Camilo Romero fue una piedra del zapato durante los cuatros años del gobierno de Juan Manuel Santos y ahora repite con Duque. No cede un milímetro a su convicción en que el camino para enfrentar la coca que inunda su departamento, no es la fumigación ni la erradicación forzosa. Cada vez que la ocasión se lo permite repite los billones de dólares en glifosato rociados durante décadas y en las misione inútiles de cuadrillas erradicando a sangre y fuego con resultados tan fallidos como que su departamento sigue mandando en las estadísticas del país y del mundo con sus 44 mil hectáreas, en donde pesan las 16.960 del municipio de Tumaco, el mayor productor de coca por hectárea del mundo.
Con Santos, la disputa trascendió la coca. Entre 2016 y 2018 cuestionó los partes de victoria sobre el fin del conflicto con las Farc mientras su departamento ardía. Romero alertó sobre la avanzada de las disidencias en ese territorio y señaló en más de una ocasión al entonces ministro de defensa Luis Carlos Villegas por las arremetidas violentas de la policía ante los campesinos que cultivaban la planta. En uno de ellos incluso varios campesinos salieron heridos. En el consejo comunitario del 16 de marzo del 2016 el gobierno se comprometió a invertir $700 mil millones para sustitución de cultivos. El monto, a la fecha, no se ha completado en su totalidad. Con Iván Duque las relaciones han sido mucho peor.
En las reuniones con Santos nunca bajó la guardia con sus duras críticas
El enfrentamiento comenzó en marzo del 2019 cuando su voz fue la más crítica contra las políticas de aspersión aérea del gobierno en la Audiencia Pública que programó la Corte Constitucional sobre el glifosato en la que el gobierno con el Presidente Duque a la cabeza realizaron la férrea defensa. El enfrentamiento ha ido in crescendo, convirtiéndose en uno de los denunciantes de los asesinatos de líderes sociales y de defensa de los campesinos como sujetos de derecho y no objetivos de represión.
Romero es fiel a una dinastía de luchadores sociales. A finales de 1969 una protesta sacudió a Ipiales con la fuerza de un terremoto. La gente, cansada de las altas tarifas de energía eléctrica y de agua, paralizó esta ciudad frontera con el Ecuador. Los colegios pusieron su grano de arena y había un muchacho de trece años que tenía la voz demasiado gruesa para su edad y la fuerza en sus brazos para tirar las piedras necesarias a los camiones de la policía. Se llama Jonas Ricardo Romero y hacía séptima de bachillerato. Él es el papá del actual gobernador
Romero fue un rebelde entregado a las causas sociales. Mientras sus compañeros de estudios se fundían en la fiebre que despertaban los bailes bajo la música de Los Melódicos y La Billos en los años 70 él, veinteañero atípico, se reunía con los compañeros a inventar estrategias para que la brecha entre ricos y pobres se achicara cada vez más. Por eso, a comienzos de los ochenta crea junto a otros compañeros el barrio Heraldo Romero, el nombre de su hermano. Heraldo fue el primer revolucionario de la familia. Hijos de Jonas Romero, nacido en la provincia de Imbabura, Ecuador, pintor que estudió en la misma escuela de Oswaldo Guayasamín y fue empleado del maestro Guillermo Valencia. En el colegio casi no se puede graduar: en las paredes limpias de Ipiales aparecieron consignas propugnando un estado socialista. La idea había sido de Heraldo y de su hermano Dario. Al final sus buenas notas no le dejaron otra opción al rector del colegio Champagnant que dejarlo graduar. En la Universidad de Nariño ejerció un liderazgo absoluto: allí creó el Frente Estudiantil Democrático y fue el representante de los estudiantes ante el Consejo Académico.
Cuando se graduó de abogado su lucha se intensificó. Sin importar el peligro Heraldo invadió los predios de lotes desocupados en Ipiales para darle la tierra a los que lo necesitaran. Su lucha le salió cara, muy cara: fue 14 veces encarcelado. En cada una de ellas fue electrocutado, golpeado, apaleado. No lo dejaban dormir, lo bañaban en medio de la noche con agua fría, lo dejaban tirado en la celda para que el frío literalmente se lo comiera. Las torturas cumplieron su cometido: el 6 de septiembre de 1980, después de sufrir una pulmonía, murió en Ipiales, tenía 32 años. El barrio que levantó su hermano menor, Ricardo, quiso preservar su legado.
Los Romero se anotaron una moñona en las elecciones de octubre del 2015: Ricardo, el padre llegó a la alcaldía de Ipiales y el hijo Camilo a la gobernación del departamento
Tres décadas después el barrio Heraldo Romero es de los más militantes y activos de Ipiales. Jonás Ricardo, por su parte, llegó en octubre del 2015 a ser alcalde de su ciudad obteniendo 19.764 votos contando con el aval del Movimiento Alternativo Indígena y Social, MAIS. Sin embargo sería su hijo Camilo el que más lejos de los Romero llegaría.
Nació en Ipiales en 1976 y creció viendo la lucha de su papá quien militó en el M-19 y luego, cuando pactaron con el gobierno de Virgilio Barco la paz, decidió hacer parte de la Alianza Democrática M-19. Camilo vio las afugias que le traía a su papá ser tres veces concejal de Nariño y le quedó el virus político en la sangre. Estudió Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Occidente, se dio a conocer por la campaña “Tiene huevo”, un movimiento político “juvenil mamagallístico” que les entregaba huevos a los políticos y que inspiró a movimientos políticos como el partido del Tomate. Entre el 2006 y el 2009 fue director de la Unidad Investigativa de Telesur y regresaría al país a lograr lo que nadie esperaba: llegar al Senado de la República. Con los 44 mil votos fue uno de los grandes electores del Polo Democrático. Cinco años después logró su nuevo propósito político: ser gobernador de Nariño, esta vez con las banderas del Partido Verde.
Sus argumentos para enfrentarse a las política gubernamentales de Duque los sustenta con cifras: de los 70 mil cultivadores de coca que tiene registrados Nariño solo 16 mil reciben ayuda del gobierno, a pesar de la voluntad firmada por una cantidad mucho mayor. Solo que esta vez Romero ha decidido pasar del debate y la discusión a los hechos, sin esperar la lenta y pobre llegada del Plan nacional de sustitución de cultivos en cabeza de Emilio Archila a su departamento. Dispuso de $ 110.000 mil millones del presupuesto para crear un plan piloto departamental como que contrarreste con la aspersión aérea del glifosato. Le ha pedido al Presidente Duque una contrapartida de otros $100 mil millones, presupuesto total con el que se comprometerá a que no quede un solo metro de coca en Nariño. Sin esperar, y con el talante rebelde y de templanza a la hora de asumir riegos heredado de su familia, se la va a jugar en los escasos seis meses de gobierno que le quedan, arando de paso, el camino hacia la Presidencia de la República, su ambición mayor.