La realidad que nadie le muestra a los turistas en San Andrés

La realidad que nadie le muestra a los turistas en San Andrés

Alguien debe advertir a los turistas incautos que en el hospital no hay insulina ni sangre

Por: Edna Rueda Abrahams
enero 14, 2018
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La realidad que nadie le muestra a los turistas en San Andrés

Cuando caminaba los pasillos del Hospital, en esa increíble y ahora muy fantasiosa visita judicial, le dije al Magistrado Mow “Entré al Clarence y salgo de la Santa Fe”. Ese día había de todo: sábanas, suturas, camas, medicamentos, planes de mejora, sonrisas, empleados conformes, felicidad. Por el tiempo que duró la visita, dudé de mi cordura – más de lo habitual, quiero decir- ¿En que lío me había metido? y a cuenta ¿de qué? si la realidad era otra, como ya nos tiene acostumbrados el eslogan subyacente de este gobierno: “todo estaba bien”.

Para cada pregunta había un… “está en camino”, “ya eso se habló, “está en bodega”. Todo estaba listo, todo estaba presto. Vivíamos en la cima de la montaña y la crisis era un lugar lejano ahora.

¿Entonces qué pasó? ¿Por qué me llamaban usuarios preguntándome por qué se habían suspendido sus cirugías? ¿Por qué volvía esa sensación de insuficiencia? Para alguien que desde agosto no trabaja en la institución, tenía que creerle a las fuentes: las oficiales que siguen soñando, y las no oficiales no se animan a hablar, entonces ¿Cuál es la verdad?

La verdad... Las 500 cirugías represadas, de las que todavía no se tenia solución ¿La verdad? Un gerente que ingresa con tarjeta de turismo, una sangre que se agota, pacientes de salud mental a los que se les canjea antipsicóticos por omeprazol, una farmacia desierta sin suturas, la verdad... Tres cartas de despido en donde reza : “sin causa justa” como motivo de suspensión; y sí, la verdad era eso: “una situación caótica sin causa justa”.

Poco quedaba mas que un susurro en los pasillos de la administración, la acidez estomacal de quien tiene que rendir cuentas sobre algo que no administra, como un pistolero que esta atado de manos y vendado al que se le exige puntería, eso era todo lo que quedaba... La frustración de un par que golpeaba sus cabezas contra escritorios y dejaba ver alguna lágrima indiscreta frente a lo que ya es el macabro plan para hacerse de lo que se pueda y salir corriendo en unos meses.

¿De quien es culpa todo esto? Existen como siempre dos bandos: los conscientes y los inconscientes. Los primeros que se untan de esta realidad a diario, y/o se callan o se aprovechan; y los segundos, que deciden vivirla con desparpajo hasta que se vuelve una piraña que les mordisquea el trasero y entonces gritan, pero lo hacen anónimos ocultos tras una barricada, una llanta en llamas y una columna de humo que les tapa la cara.

Con tanto tema pendiente en unas islitas del caribe, que si el emisario, que si el aeropuerto de Providencia, que si el alcantarillado, la disposición de basuras, que si la inseguridad, que si el censo de movilidad, la salud debería ser un lugar de paz. Imaginen lo que haría el secretario de salud de una ciudad como Medellín, como Cali, como Bogotá, si le dijeran que de ahora en mas solo debe ocuparse de 100.000 personas, (o como diría el DANE 77.100), puedo ver como se dibuja una sonrisa que se hace carcajada y como destila felicidad pura. Aquí sin embargo, un solo hospital es un a despropósito.

Alguien debe advertir a los turistas incautos que el concepto de paraíso existe solo después de la muerte, que las playas se curten en desechos humanos y que en el hospital no hay insulina ni sangre.

Cuando todo se acabe, quedarán los cadáveres de los negros en la lejanía, y ellos pasarán saltando en puntitas de pie, abrazando sus portafolios importados, cuidadosos de no tocar con su ropa inmaculada la suciedad de los niños cagados en el piso, se irán para asentarse en otra jungla y jugar a la colonia, como si fueran Belgas en el Congo. Pero no los dejaré ir así como así, al menos yo los despediré de pie, con el sonido de mi caracol, el que anuncia botes y despide a los indeseables. Se llevarán el presupuesto para comprar suturas, vacunas y medicinas, pero también cargarán con ellos mi odio: el primero se acabara en unos meses, como lo hace siempre la plata mal habida, el segundo les susurrará en el oído el nombre de todos mis difuntos el día de su muerte.

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