Por: Pablo Navarrete*
Todavía recuerdo la primera vez que vi a Boris y a Tanja. Era abril del año 2017, habían pasado 5 meses desde que el entonces presidente Juan Manuel Santos firmó el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera con la extinta guerrilla de las Farc EP. Los periodistas más jóvenes queríamos hablar con quienes en ese momento se instalaban en el Punto Transitorio de Normalización, o Zona veredal, de La Elvira, Cauca.
El sueño de vivir en un país distinto era la causa de quienes apoyamos de manera incondicional el reto de hacer cumplir lo pactado en La Habana. Recuerdo verlos agarrados de la mano durante pocos segundos. Sonriéndose con discreción en algunas reuniones. Caminando. Observando. Respondiendo preguntas que de pronto podían parecer molestas. Viviendo lo que la guerra no les había dejado hacer.
Con el primero que hablé fue con Boris:
Hoy saco de mi archivo personal la grabación de la primera entrevista que le hice y escucho su voz. “Vendía muñequitas con hoja de maíz debajo del puente que queda al ladito de la Universidad Nacional. Entré a la guerrilla cansado pero convencido, hoy sigo sin arrepentimientos”, decía en ese momento. Luego de escucharlo, me remití a leer en mis agendas y encontré varios apuntes que hice de él: “es serio. La guerra le quitó mucho. Ama lo que hace. Ha caminado mucho. No sé cómo no siente frío. La Elvira es hielo”.
En la tarde de ese mismo día, me acerqué a Tanja. Vestida de negro. Mirando con seriedad. “Me llamo Pablo Navarrete” , le dije. “Ah, como el periodista inglés”, respondió. Empezamos a hablar. La entrevisté durante hora y media. De todo lo que dijo, hubo algo que hoy sigue vibrando en el nuevo capítulo de su vida, el del amor: “yo pocos planes hago. Además porque considero que hay muchos factores externos que pueden hacer cambiar el proyecto de vida, fíjese, mi proyecto hace unos años era ingresar a la guerrilla y estar en la guerra. Ahorita vamos a hacer la paz, y sin embargo, vamos a seguir luchando”.
5 años después, la frase de Tanja es una especie de mantra que la sigue uniendo a la vida de Boris. Ella y él no son uno por el matrimonio que celebraron ayer en la capilla de la Universidad Javeriana, de Cali, pero ahora, cuando pueden decir que fueron más fuertes que la guerra y que el amor los unió, ya son “mucho más que dos”, como dice el poema de Mario Benedetti, cuyos versos fueron el sermón con el que se declararon, marido y mujer.
Pero la vida no ha sido fácil para ninguno de los dos. Desde que regresaron de La Habana han tenido que enfrentarse con el naufragio de las ilusiones y de los anhelos rotos. Sus camaradas asesinados. Sus causas echadas bajo tierra.
“Nos empezamos a quedar solos en La Elvira”, cuenta Boris, “los compañeros se empezaron a ir. A un vecino nuestro lo asesinaron”. Empezó el exterminio de los firmantes. Y ahí estaban ellos, casi expropiados de su derecho a anhelar. Pero con la vida por delante. Con el surco nuevo sin pisarlo.
Al salir de la zona veredal, Boris y Tanja quisieron empezar a trabajar en la dinamización de ‘De mano en mano’, una cooperativa que busca volver autosostenibles proyectos productivos de distintos excombatientes que, al igual que ellos, le apostaron al sueño de la paz.
¿Cómo se conocieron Boris y Tanja?
El anhelo:
Ella entró indiferente. Caminando segura. Sin mirar más allá de los pocos rostros conocidos que la esperaban en el punto de encuentro de La Habana. Él estaba ahí cerca de ella, la vio: era Tanja “la holandesa”, recuerda él. El nombre de ella, Tanja, era casi una leyenda: la historia de una extranjera que había llegado desde su natal Países Bajos convencida de la causa revolucionaria que Manuel Marulanda comandaba en el país de los destajados. Se llaman Boris Guevara y Tanja Nijmeijer y hoy se casan para celebrar que sobrevivieron a la guerra.
“No me saludó porque pensó que yo era un cubano”, comenta él. “Es que no era normal ver gente joven dentro de la guerrilla, casi todos eran señores o señoras. Entonces entré siendo un poco indiferente, como suelo ser al principio”, dice Tanja.
Corría el año 2012, la etapa pública de la negociación entre el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y la otrora guerrilla de las Farc EP empezaba. Boris lideraba los procesos de comunicaciones dentro de La Habana por parte de las Farc EP. Y Tanja llegó un mes después que él para trabajar como plenipotenciaria, junto a Jesús Santrich, en el aparte de la reforma rural integral que estaría consignado en el Acuerdo Final para la construcción de una paz estable y duradera.
Boris entró a las Farc EP por la misma época que Tanja. Eran los tiempos en los que el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) buscaba la terminación del conflicto con las Farc a través del proceso que hoy el país conoce como las negociaciones del Caguán. Durante ese lapso, hubo una reingeniería al interior de las Farc en la que jóvenes convencidos de la transformación del país a través de la causa guerrillera, como Tanja y Boris, entraron a la organización.
Sin embargo, la guerra nunca los unió. Tanja nunca escuchó de Boris, un joven tranquilo, sencillo y amable que en los tiempos de combate desarrolló toda su maniobra guerrillera como parte del Bloque ubicado en el suroccidente de Colombia. Pero él sí sabía de ella por lo que Gabriel Ángel, escribano de las Farc, decía acerca de ella en sus textos. Pero nunca se imaginaron que la etapa del anhelo por el fin del conflicto hiciera que sus vidas se cruzaran.
“A nosotros prácticamente nos casó Iván Márquez”, cuenta ella, “Nosotros estábamos de noviecitos. Pensábamos que nadie sabía, pero todo el mundo sabía. Llevábamos 15 días, no teníamos casi ni confianza, hasta que un día nos llamó Iván Márquez y nos preguntó que cómo nos entendíamos nosotros, que porque necesitaban más cuartos. Que venía más gente a la negociación de paz y necesitaban uno de los cuartos. Nos dijo que nos fuéramos a vivir juntos. Fue muy incómodo, pero nosotros lo asumimos como una orden, así que yo empaqué mis cositas y me fui para el cuarto de Boris”. Y se enamoraron.
Por las mañanas salían a trotar alrededor de El Laguito. Tanja se reunía hasta la 1 o 2 de la madrugada junto a Santrich revisando detalles, documentos y toda la minucia relacionada con el asunto de tierras. Boris, como líder de comunicaciones, debía lidiar con la desinformación que desde Colombia giraba en torno a las negociaciones de La Habana, además de establecer un sistema de comunicaciones para transmitir los avances, logros, fracasos, cuellos de botella, todo lo que su gente debía saber acerca de la histórica negociación.
El día apenas empezaba y antes de que la isla se empezara a calentar, ambos debían estar formando en El Laguito, la zona en la que los equipos de las Farc y del gobierno Santos se hospedaron durante la negociación. Luego de formar salían a trotar y todo el tiempo hablaban de trabajo, la vida giraba alrededor de la batalla de la paz.
Boris y Tanja son hijos de dos mamás valientes. Ellos son sobrevivientes del conflicto que se libró al interior de un país destajado, de su familia. En medio de todo, la vida empieza a florecer y por eso se aman tanto. Por eso, hoy se casan.
“Tanja y Boris. Amor y rebeldía”.
Los invitados a la ceremonia se ponen de pie con parsimonia y silencio. Afuera de la capilla Tanja espera ansiosa. No puede evitarlo. Está llorando. A su lado izquierdo, su mamá. Dentro de la capilla, al lado del padre Luis Felipe Gómez Restrepo, rector de la Pontificia Universidad Javeriana, Boris la mira. Sus manos le tiemblan. No puede parar de mirarla. Ambos están luciendo trajes blancos, el de Tanja, en buena parte, pertenecía mamá:
“Es el vestido de novia de mi mamá, lo tuvo guardado durante 50 años esperando a que alguna de sus hijas lo utilizara, y mire cómo es la vida: lo terminé utilizando yo a mis 44 años”, cuenta Tanja. “La cola del vestido se la habían tragado los ratones, entonces había algunas partes que se necesitaba reconstruir”.
En dos días, el equipo de Manifiesta, proyecto de confecciones de excombatientes, hizo y reconstruyó distintas partes del vestido de Tanja, un símbolo que atraviesa el legado de su mamá pero que también reivindica las manos y el papel de las víctimas porque “quien cosió y sacó el vestido adelante fue una mujer víctima del conflicto”.
Empezó a sonar la música: la voz de Nina Simone hace eco en la capilla. Tanja espera ansiosa el momento de su entrada. No es cualquier canción la que estaba sonando en ese momento, es ‘Feeling good’, interpretada por Nina Simone. Esa canción es una manera de reivindicar las luchas, acceder a la dicha y al derecho de la felicidad después de las tormentas.
Desde adentro todos la observan mientras ella, con su usual discreción se limpia las lágrimas. La canción hace lo suyo: empieza a sonar la orquesta que sobreviene con fuerza tras la entrada a capela de Simone. Ese es el pie de Tanja para caminar mirando a Boris, por momentos se distrae con el claqueteo de las cámaras. Entra en la capilla adornada con flores artesanales hechas con hoja de maíz.
La artesana fue la mamá de Boris, durante un mes estuvo fabricando flores de cáscara de maíz, las mismas flores que hace poco más de 20 años Boris y su familia vendían en las calles de Bogotá para salir adelante. “El maíz quiere decir muchas cosas en mi vida: la época en la que vendía esas mismas flores para poder comer, mi camino dentro de las Farc y la lucha por la tierra, por un país sin hambre. El maíz siempre ha estado conmigo y tenía que estar el día de mi matrimonio”, dice Boris.
Tanja llega. Boris y el padre Felipe la esperan frente a un arco de flores de maíz. Frente a ellos, hay una mesa que sostiene un cirio enorme cuya llama, más adelante, servirá para que cada uno de los invitados encienda una vela en representación de un deseo para que Tanja y Boris tengan una larga vida juntos. Al lado izquierdo de Boris está su mamá. No para de sonreír, se siente orgullosa. El amor es bello, y ella lo dijo cuando —frente al micrófono— le entregó su hijo a Tanja. Lo mismo hizo la mamá de Tanja con Boris.
Luego, Martín, otro excombatiente firmante del acuerdo de paz, leyó el anhelado sermón, un poema de Benedetti.
'Salmo' de Mario Benedetti, leido por Martín Batalla. Foto: Revista RayaAunque ambos son ateos, decidieron casarse en una capilla, y permitir que fuera un sacerdote quien oficiara la ceremonia, por un símbolo de reconciliación, “y también, porque nuestras mamás son católicas, para ellas eso es importante”, comenta Boris. “El padre nos dijo que lo dejáramos mencionar a Dios solamente una vez. Nosotros le dijimos que sí”, agrega Tanja. Y, aunque el padre mencionó a Dios más de una vez, probablemente tres o cuatro veces, la ceremonia de Boris y de Tanja fue conmovedora, pues su razón en sí misma era la de rendirles un tributo a quienes fueron asesinados, violentados y silenciados.
Entre los invitados estaban Gloria Inés Ramírez, ministra de trabajo, Victoria Sandino, exsenadora del Partido FARC, ex diplomáticos europeos, directores y directoras de organismos internacionales, periodistas, fotógrafos, ex combatientes y “personas que nos han apoyado desde que empezamos el proceso de reincorporación. Hacer este matrimonio es una manera de agradecer la solidaridad y el afecto de tanta gente”.
La primera en leer las promesas fue Tanja. Una amiga le pasó un papel doblado en varias partes. Ella lo desenvolvió. La voz se le quebró. Tomó aire: “prometo amar al niño que vendía estas flores”, así empezó. Boris sacó una agenda blanca. Su promesa de amor terminó así: “prometo amarte, mi rebelde internacionalista”.
“No me imagino casada o con pareja junto a una persona que no haya sido combatiente. No tendría sentido para mí”, afirma Tanja. Para ella y para Boris, ellos están hechos el uno para el otro: los han unido las causas, las luchas, los dolores, las alegrías y ahora, el amor y los sueños. “Sueño con que ‘De mano en mano’ se convierta en una empresa autosostenible, que pueda funcionar como un proyecto colectivo para todos los compañeros. Ese sería nuestro sueño más grande”, dice Boris.
“Tanja y Boris. Amor y rebeldía”, dice el papel que envuelve el souvenir de la celebración, cuya ceremonia estuvo cargada de distintos símbolos con varios objetivos: celebrar la graduación de Boris de la Universidad Javeriana como diseñador de comunicación visual, celebrar la vida, pero, sobre todo, celebrar que están vivos. “Nos dimos cuenta de que nos encontrábamos con mucha de la gente en los funerales y eso dolía mucho. Cada asesinato ha dolido”. La violencia letal cometida en contra de firmantes del Acuerdo de Paz ha hecho que solo en el año 2022 hayan sido asesinados 34 excombatientes de Farc EP.
Por eso es que celebraron la unión en medio del horror que los ha cercado desde que se empezaron a jugar la vida por la paz, para celebrar que aún después de la guerra, de librar las luchas -que a veces parecían estériles-, de trabajar sin descanso para construir un país distinto, encontraron en el amor su paraíso, su tierra prometida y la causa verdadera de sus vidas.
*Artículo original aparecido en Revista Raya como:
‘La boda de Tanja y Boris: la historia del otro sí de la paz’
(https://revistaraya.com/la-boda-de-tanja-y-boris-la-historia-del-otro-si-de-la-paz).
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