantuvo hasta 1870, mientras que, Noruega tras la demanda de los campesinos, estableció como política nacional los subsidios a la producción nacional y el fortalecimiento de los aranceles hacia las importaciones.
Entrado el siglo XX, Noruega ya contaba con una importante participación en los mercados internacionales y un Estado fuerte, mientras que Colombia aún se debatía (o mejor combatía) el tipo de país que quería en la Guerra de los Mil Días; parecía ésta
una crónica de tres años que se repetiría una y otra vez a lo largo del siglo, tanto para Noruega como para Colombia, con aquella sutil fuerza que acumula la inercia del movimiento, profundizando el modelo en ambos países.
Noruega actualmente es la tercer economía en materia de PIB y la primera en el coeficiente de GINI con un 0.226, mientras que Colombia se ubica en el puesto 34 con un coeficiente de GINI de 0.535 ocupando el puesto 145 de distribución de la riqueza. Por supuesto que la titulación y democratización de las tierras no será la gran quimera que resolverá todos los problemas estructurales del país, pero sin lugar a duda, podría ser un pilar fundamental en el desarrollo del país y de la sociedad colombiana, enterrando el modelo feudal de producción, avanzando hacía la modernidad.
Si actualmente hablamos de un fortalecimiento de las políticas de la Tecnología y la Información, así como de un mundo globalizado, es preciso que haya una consonancia en todo el proceso nacional, no sólo podemos modernizar nuestras comunicaciones, también debemos hacerlo con el sistema político, económico y social, y qué mejor oportunidad para ello que la ventana de oportunidades que han abierto lo Diálogos de Paz, en donde la tarea fundamental de la sociedad es llevar y hacer cumplir las más sentidas demandas que podrían dar respuesta a las problemáticas estructurales del Estado.