Cuando todo esto de la pandemia pase, pasaremos a ser algo diferentes. Digo algo porque las transformaciones del encerramiento (aislamiento social preventivo) y sus eufemismos de política pública global, nos deja medio “turulatos” y en estado de indefensión frente a lo que se viene piernas arriba.
En el espectro de un mundo aislado en lo físico, pero superconectado en lo digital, surge un dilema inexorable: seguir como veníamos con la depredación absoluta de cuanto recurso pudiese monetizarse (hasta la alegría se quiere convertir en economía naranja) o bajarnos del planeta hostil que va rumbo al despeñadero.
Lo que deja como primera enseñanza la pandemia del Covid19 es que los gobiernos nacionales le fallaron (casi todos) a sus medidas y se impuso una sana lógica global de buenas prácticas y experiencias, para ajustar los fallos de la política de salud pública; previas consecuencias graves como las de Italia, España, Ecuador y Estados Unidos.
Una segunda lección nos indica que dentro de cada país los modelos democráticos chocaron con la realidad: faltó cohabitación entre niveles territoriales, se prefirió el aislamiento antes que la cooperación (esas imágenes de pueblos grandes y pequeños cerrados a los forasteros rememoraban imágenes medievales de la vieja Europa) y fueron evidentes los encontrones entre el centro y la periferia por imponer cada quien sus medidas. Pocos los acuerdos logrados.
En tercer lugar, el ensayo y el error sigue siendo lo más recurrido cuando se trata de controlar a las masas. Los gobiernos gobiernan a su manera en condiciones más o menos de normalidad, cuando se exige usar el lado derecho del cerebro gubernamental; aparecen las dificultades. Bien en una guerra ora en una pandemia como esta. Lo policial y lo militar es la herramienta más usada para detener la desobediencia civil; las sanciones impuestas si se monetizan alcanzan para una larga cuarentena con alimentos suficientes. Lo otro, es que la informalidad y el rebusque que quita el hambre, es algo inatajable cuando se trata de sobrevivir. Lo aprendimos cuando todavía éramos más animales que ahora.
Para cuarto motivo incluiremos al miedo. Fue la mejor arma usada para controlar la desobediencia civil (junto con lo represivo policial). Bastaba un meme o un fake news para contagiar de terror a las redes sociales: del twitter y el whatsapp directo a los esfínteres de los incautos ejércitos de “me creo todo lo que veo en internet”. Creo que ha habido más cagadas que estornudos por cuenta del miedo. Miedo a la calle, miedo al contacto, miedo a las multitudes, miedo al vecino (y a la vecina), miedo al vendedor del domicilio y miedo a tener miedo.
El quinto jinete (no del apocalipsis) que nos deja la experiencia del aislamiento, es que ya nada es urgente, antes vivíamos en el cuadrante del bombero; ahora tampoco nada es importante: solo estar vivo. Se derrumbó el sofisma de apagar incendios todo el tiempo en vez de dedicarnos a la contemplación productiva de los atardeceres.
La sexta lección de la pandemia es que las formas de trabajar y educar cambian a partir de ahora: ante la imposibilidad de reunirse físicamente, se optó por lo virtual en plataformas antes no tan populares (Meet, Zoom, Duo, MS Teams y otras hierbas digitales) que acortaron distancias y mejoraron la toma de decisiones concisas y rápidas por las extenuantes agendas de la burocracia.
Y el séptimo mandamiento de las lecciones aprendidas es que la economía es un ídolo con pies de barro. De nada valen todos esos Dow Jones si no sirven para curar una gripa.
Coda: varias veces me fui de pesca a Netflix en la cuarentena, rescato “Altered carbon” y sus tres temporadas, basada en la novela homónima de Richard K. Morgan.
La informalidad y el rebusque que quita el hambre, es algo inatajable cuando se trata de sobrevivir. Con la desesperación llega la protesta. Foto: Leonel Cordero/Las2Orillas