A medida que el rezo del rosario avanzaba, los cachorros, metidos en una perrera en el amplio jardín del Gimnasio Castillo del Norte, intensificaban los aullidos. Atormentada al ver que el diálogo matutino que establecía cada mañana con Dios no lo podía hacer en paz, la rectora Azucena Castillo ordenó al cuidador del colegio que matara a los cuatro perritos. Desde ese día se pudo iniciar la jornada laboral en serenidad.
De igual manera que pudo controlar los perros aniquilándolos, lo hacia con los alumnos en el colegio que había fundado con su esposo Alfredo hace 25 años. Con su mano de hierro logró contener el escándalo público de un primer suicidio de otro estudiante en el 2011.
Cada vez que los directivos lo convocaban a asistir a la misa semanal, él, renuente, les respondía a sus profesores que aprendía más quedándose en el salón de clase en compañía de los terroríficos cuentos de Edgar Allan Poe. Pero igual lo obligaban a ir a la iglesia y llegado el momento de la comunión Sergio apretaba la boca y les recordaba que él, desde los doce años, era ateo y anarquista.
Lo anarco se notó la mañana en que convenció a sus compañeros de clase en hacer un paro en protesta por la ausencia durante tres meses del profesor de matemáticas. Con la amenaza de una expulsión inmediata, Azucena aplacó al rebelde. Y no lo olvidó.
Le faltaban seis meses para concluir el bachillerato y todo parecía normal en la vida del rebelde del colegio. Pero los choques con la rectora no tardaron en aparecer. Sergio quería comprar por su cuenta el saco que vestiría el dia de la graduación pero Azucena se le atravesó y le impuso el que ofrecía el colegio. Después vino el lío gordo, el que desembocaría en un trágico final.
Un dia en ausencia de uno de los profesores los muchachos se tomaron el aula de clase para hacer guerra de bolitas de papel y escribir tonterías en el tablero. Los estudiantes se relajaron y fye entonces cuando una de las niñas forzó a Sergio revelar su secreto. Lo retó a dejarse tomar una foto con quien ella sabía era el amor escondido: un compañero del salón. La pareja aceptó besarse y su imagen terminó en el teléfono de la muchacha.
El relajo llamó la atención de uno de los profesores que irrumpió en el salón y rapó el celular. Con la expresión de “pervertidos” quedaron delatados sus prejuicios. Sin pensarlo éste tomó la ruta de la rectoría. La reacción de Azucena además de verbal - necrófilo, sadomasoquista y degenerado-, corrió a demandar a Sergio Urrego en la Fiscalía por acoso sexual a un compañero. Le había llegado el momento de la venganza contra el muchachito complicado que desde pequeño la exasperaba, asi fuera siempre el mejor de la clase. Fue más lejos. Acusó a Alba Reyes, la mamá del muchacho, de abandono de hogar por sus permanentes viajes de trabajo, especialmente a Cali. Instó a los profesores, bajo amenaza, a hacer públicas sus quejas de indisciplina continuada en el observador del alumno.
Sensible como un artista, Sergio empezó a padecer de insoportables migrañas a medida que el cerco de la rectora se cernía sobre él. Ya ni las canciones de los Beatles, ni los cuentos de Andrés Caicedo, ni ver por enésima vez Tango feroz lo calmaban. Vomitaba quince veces por día e intentó rasgarse las muñecas con una cuchilla de afeitar. Quería callar las voces que lo juzgaban, sentar un precedente que hiciera de este país un lugar más justo para todos aquellos que quisieran vivir su sexualidad como les diera la gana. Entonces, en el atardecer de ese 4 de agosto de 2014, mientras su mamá pensaba darle una sorpresa con un arribo inesperado , Sergio se lanzó desde la plazoleta de comidas del centro comercial Titán Plaza. La noticia sorpendió a Alba bajándose del avión en El Dorado.
En la mañana del 5 de agosto los alumnos del Gimnasio Castillo del Norte dicen haber visto a la rectora con cara de satisfacción. Incluso alguno se aventuró a decir que Azucena haberla oído murmurar “gracias a Dios se murió Sergio”. No asistió al entierro y sancionó a quienes se atrevieran a asistir. La dimensión de la tragedia y de sus errores solo la dimensionó cuando los medios de comunicación empezaron a llegar al colegio . Intentó justificarse culpando a Alba Reyes, la mamá de Sergio por sus frecuentes ausencias.
Nadie le creyó. Y menos la Fiscalía que ordenó la detención de Azucena acusada del delito de discriminación, restricción de derechos a la educación, al libre desarrollo de la personalidad y a la intimidad. Ordenó el cierre del colegio Gimnasio Castillo del Norte con lo cual quedó enterrada la vida profesional de la rectora quien en su casa por cárcel espera con una condena entre cuatro y diez años.