Durante la mañana del jueves 18 de junio, Luis Carlos Sarmiento Angulo, el dueño del Grupo Aval, uno de los pulpos financieros más poderosos existentes en Colombia, se paseó -desde su cómodo palacio y vía telefónica- por las principales cadenas radiales del país echando fuego contra el proceso de paz, quejándose de los impuestos a las monumentales ganancias del sector (¡qué tal!) y hablando bellezas de lo que realizan sus bancos.
Los noticieros radiales hicieron fila para tener el "privilegio" de entrevistarlo. Comenzó en la W, siguió en Caracol, pasó a RCN… Uno tras otro, en obediente seguidilla. ¿Por qué tanta obsecuencia?, ¿cuál era la gran noticia que poseía? Era como un desfile programado para darle más vocería al poder de los poderes. La excusa fue la distinción que le confirió la Convención Bancaria.
Ni una pregunta sobre los altos intereses bancarios en los préstamos hipotecarios o de consumo, o en relación con los desalojos y los desahucios que dejan sin vivienda a miles y miles de colombianos pobres y de la clase media... Y él, burlándose de los oyentes, justificando los arbitrarios y elevados cobros de los "servicios" financieros.
El magnate cuestionó la necesidad de que el empresariado contribuya a financiar el posconflicto y los pedidos; en tal sentido, los consideró una maniobra para recaudar más plata en impuestos. Es decir: cero compromisos con la paz. Pero sí calificó de “extraordinarias” las alianzas público-privadas en la contratación de infraestructura, que tan jugosos resultados les ha dado a los bancos.
En fin. Sarmiento tiene sus propios medios (por ejemplo, es el dueño del 88% del periódico El Tiempo, el más grande del país), y en muchos otros tiene su pauta publicitaria multimillonaria. Para qué más, dirá. La fila de este jueves se repetirá con él y su descendencia, porque, con unos pocos privilegiados más, es el poder real en Colombia.