Las mujeres han servido todos estos siglos de espejos, con el poder mágico y delicioso de reflejar
la figura del hombre al doble de su tamaño natural.
(Una habitación propia). Virginia Woolf.
Corría el año de 1996. Yo era profesora de medicina en el departamento de psiquiatría en la Universidad de Antioquia y estaba en el proyecto de crear un área de Salud Mental de las Mujeres. Tal vez por esa razón me empezaron a buscar estudiantes de distintas facultades: sociología, ciencias políticas y medicina entre otras. Las historias se repetían, todas apuntaban a situaciones muy “incómodas”, decían ellas, en las cuales algunos profesores las abordaban para pedir favores sexuales e incluso las chantajeaban a cambio de buenas notas.
Ya hace 24 años, sí, 24 años una alumna y yo hicimos en la Facultad de Medicina un pequeño estudio sobre discriminación, acoso y abuso sexual contra las estudiantes de allí para describir las formas de violencia que más frecuentemente se ejercían contra ellas, según el área académica y el semestre que cursaban. Los resultados fueron reveladores y causaron rechazo en el cuerpo docente. Se encontró por ejemplo que a mayor nivel educativo peor la agresión, en séptimo semestre – medicina interna- era común la desvalorización, en internado- semestre 12- pululaban la discriminación, las burlas y los actos autoritarios, en noveno y décimo – cirugía y pediatría, eran frecuentes el acoso y el abuso sexual. El 8 % de las estudiantes habían sido violadas. 97 % de los agresores, hombres. 40 % docentes. 60 % pares.
Cuando presenté los datos en forma privada al decano de entonces, lo primero que me dijo fue: “mi doctora querida, usted por qué tiene que investigar esos temas tan malucos (le acababa de mostrar otros resultados de los mínimos efectos emocionales negativos del aborto inducido en contraste con los altos costos para la salud mental del aborto espontáneo), por qué no investiga, como los otros psiquiatras, sobre depresión, ansiedad y suicidio”. Empecé a reunirme con los jefes de los departamentos involucrados en los hallazgos y las respuestas fueron de este tenor: “yo me robo todo lo que veo por ahí mal puesto”, “nunca nos enteramos”, o “las balas son como las mujeres, solo se sacan las que se dejan tocar” (se sacan en el coloquio profesoral quiere decir se aprueban académicamente). Nunca pasó nada, cerraron las puertas a la discusión y el asunto se barrió bajo la alfombra.
Corre el año 2022. Aladino se descalabró en la alfombra, salió toda la basura y estoy feliz. Hemos asistido en los últimos meses al huracán que tumbó la alfombra: en muchos países del mundo las estudiantes se rebelaron. Con una mezcla de indignación, rabia, asco y hartazgo producto de la impotencia que genera el ocultamiento por parte de las directivas universitarias surgió la protesta: movilizaciones, plantones, marchas, grafitis, escraches, actos de performances y hasta vandalismo. Esta frase por ejemplo refleja lo que están sintiendo: “Ya no más, ya no nos tocan más, ya no nos intimidan más, ya no nos insultan más”. Las mujeres jóvenes, me atrevo a decir el feminismo joven, se hartó. Es parte del gran incendio que está provocando la revolución feminista. Ya no hay alfombra donde esconder las fechorías, señores.
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Ya no hay alfombra donde esconder las fechorías, señores
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Estas mujeres han logrado mover el estamento: ahora sí, se crean comités de género, protocolos, rutas de atención que reconocen el tema como un delito y también, finalmente, se hacen visibles grupos de investigación y acción que durante años han trabajado de manera seria en muchas universidades del país para prevenir y atender la violencia contra las mujeres (VCM) – aclaración necesaria: con visibles quiero decir manifiestos, utilizados por las instituciones para estar en la onda de lo que ahora sí es inaceptable – .
Protesta buenísima. Respuesta institucional, importantísima. Pero la discusión de fondo no se ha dado. Ni en los medios masivos que, como casi siempre, a la vieja usanza del periodismo rancio y patriarcal, solo escudriñan asuntos relacionados con lo insólito, como ellos mismos dicen “cuando el hombre muerde al perro”. Las mujeres bravas, incluso violentas, son insólitas. Muerden. Ahí sí ameritan entrevistas, reseñas, y otras bobadas que lo único que hacen es reforzar el estereotipo de las buenecitas que tienen que aguantárselo todo para ser incluidas. No han sido capaces de hacer un trabajo serio y profundo, radical, es decir apuntando a las raíces, preguntándose, por ejemplo, igual que deberían hacerlo con el lenguaje, también sexista: ¿qué clase de estructura se sustenta con todos estos hechos inmorales, injustos, ilegales, antiéticos, anormales, inaceptables?
Ni en la sociedad en general o las familias en particular. ¿Cuándo han visto una campaña publicitaria que hable del patriarcado? ¿Qué cuestione el machismo? ¿Que hable de sus efectos en hombres y mujeres? ¿Alguna vez han visto que en el pensum de escuelas, colegios y universidades se incluyan en el día a día, en los niveles básicos cátedras de feminismo, de género? No, qué va. Se llenan la boca hablando de diversidad e inclusión, pero al machismo, a la forma más abyecta de exclusión y explotación, nada menos y nada más que de la mitad de la población, no se le dedica tiempo. ¿Cierto que sabemos por qué?
¿Hasta dónde las universidades están dispuestas a llegar para erradicar de verdad el machismo? Hay que formarse en patriarcado, sus causas y efectos, tocarse con el tema de la violencia contra las mujeres, hay que cualificar a docentes y no docentes. No basta con establecer protocolos de atención para quedar como bien pensantes. ¿Cuántas, cuáles y cuándo las sanciones? Se necesita mucha voluntad política.
¿Cuánto más tenemos que esperar las mujeres para que se reduzca el nivel de tolerancia social al desprecio, la cosificación y el usufructo del que somos víctimas?
Se les acabó la guachafita señores de las universidades.